Violeta corrió y corrió, hundiendo los pies en el fango del espantoso pantano, en medio de la lluvia y el dolor: en medio de la nada, y la oscuridad.
Todo era tan lento. Tan turbio. Como si el pantano se la quisiera tragar. Como si tiraran de ella desde abajo.
—Ayuda —jadeó.
La lluvia le estaba envenenando el cuerpo, de rabia, de ira, y el olor a tierra mojada le revolvió el estómago.
Vio la sombra de la bestia, acechándola, persiguiéndola, o solo eran los arboles moviéndose a causa de los fuertes vientos.
Eso ya no importaba. No se detuvo, y finalmente logró salir.
Corrió y corrió, como un alma desamparada y perdida en medio de un bosque que parecía no tener final, hasta que cayó. De frente. Arrastrando sus manos en el cruel suelo de una acera. Muy cerca de casa.
Estaba a salvo.
Entonces, ¿por qué su sombra seguía acechándola?
Dolió la caída, pero no más que su entrepierna, y su dignidad. Mejor dicho, ya no tenía dignidad. Ni pureza. La habían humillado en todos los sentidos. Y dolía. Bueno, no era un dolor. Era más bien un ardor. Quemaba como el infierno, como si estuviera desgarrada por dentro, como si le hubieran arrancado las entrañas y se las hubieran sacado por debajo.
Gritó.
Gritó en medio de la solitaria calle de casas elegantes, pero nadie ayudó. Nadie escuchó su grito desgarrador en medio de la tormenta.
Nadie sintió su dolor.
Entonces, abrió los ojos.
Ya no estaba allí. Estaba en su habitación, a salvo, aunque su cuerpo no lo comprendiera.
Sudaba y tenía el corazón agitado, como siempre. ¿Cuándo dejaría de tener aquella pesadilla? ¿Cuándo dejaría de atormentarla aquella sombra?
Buscó el teléfono y vio que era media noche. Se había quedado dormida y ni siquiera había llamado a Gerard. Tampoco se había tomado la pastilla.
Salió de la habitación y atravesó el pasillo iluminado a media luz, encontrándose con la figura de Derek.
Ninguno dijo nada. Tampoco ninguno se movió. Era como si el tiempo se hubiera detenido.
Como si hubieran echado raíces.
Tenía tanto que decir, pero prefería no decir nada.
¿Para qué?
Él estaba casado e iban a tener un hijo.
Además, no tenía que ser adivina para saber que él la odiaba. Lo sentía. Lo veía en sus ojos.
Sus ojos cargados de ira. De tantas preguntas sin responder.
El corazón le latía tan rápido que temía que él lo pudiera escuchar. Que percibiera como los vellos de sus brazos se erizaban y como sus fosas nasales disfrutaban de su olor a hombre tierno y salvaje.
Convirtió sus manos en puño, conteniendo las ganas.
¿Ganas de qué?
No sabía exactamente. Pero estaban allí y crecían con rapidez en la boca de su estómago, esparcièndose por todo el cuerpo.
Su seriedad la confundía.
¿Por qué si tanto la odiaba no continuaba su camino hasta la habitación de Irina y la dejaba en paz o mejor dicho, porque no se movía ella e iba a buscar el vaso de agua que necesitaba?
Él elevó su mano, acercándola a su rostro y ella tembló. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué estaba haciendo ella?
Acarició un mechón de su cabello.
—Lo cortaste.
—Sí, yo…
Un ruido en la planta baja, la hizo dar un brinco y salió huyendo. Corrió escaleras abajo y entró a la cocina.
Encontró a Caridad recogiendo unas ollas.
—¿Y a ti qué te pasó? Estás pálida.
—Eh… nada —intentó estabilizar su reparación, y se sirvió el vaso de agua—. Caridad, ¿por qué mi hermana y Derek están viviendo aquí?
—No lo sabes.
—¿Saber qué?
—Irina tiene un embarazo delicado, debe guardar reposo, y como Derek está todo el día trabajando, tu padre decidió que lo mejor era que se vinieran a vivir aquí.
—Entiendo.
—¿Y cómo te sientes respecto a eso?
—¿Respecto a qué?
—A su embarazo.
Violeta bebió del vaso.
—Bien. Feliz —respondió.
—Claro —asintiò no muy convencida—. Es que Irina y tú son igualitas, como les encanta mentirse a sí mismas.
—No me miento a mí misma, yo… Caridad, ella es mi hermana, no debo…
—Odiarla.
—No. Yo no la odio.
—¿Envidiarla? —Violeta guardó silencio, sí, esa era la palabra correcta, ella la envidiaba, porque ahora tenía lo que ellos tantas veces soñaron—. Mi niña, es normal que te sientas así, él era tu novio y aunque nunca entendí la razón por la que te marchaste, ni quise presionarte a que lo dijeras, me consta cuanto lo amaste y cuanto lo amas.