Dylan se paró frente a las enormes puertas de la única iglesia de Forest Village. Un edificio antiguo pero que conservaba la belleza en su arquitectura, pinturas e imágenes. A diferencia de su abuelo, Dylan nunca había sido muy cercano a la iglesia ni a su religión, eso no significaba que no fuera creyente, simplemente no estaba ahí tanto tiempo. Aun así, mantenía una excelente relación con el padre Daniel, que había llegado al pueblo cuando solo tenía 25 años, por lo tanto, había conocido a Dylan desde que era muy pequeño. El sacerdote era vecino de los Myers, ambas casas tenían vistas al lago y desde niño eso era lo que más le gustaba a Dylan de visitar a Riley, que podían caminar un par de metros, sentarse frente al lago y hacer todo lo que tuvieran que hacer ahí.
Se acercó más al edificio y abrió la puerta. El aroma a incienso entró por sus fosas nasales, ocasionándole instantánea relajación.
—¿Padre Dan? — preguntó Dylan asomando la cabeza.
Enseguida, Daniel, que estaba sentado en una de las bancas, lo vio.
—¡Dylan! Pasa, por favor.
Él obedeció. Daniel se levantó y caminó hacia él para darle un abrazo.
—Buenos días, padre.
—Escuché que te irás el domingo. Tu mamá habló conmigo en la mañana y me lo dijo.
Él asintió.
—Tengo que volver, no puedo dejar a Rose sola.
—Me alegra que te esté yendo muy bien en la ciudad, con tu trabajo, tu novia, ¡con todo!
—Si, todo es perfecto. Pero, padre, para ser sincero, quería hablar sobre algo contigo.
—¿Confesión?
—No. Bueno…no es una confesión, pero no me gustaría que alguien más lo supiera. Es una charla entre amigos.
—Dime.
Antes de hablar, Dylan miró a su alrededor para asegurarse de que en realidad no hubiese ninguna otra persona presente. El padre Daniel que de inmediato notó sus intenciones, negó con la cabeza, prometiéndole con ese gesto que no había nadie que pudiera escucharlos, de cualquier modo, para que tuviera más confianza, le sugirió ir a un lugar más privado. Dylan aceptó y caminaron hombro con hombro hasta la sacristía. Daniel se sentó en la silla de su escritorio y Dylan tomó la silla que estaba justo frente al sacerdote.
—Te escucho—dijo Daniel.
Dylan había repasado varias veces lo que quería contarle, pero decirlo en voz alta era algo completamente diferente, y él sabía que lo que tenía para decir era poco probable. Tomó aire y se animó a sí mismo.
—El día del funeral de mi abuelo y de Riley, vi algo, como una alucinación muy rara pero real. Yo estaba frente al ataúd de Riley, era él, veintiocho años, vistiendo ese traje negro, embalsamado…muerto. Pero por un momento, imaginé que lo vería como un niño, pero también como un adolescente, en todas las etapas que pasamos juntos, básicamente toda nuestra vida. Pero en esta alucinación él despertó, tomó mi mano tan fuerte que incluso me dejaba marcas y me dijo algo—Dylan trató de no sonar asustado—. Dijo “Encuéntrame, en nuestras memorias”. No sé lo que significa, padre. No quise darle mucha importancia, porque 21 sé que solo fue mi imaginación, porque tengo mucho estrés y estoy preocupado, pero no puedo evitar pensar que él quiso decirme algo.
Daniel lo escuchó y cuando Dylan dio indicios de terminar su historia, lo interrogó.
—¿Por qué dejaron de hablar? Ustedes dos eran inseparables y no estoy exagerando. Eran como dos imanes, siempre unidos, atrayéndose el uno al otro con sus ideas y travesuras.
Dylan desvió la mirada, como si estuviera avergonzado. Finalmente decidió hablar, pero no pudo esconder el pesar que eso le causaba.
—Yo estaba por terminar mis estudios cuando él comenzó a consumir. Me encontraba en la ciudad y no vine por dos meses porque estaba en exámenes finales, aun así, hablamos muchas veces, pero nunca me contó lo de las drogas. Me enteré después de que su mamá lo encontró inconsciente en la recámara. Cuando supe que estaba en el hospital vine lo más rápido posible y le dije que yo podía ayudarlo, llevarlo a la ciudad, internarlo y que después viviera conmigo un tiempo, para asistir a las reuniones de drogadictos anónimos. Él estuvo de acuerdo, yo use el dinero de mi beca para pagar la rehabilitación. Su madre estaba muy agradecida y prometió devolverme el dinero y si lo hizo. Se mantuvo limpio por dieciocho meses, tú estuviste en la última fiesta que Joyce hizo. Hablamos sobre ir a la ciudad. Pero cuando lo busqué para organizarnos, lo encontré en el sótano de su casa, con una aguja en el brazo. Me enojé mucho, le grité cosas horribles, le dije que era un desperdicio, un inútil, un fracasado—su voz se quebró—. Le dije todo eso, padre, y lo peor, es que realmente lo creía. No se lo dije porque estuviera enojado, realmente lo creía. Las mismas palabras que su papá le dijo cuando se fue y yo lo sabía y sabía lo mucho que le había afectado que él le dijera todo eso. No volví a hablar con él ni con Joyce en tres años. Y, aun así, pareciera que Riley quiere que lo recuerde.
Daniel ya conocía esa parte de la historia ya que el mismo Riley se la había contado. Él conocía la versión de los hechos según Riley, pero no podía compartir ese punto de vista con Dylan, porque todo estaba protegido por el secreto de confesión.
—No sé qué pasó con él, pero tal vez él quiso que tú lo supieras. No te diré que te lo dijo a través de tu ¿alucinación?, pero nunca se sabe.
Editado: 04.11.2024