—Buenas noches —saludó ella, dejando a todos sorprendidos durante la cena.
Caridad, que estaba terminando de servir el jugo, pegó un grito y salió corriendo a abrazarla.
—Mi niña, volviste.
Después fue el turno de Cesar, su padre, que tras dudar de su aparición, elevó la comisura de su boca, y fue a abrazarla. Se veía bastante delgado y demacrado, además, le costaba caminar.
—Mi florecita, cuanto te extrañé —musitó.
Cuando Caridad la llamó y le rogó que regresara, ella se aterró. Se aterró doblemente. Primero, por la inesperada enfermedad de su padre, y, segundo, por lo que significaba regresar a aquel lugar.
Volver a casa, a su ciudad natal…
Parece fácil, ¿no?
Pero no lo era. No para ella.
Después de la llamada de su nana, se enfrentó a una disyuntiva.
¿Quedarse en Paris y comunicarse con su padre por teléfono como lo venía haciendo desde hacía nueve años, o disfrutar de su compañía antes de que aquel cáncer terminal se lo llevara?
El miedo la hizo dudar, pero se conocía a sí misma, si no regresaba, su conciencia no la dejaría dormir el resto de su vida.
Por ello estaba allí. Enfrentando los recuerdos. Buenos y malos, más malos que buenos.
Seguidamente, afrontó a Irina. Se veía más rubia que nunca. ¿Se había teñido el cabello o solo era el resultado de aquel rostro pálido y ojeroso? Su hermana, aferró su mano sobre la de su esposo, y tras una cierta incomodidad, le sonrió.
—Bienvenida a casa, Violeta.
Ahora fue el turno de él. Derek. Su turbulento y sublime amor juvenil. De mandíbula cuadrada y ojos… Uno azul y el otro azul con una mancha marrón. Sí. Él era especial. Especial en todos los sentidos. Y ella siempre lo supo. Desde que eran solo unos niños y jugaban a construir castillos, y más tarde a destruirlos. No había cambiado mucho, y a la vez había cambiado tanto. Ahora usaba traje y obviamente hacía ejercicio. Pero seguía siendo su Derek. Es decir, era él, pero más endurecido, más frío, y eso le dolió.
Intentó sostenerle la mirada, pero no pudo, abrazó, nuevamente, a su padre, y aprovechó para soltar un par de lágrimas.
—¿Por qué no avisaste que regresabas? —preguntó su papá.
—Quería sorprenderlos.
—Y sí que lo hiciste —intervino Irina, para después llevar la mirada a su marido—. ¿No es así, mi amor?
—Cla…ro.
—¿Me llevas a la habitación? —Su esposo asintió, y la ayudó a levantarse.
—¿Estás…? —A Violeta se le quebró la voz—. ¿Estás embarazada?
Irina sonrió y acarició su vientre, no demasiado grande, pero sí lo suficiente para que se hiciera notar. Suficiente para arrojarla desde el acantilado más alto, rompiéndola en mil pedazos.
—Sí, cuatro… Casi cinco meses, ¿no, Derek?
—Sí, yo… —Se llevó la mano a la cabeza, y arrugó el rostro en gesto de dolor—. Vamos.
Irina volvió a sonreír y se aferró a su brazo, dejándose conducir fuera del comedor, mientras Violeta los seguía con la mirada. Un hijo. Su hermana esperaba un hijo, y otra de sus pesadillas se hizo realidad. Lo había perdido. Esta vez para siempre.
—Dime algo, pequeña florecita, ¿por qué volviste? —cuestionó su padre.
—Yo… —Respiro hondo, y fingió una sonrisa—. Los extrañaba.
—Uhm, siempre has sido pésima mintiendo. —Lanzó una mirada amenazante a Caridad—. ¿No será que tú le dijiste algo, vieja chismosa?
—¿Qué? —La mujer alzó las manos—. Yo no hice nada. ¿Usted cree que si hubiera sabido que Violeta regresaba no le hubiera preparado su postre favorito?
—¿Qué se supone que me dijo Caridad, papá? ¿Acaso debo saber algo? —El anciano gruñó—. Estoy aquí porque te amo, y porque los extrañaba. Ya eran bastantes años sin regresar a esta casa, ¿no?
—Demasiados, mi niña. Y que cambiada estás.
—Los años no pasan en vano, Caridad.
—Si lo sabré yo —refunfuñó el viejo—, a mí parece que me cayeron de golpe.
—Pero si yo te veo estupendo.
—Otra vez mintiendo, Violeta. Cuidado se te vuelve costumbre como a todos en esta casa.
—No es mentira, papá. ¿Estás guapísimo? —Le llenó de besos el rostro—. ¿Qué te parece si te conseguimos una novia?
—Carajo, esto es lo que faltaba. Novia a estas alturas de la vida —exclamó, y ellas se echaron a reír.
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Irina lo vio agarrar el abrigo y luego dirigirse al espejo para peinarse; lo vio perfumarse y también vio al fantasma de su hermana en medio de ellos dos. No. Ya no era un fantasma. Estaba más viva que nunca, y ahora viviendo en la misma casa.