“Aquel que ha visto un espíritu ya no podrá estar como si nunca lo hubiera visto.”
John Henry Newman.
Él sabía que pasaría. Estaba listo, ya había aceptado que el cáncer le quitaría a su amado abuelo, después de que toda la familia se enteró de que lo padecía en una etapa avanzada en la cual ya nada se podía hacer para salvarlo más que gozar el tiempo que se les había otorgado desde el cielo. Sólo que no esperaba que fuera tan pronto, no después de cinco meses desde el primer diagnóstico. Dylan estaba durmiendo, a su lado estaba Rose, su novia. Y ambos estaban sumergidos en su sueño cuando el celular comenzó a sonar a las dos de la mañana. Se enderezó para tomar su dispositivo y vio la palabra “papá” en la pantalla. Con solo ver el remitente y la hora, supo que algo había pasado con su abuelo, antes de responder sintió una opresión en su pecho, su mandíbula se tensó y sus ojos se humedecieron, aun así, contestó con un tono firme y recibió la noticia. Rose no lo acompañó, pues tenían agendadas varias consultas y dos cirugías en la clínica veterinaria que recién habían inaugurado. Cancelarlas no era una opción, así que Dylan se aventuró a viajar a su pueblo.
Mientras conducía de regreso a Forest Village, su pueblo natal, Dylan recordó algunos de los momentos que vivió con ese hombre al que tanto amaba. Había sido él quien motivó al mayor de sus nietos a irse a la gran ciudad para estudiar. Sus padres lo habían apoyado mucho, pero Dylan estaba seguro de que su abuelo había utilizado hasta el último de sus ahorros para que pudiera pagar su carrera en una de las mejores universidades de la ciudad. Ahora, volvía al lugar donde todo comenzó, donde sus sueños se construyeron desde su infancia, siempre motivados e impulsados por sus padres y los abuelos que ya había perdido. Vio el letrero que le daba la bienvenida a su hogar y con eso supo que se estaba acercando; no lo había visto desde la navidad pasada, once meses transcurrieron para que volviera a cruzar ese metal que anunciaba el nombre del pueblo y la población estimada. Manejó hasta su casa, pasando por los negocios y casas que él tenía memorizados desde que era un niño que caminaba media hora todos los días después de la escuela. Las personas que se encontró en el camino se notaban tristes, ¿era posible que toda la gente lamentara la muerte de Samuel Vega? Dylan no lo dudaba, todos lo querían, era considerado el ángel del pueblo, el mejor hombre y amigo. Atravesó el bosque hasta que llegó a la zona que tenía las diferentes viviendas de las familias que llevaban años habitando ahí. Y finalmente, llegó a la suya. Antes de salir del automóvil, admiró la fachada de su casa, él podía asegurar que estaba muy diferente, había cambiado tanto en unos meses o era la ausencia de Samuel lo que hacía que se viera distinta. Dylan tomó aire, exhaló y se dispuso a reunirse con su familia, que con toda certeza ya lo habían escuchado llegar gracias a su automóvil.
Abrió la puerta y bajo del auto, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta para sacar su llave que no había usado en casi un año, pero antes de que lograra meter la llave en la cerradura, la puerta se abrió. Él vio a una niña, de cabello cobrizo y largo, con una enorme sonrisa en su tierno rostro.
—¡Dylan! — exclamó la niña, de un brinco llegó a los brazos del aludido y él la cargó sin problema, su hermana menor siempre había sido muy pequeña y ligera.
—Hola, Connie—dijo y seguido le dio un beso en la frente.
Cuando sus pies volvieron a tocar el piso, Connie lo tomó de la mano y lo obligó a entrar a la casa, Dylan miró hacia su coche y decidió que metería su maleta más tarde. En el interior de la casa, lo recibió otra chica, menor que él, pero mayor que Connie. Ella lo saludó y se acercó a él para abrazarlo.
—Brenda, ¿cómo estás? La joven se encogió de hombros, pero mantuvo una sonrisa, sin embargo, sus ojos reflejaban que esa sonrisa era obligada y que en realidad había una gran tristeza consumiéndola.
—Estamos bien, el abuelo se fue en paz, pero…— su voz se quebró y Dylan colocó su mano en el hombro de su hermana, a modo de consuelo.
—Lo sé, ¿en dónde están mamá y papá? No vi su coche afuera. Antes de responder, Brenda pasó sus dedos sobre los ojos para retirar las lágrimas y evitar que salieran por completo.
—Fueron a la funeraria a pagar el servicio de la comida que traerán aquí para después del entierro.
Dylan sintió que su hermana menor le apretó la mano con más fuerza, de inmediato supo que Connie no quería hablar de eso, y él lo entendió, los próximos días serían largos y aún faltaba la parte más difícil, no tenían por qué tocar ese tema aún. Dylan fue a la sala y se sentó en uno de los sillones. A pesar de que Brenda ya era una joven mujer de diecinueve años, Dylan no podía evitar sentirse responsable por sus hermanas, sobre todo ante la ausencia de sus padres, aunque hasta ese momento, no lo habían necesitado, ni siquiera en los años en los que él estuvo lejos. Tenía una buena relación con las dos, pero él ya se había ido a la universidad cuando Connie nació, por lo que casi no había pasado tiempo con ella, aun así, la niña lo quería mucho y siempre hablaba muy orgullosa sobre su hermano mayor que era veterinario y que salvaba las vidas de los animales.
—¿Y la escuela? — preguntó a Connie. Ella echó su cabeza hacia atrás demostrando fastidio. Brenda se dirigió a su hermano.
—¿No te contaron?
—¿Es algo que no quiero saber o que no necesito saber?
Connie suspiró sonoramente. Dylan, sin apuros, supo que la niña no estaba teniendo los mejores resultados en la escuela. Él hizo un movimiento de negación con la cabeza, indicándole a Brenda que tampoco tenían que hablar sobre eso, ella asintió y decidió cambiar el tema por uno que la involucraba a sí misma.
Editado: 04.11.2024