“A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en el mismo ataúd”
Alphonse de Lamartine.
Era una noche fría y ventosa, con una de las lunas más grandes y brillantes de la temporada. En noches como esa, manejar con precaución era primordial ya que la carretera que conectaba la ciudad con el pacífico pueblo Forest Village se llenaba de tierra y el aire golpeaba más fuerte debido a los altos arboles del bosque que rodeaban la zona, lanzando ramas y hojas que caían sobre los parabrisas. Eso era justo lo que el detective había hecho después de recibir la llamada de su compañera que ya estaba en la escena del crimen: manejar muy despacio, aunque eso le tomara más tiempo. Y después de su extenuante recorrido, Curtis Brown bajó de su automóvil, observó que el lugar estaba rodeado por oficiales y curiosos que querían ver lo que había ocurrido en la gasolinera y tienda de conveniencia 24/7. Las luces de las patrullas iluminaban todo de rojo y azul y los oficiales pedían a los reporteros que se apartaran y que no traspasaran las cintas delimitadoras. La adolescente que había recibido el impacto ya había sido trasladada en la ambulancia hacia el hospital, el disparo fue justo en su brazo, para esos momentos ya había sido atendida y estaba fuera de peligro, pero no podía salir del estado de conmoción en el que se encontraba. El otro hombre estaba tendido en el piso, en el pasillo tres, y el perpetrador estaba muy cerca de la caja registradora. Ambos muertos, Entre tanto tumulto, Curtis logró ingresar a la tienda y lo primero que vio fue la figura del asaltante que había sido abatido por los oficiales, después de que amenazó con dispararles con su Pietro Beretta. Se arrodilló a su lado.
—Qué desperdicio—dijo Curtis en cuanto lo vio y creyó reconocerlo, solo necesitaba la confirmación del nombre—. ¿Sabes quién es nuestro amigo?
Una mujer se acercó a él, su compañera, la condecorada detective Sarah Russo.
—El chico no se preocupó por ocultar su identidad, su cartera estaba en la chaqueta. La licencia de conducir tenía el nombre de Riley Everett Myers, de veintiocho años, la dirección está en Forest Village. ¿Viejo amigo tuyo?
Curtis rio con sarcasmo.
—La misma rata del tranquilo pueblito—comentó después de reír—. Lo arresté hace unos años, antes de que te transfirieran. En su expediente encontrarás antecedentes de hurto, pleitos, vandalismo a casas, escuelas e iglesias y consumo de sustancias ilícitas. ¿Tienes algo más?
Sara suspiró y asintió.
—La pantalla del celular se rompió cuando le dispararon, pero pudimos ver que la última persona a la que llamó es un tal “Padre Dan”. El único número en la lista de contactos— explicó Sara—. Pero después de llamar a este hombre, llamó a los servicios de emergencia 3 solicitando a la policía y una ambulancia. Los oficiales dijeron que estaban a cinco minutos de aquí cuando recibieron la llamada por posible robo a mano armada.
—¿Él los llamó antes?
La detective lo confirmó.
—Supongo que quería que lo atraparan—comentó más a modo de burla que con la posibilidad de que eso fuera real.
Curtis dio un recorrido por la tienda. Se acercó a la persona que había sido asesinada y su compañera se apresuró a explicarle lo que ya sabían de él.
—Víctor Lawrence, de cuarenta y cinco años, según el cajero era un cliente regular en este establecimiento, fue él quien nos dijo como se llamaba y su edad. De acuerdo con su testimonio, el sujeto primero disparó a la chica y después a Víctor que intentó defenderla. El sospechoso se acercó a él y le dijo algo que nadie escuchó, después de eso Víctor murió y los oficiales llegaron.
—¿Cómo murió Myers?
—Los oficiales dicen que después de que llegaron le ordenaron que bajara el arma, pero él intentó dispararles, así que no tuvieron más opción que neutralizarlo. Tres balazos, uno en el hombre izquierdo, otro en la zona de las costillas y en la cabeza.
El detective alzó la mirada hacia las cámaras de seguridad que estaban colocadas en cada esquina, señaló la más cercana a él.
—Quiero ver los videos del interior y del estacionamiento, tal vez no estaba actuando solo. Si tuvo cómplices posiblemente se fueron al escuchar el primer balazo. Vamos a comenzar con la dirección de Myers. La madre pagó la fianza la última vez, pero dudo que sepa que su hijo mató a alguien, que hirió a otra persona y que él está muerto. Iremos al hospital y tomaremos la declaración de la chica.
—¿Algo más?
—Iremos al pueblo, a ver si encontramos a ese padre Dan. Lo menos que necesito es un sacerdote cómplice de un robo a mano armada y homicidio, aunque parece más un acto de contrición, si me preguntas.
En su camino hacia la salida, Curtis se acercó al cadáver del asaltante, se arrodilló a su lado y lo miró por algunos segundos. El detective había visto muchos muertos durante su carrera policiaca, pero ningún cadáver le había causado tanta impresión como el que tenía frente a él. Simplemente no podía quitarle los ojos de encima.
—Murió hace más de una hora, ¿no? — cuestionó y Sara lo confirmó.
—Según los testigos, todo esto pasó a las once y media, más o menos— agregó ella.
— Juraría que todavía se mueve—susurró.
—Son los reflejos—dijo ella—. Tenemos a la víctima y al culpable, ambos muertos. Y creo que eso será todo, no hay mucho que hacer por ahora. Además del cajero, había una mujer que aseguró haber visto todo, pero cuando quisimos tomar su declaración, ella ya se había ido. No la volvimos a ver. Curtis continuó con los ojos fijos sobre los del difunto. Sobre los ojos verdes cuyo brillo comenzaba a apagarse y que sin embargo aun proyectaban algo.
Editado: 04.11.2024