el escoses de mi destino

CAPITULO 8

 

CAPITULO 8

 

Italia, seis años atrás en la vida de Margaret

 

Una bella quinceañera, ataviada con un vestido rosa pastel, de corte princesa y un sutil maquillaje, se contemplaba en el espejo; su negra y larga cabellera lucía un hermoso recogido que dejaba unos cuantos mechones sueltos.

 

—Te vez hermosísima—chilló Tamara entrando a la habitación donde estaba su amiga junto a otras ocho quinceañeras.

 

 

— ¡Tamara!—Margaret corrió a los brazos de su amiga y se fundieron en un abrazo donde se transmitían todo el amor que se tenían y lo mucho que se extrañaban.

 

Tamara y Margaret se habían convertido en hermanas de diferente mamá; además habían sumado a su hermandad a Pilar, una chica muy tímida que había  llegado al orfanato cuando tenía diez años, a lo largo de sus años en el orfanato habían creado un lazo irrompible, se defendían la una a la otra y sobretodo se amaban tanto que estaban dispuestas a dar la vida las una por las otra, y ese día eso quedaría más que evidenciado.

 

Tamara era una joven de diecinueve años y que hacía poco más de un año que había dejado el orfanato para salir y comerse el mundo como ella decía, y vaya que le iba bastante bien, ya que había logrado a su corta edad abrir una pequeña boutique, desde niña mostró interés por la moda y sumado a esto, poseía un talento innato para el diseño de ropa.

 

Pilar, una muchacha de diecisiete años, era muy tímida y con un pasado un poco oscuro, sus padres habían muerto en un misterioso incendio, su casa se había incendiado a media noche y la única sobreviviente había sido ella. Margaret y Tamara eran las únicas que sabían el secreto que llevaba a cuestas su amiga, ella se los había contado una tarde y las marcas que esta llevaba en su cuerpo eran fiel testigo de sus palabras.

 

—Llevas el vestido más bonito—Margaret sonrió y asintió, su amiga tenía razón. Tamara había diseñado y confeccionado el vestido de todas las quinceañeras, eran unos vestidos hermosos, pero el suyo destacaba—pero ese maquillaje no le hace justicia.

 

—Tamara no—Murmuró la pelinegra quinceañera—la señora Pía nos advirtió que no debemos llevar nada escandaloso ni llamativo.

 

—Bah—masculló—Pía le quita lo divertido, solo tendrás esta celebración una vez en tu vida así que relájate y olvídate de esas tres aguafiestas.

 

—Tamara—le regañó Margaret.

 

Tamara soltó una risotada, ella sabía que su amiga se pondría enfurruñada, ella y todos los que ya habían salido del orfanato amaban a Pía, Conchita y Prudence, las tres mujeres que habían dejado sus cómodas vidas por dedicarse a los niños sin hogar, sin padres y sin esperanza. Desde el punto de vista de los niños que aun vivían en el orfanato, las mujeres llevaban el lugar con mano de hierro, sin embargo cuando crecían y se daban cuenta que la intención de ellas solo era que tuviesen la mejor educación y que salieran al mundo siendo hombres y mujeres de bien, les estaban muy agradecidos.

 

Unos quince minutos después de la llagada de Tamara al orfanato, la señora Prudence entraba al cuarto donde se arreglaban las quinceañeras, sus ojos vagaron por todo el lugar y se detuvieron en Margaret, la mujer de mediana edad apretó los labios y cruzó la estancia, ella había pedido que se le avisara de la llegada de Tamara, sabía que la joven tenía un espíritu libre y que le gustaba saltarse las reglas y en esas ansias de libertad arrastraba a Margaret y a Pilar.

 

Prudence suspiró, Margaret llevaba un maquillaje demasiado escandaloso para una jovencita que recién estaba pasando de niña a mujer, ella era de las que pensaba que no se debería exponer de esa manera a una pequeña que tiene tantas ilusiones como las que tiene una quinceañera, pero por lo visto Tamara estaba dispuesta a que sus amigas se viesen demasiado sensuales.

 

—Prudence—Tamara apretó en un abrazo a la mujer que lucía cara de pocos amigos y le lleno la cara de besos—te he echado de menos.

 

Prudence suavizó la mirada, ella sabía que las palabras de la chica eran sinceras, por muy mal portada que hubiese sido durante su estancia en el orfanato, Tamara se había ganado a pulso el cariño de las tres mujeres.

 

—Sabía que vendrías a hacer de las tuyas—la señora señaló a Margaret y esta se puso roja como un tomate.

 

Tamara agacho la mirada y se puso a jugar con sus manos—No, no finjas—le riñó Prudence—conmigo eso no te funcionara, te conozco muy bien—Tamara alzó la vista y esbozó una cínica sonrisa.

 

—Bueno, bueno, me descubriste—dijo Tamara y miró a su amiga que seguía con las mejillas sonrosadas—y como me conoces bien, sabes que me saldré con la mia.




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