Esa misma tarde, Dylan fue a la casa de la familia Myers. Antes de animarse a tocar la puerta, miró la fachada, era la misma casa, la misma pintura, la misma puerta y el mismo tipo de flores que decoraban la entrada. Sin embargo, si había algo diferente, letras rojas sobre la puerta, sobre los muros y algunas flores habían sido arrancadas. Riley leyó las ofensas que estaban escritas en la casa, todas dirigidas a un difunto. No quería atravesar esa puerta sabiendo que no sería Riley quien le abriría con alegría. Pero tenía que hacerlo, tenía que hablar con Joyce.
Tocó la puerta tres veces, su mano tembló cuando la levantó. Primero, Joyce corrió la cortina y al ver que se trataba de Dylan, suspiró aliviada y abrió la puerta.
—¿Todo está bien? — preguntó después de saludarla. Ella asintió y lo invitó a pasar.
—Son esos chicos de la secundaria—dijo—. Cuando se supo todo lo que pasó, ellos vinieron y escribieron cosas en la puerta, arrojaron huevos, piedras y papel sanitario a los árboles. Llamé a la policía, pero no hicieron nada. Cuando volví del entierro, encontré la puerta así.
—Lo siento mucho. Yo quise venir a…
Dylan bajó la vista hacia el piso, notó que había muchas cajas con ropa. Joyce se percató de la expresión del joven. Así que se apresuró a explicar.
—Cuando me enteré de la muerte de Riley, yo…supe que no lo vería pronto, supe que no me lo darían, así que empecé a guardar sus cosas.
“¿Tan pronto?”. Solo había una explicación. Joyce tomó una de las sudaderas de Riley y comenzó a doblarla para guardarla en la caja.
—Planeas irte, ¿verdad?
Joyce lo confirmó con un movimiento de cabeza.
—Venderé la casa y me iré con mi hermana. Pero no es algo por lo que debas preocuparte. En realidad, creo que debí hacerlo hace mucho tiempo, incluso antes de todo esto.
Dylan reconoció la sudadera negra que Joyce estaba doblando. Era una de las favoritas de Riley, tenía las palabras “Like a dude” en letras blancas, unos audífonos que rodeaban las letras y unas franjas blancas en las mangas. La capucha le quedaba muy grande y Dylan siempre bromeaba diciéndole que parecía un monje con ella, pero aun así le gustaba.
—Joyce, yo quería disculparme por…por lo que pasó hace tres años. Lamento no haber estado para él en todo este tiempo.
—Intentaste ayudarlo. Nadie puede negarlo. Y no sé si las cosas hubiesen sido diferentes.
Dylan estaba de acuerdo con eso, pero no podía aceptarlo. Aún estaba muy dolido por lo que había pasado entre él y su supuesto mejor amigo.
—¿Quieres un café? — preguntó Joyce—. Recién puse la cafetera, ya debería estar listo.
—Si, por favor. Joyce guardó la sudadera en la caja de cartón y se dirigió a la cocina. En cuanto la mujer se fue, Dylan sacó la sudadera y la levantó frente a él, admiró los detalles, recordó a Riley usándola e incluso aun mantenía el olor del detergente, demostrando que había sido lavada hace poco. Aprovechó ese momento para dirigirse a la habitación en la que su amigo dormía. Subió las escaleras, fue hacia la primera puerta del lado derecho, la abrió y se quedó paralizado ante la ola de memorias que lo azotó. El primer recuerdo fue uno en el que estaban trabajando en un proyecto escolar. Dylan estaba acostado en la cama, con los ojos cerrados y moviendo la cabeza al ritmo de la música, mientras que Riley estaba sentado frente a la computadora y le reclamó por no ayudarlo.
“No tengo porque estudiar, Rally. Cuando ganes un disco platino me dejarás vivir contigo en tu mansión” le dijo Dylan. Él, que era su más grande admirador. Dylan se sentó en la cama, admiró la habitación, tratando de entender que era lo que Riley quiso decirle. Porque Dylan estaba seguro de que era una alucinación, estaba seguro de que no podía ser nada más porque era imposible que Riley le hubiese hablado como lo hizo.
—Muchas memorias—le dijo Joyce desde la puerta. Tenía el café en su mano.
Dylan se levantó.
—Lo siento mucho, no quise invadir así.
—Esta también fue tu casa, pasaste muchas tardes aquí. En ese escritorio están todas las medallas y trofeos que ganaron en las competencias de la escuela: ciencias, matemáticas, deletreo. Riley quiso guardar todo eso—Joyce rio—. Recuerdo que estuviste más tiempo aquí que en tu propia casa porque no soportabas a Brenda cuando nació. Tus palabras, no las mías.
Joyce estiró su brazo para darle la taza, Dylan la recibió y le agradeció.
—Tenían trece años cuando los descubrí—ella soltó otra risa, Dylan se avergonzó porque ya sabía lo que Joyce iba a decir—. Dos adolescentes muy curiosos, viendo porno en mi propia casa, en mi computadora del trabajo.
—Nunca le dijiste a mi mamá—recordó él—. Solo hablaste con nosotros y nos llevaste con el padre Daniel para confesarnos. Jamás lo volvimos a hacer.
—No te creo. Dylan rio, porque ella tenía razón. —Rally me dijo que no lo hiciéramos—dijo Dylan—. Pero te prometo que solo fueron dos o tres veces hasta el día de hoy.
Ella suspiró.
—Hace años que no te escuchaba llamarlo así. “Rally”.
Dylan no dijo nada más sobre eso. Él era la única persona que lo llamaba así.
Editado: 04.11.2024