Él es mi boxeador

Capítulo 1

Una semana después de mi llegada, me despierto ante la luz brillante que entra por la ventana e ilumina todo a mi alrededor como si de millones de lámparas se estuviese hablando. Aparto el recuerdo de no haber cerrado las cortinas la noche anterior, y gruño internamente.

Maldito sol.

Malditas cortinas.

Malditas mañanas.

Gimo y me tapo la cara con las colchas para volver a soñar con Zac Efron. La holgazanería me supera siempre en las mañanas y hoy no es la excepción, por lo que me quedo en el mismo lugar que estoy y no me tomo las molestias de cerrar las cortinas. Es algo que me pasa constantemente. Olvidarme de las cosas es una cosa costumbre en mi vida, y realmente no se me hace extraño haberme olvidado de cerrarlas. Hay veces en las que no solo no cierro las cortinas, sino que simplemente no cierro la puerta o dejo la lámpara de noche prendida. Podría decirse que soy torpe, cada persona que me conoce puede decirlo. Aun sin siquiera ser mi amigo.

Cuando apenas cierro los ojos con la intención de volver a dormir, un ruido proveniente de las escaleras me impide volver a mis sueños. Escucho cómo la puerta de mi habitación se abre y me hago la dormida para que sepan que no deben molestarme. Al parecer, no le importa eso a aquella persona y lo siento agarrarme de los tobillos y tirar de mí con fuerza, haciendo que caiga al suelo. Mi cuerpo se sacude con fuerza cuando se estampa contra el duro piso y sollozo ante el repentino dolor en mi brazo derecho. Saco de un tirón el cobertor que cubre mi vista.

¡Me llevó con cobertores y todo!

Fulmino con la mirada a Sam y este me la devuelve de la misma manera, solo que con toques de burla brillando en sus ojos claros.

—¿Qué te pasa? ¡Estaba durmiendo, idiota! —exclamo furiosa, temblando a causa del frío otoñal que golpea mi piel. A pesar del estremecimiento que me recorre, disfruto de la brisa golpeándome.

—Esto fue por tirarme un pastel de pasta dental el día que llegaste. ¿Sabes lo feo que es que te despierten de una manera no deseada? —dice, y gruño en respuesta ante sus palabras.

—Sabes que te haré algo peor, ¿no? —respondo con una mentira porque sé que no me acordaré de devolvérselo. No soy como antes; que ni bien alguno de mis hermanos me hacía algo, se lo devolvía al día siguiente. Ahora soy tan olvidadiza que sé con certeza que no le haré nada para devolvérselo. Sin embargo, él se cree mi engaño.

—Sip, y yo te la devolveré.

Sonrío levemente sin poder evitarlo mientras que en mi cabeza aparecen algunos recuerdos del pasado. La nostalgia barre cada célula de mi sistema y disfruto del momento repentino que se crea a nuestro alrededor, dejando de lado aquel molesto despertar.

—Como en los viejos tiempos —susurro, volteando mi cabeza hacia otro lado, avergonzada de mi cambio repentino de humor. Siempre peleábamos y nos molestábamos todo el tiempo. Algunas veces las peleas eran inofensivas y otras no tanto, unas pocas solían terminar con alguno de nosotros en el hospital. Al parecer él lo recuerda, cuando me abraza suavemente y me besa la cabeza lo demuestra sin necesitar de las palabras.

—Perdón, en serio. No queríamos dejarte, pero sabes que ya no soportábamos a Will. Él es un idiota y no me importa que sea nuestro padre. Desde que mamá murió, nunca se comportó verdaderamente como uno con ninguno de nosotros. Te debimos llevar, lo sabemos y el dejarte allí nos perseguirá por el resto de nuestras vidas, pero ¿no recibiste los regalos que te enviamos?

Lo miro a los ojos con la tristeza que siento y me encojo de hombros, sintiendo el pesar sobre cada parte de mí. Siempre quise que me llevaran con ellos, pensaba en eso cada vez que iba a dormir, pero nunca sucedió y no vinieron por mí. Todo el tiempo supe que ellos sentían haberme dejado, eso no fue lo que me molestó, sino el hecho de que hayan intentado tapar ese error con regalos en vez de hablarlo conmigo. Si bien era solo una niña en crecimiento, se podía decir que entendía más cosas que las otras chicas de mi edad.

—No los quise abrir hasta volver a verlos. Los necesité por mucho tiempo y no estuvieron ahí. Papá nunca estaba en casa y no le podía pedir nada a Marisa porque sé que es una zorra, en vez de ser el ama de llaves. Y Fernanda siempre estuvo ocupada con la casa como para estar todo el tiempo conmigo.

—¿Por qué no llamaste cuando nos necesitaste? ¡Sabes que si tienes problemas de cualquier tipo nos tienes que llamar! Nunca te defraudamos, Nat. Siempre estuvimos para ti y siempre lo estaremos —llevo mis brazos alrededor de su cuello, abrazándolo más fuerte al escuchar eso último.

No todo el tiempo estuvieron, me recuerdo. Pero lo dejo pasar. Era cierto en parte. Las veces que los necesité cuando éramos chicos ellos siempre estaban, pero últimamente, en estos pocos años, no lo estuvieron. Y dolió como una perra no tenerlos ahí para mí. Mucho más hace un año y medio.

Internamente me tenso ante el recuerdo, y antes de que me caiga en pedazos me fuerzo a levantar el muro que me protege desde aquel día en especial y me concentro en las palabras que me dijo Sam hace unos segundos y a las cuales, aún no les respondo.

—Gracias —susurro cerrando los ojos, recordando cómo eran nuestros viejos tiempos hasta su partida desgarradora de casa.

Justo cuando Sam tiene algo para decir, un ruido se escucha.

—Oigan, ¿qué…? —se interrumpe Ty cuando entra por la puerta, haciendo que yo abra mis ojos. Nosotros lo miramos y sonreímos con cariño, aún con nuestros brazos entrelazados. Ty nos devuelve el gesto y tiernamente se une a nuestro abrazo, un poco confuso por la situación, pero visiblemente alegre—. Hacía mucho no nos abrazábamos así.

—Lo sé —digo sonriendo contra el pecho de Sam y respirando su aroma mañanero, dejando completamente atrás todo el asunto de despertarme por la molestia de tener las cortinas abiertas y por el hecho de que mi hermano me haya tirado al piso.




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