El esposo de mi hermana

*4*

 

—Derek —balbuceó, paralizándose.

—¿Cómo está tu padre?

—Bien, el médico dijo que… —Èl no pudo evitar que le doliera. Se estaba quemando. De rabia. De ira; de frustración. Ella agudizó la mirada, como si quisiera leer su mente—. ¿Pasa algo?

Derek enredó las manos en su cabello. De verdad había intentado mantener la calma, pero todo se estaba complicando.

—¿Se conocen?... Tú y ese…

Violeta volvió la vista al médico que subía a su auto y este se despidió con una última sonrisa. 

—Estudiamos juntos —respondió.

—Ya —asintió, pero no se quitó de su camino.

—¿Por…?

—Estaban risa y risa.

Ella frunció en entrecejo y después negó con la cabeza.

—Derek, mi padre se desmayó.

—Eso está claro. Lo que no está claro es qué te estaba causando tanta gracia.

Violeta entre abrió los labios, mostrando desconcierto.

—Solo estábamos recordando viejos tiempos, Antonio es…

—Antonio. —Apretó los puños—. Veo que se te pegaron ciertas costumbres francesas.

—¿Qué estás insinuando?

—No. Yo no estoy insinuando… Tú…Ya no eres aquella niña dulce y tierna que conocí.

—Por el amor a dios. Solo estábamos conversando.

—Y riendo.

—¿Y cuál es el problema? ¿Es que no tengo derecho a pasarla bien?

Derek esbozó una sonrisa cínica.

—Con él no.

Violeta tensó la mandíbula y quiso atravesar la puerta principal, pero él se lo impidió, nuevamente.

—Respóndeme algo… ¿Por qué...? —Violeta respiró hondo—. Quiero una puta razón por la que abandonaste.

—Derek, no es momento de…

—Por supuesto que es el momento.

—Creí dejarlo claro en aquella carta.

Él rio.

—Querías irte a estudiar a Paris. Dime algo, ¿crees que soy idiota?... Quiero la verdad… Fue por otro hombre, ¿no? ¿Conociste a alguien más y te fuiste con él a Paris?

—¿Crees qué…?

—No, no creo. Estoy seguro.

—¿Y si estás tan seguro por qué me lo preguntas?

—Joder. Soy un imbécil, y tú eres una…

—¡Ni se te ocurra!... No entiendo qué te pasa.

—La pregunta no es qué me pasa. La pregunta es qué te pasa a ti… Se supone que debes estar preocupada por tu padre, y estabas coqueteándole a un estúpido doctorcito.

—Basta. No te permito qué.

—¿No me permites qué? —Se abalanzó y ella retrocedió, hasta que impactó con una columna—. Derek… ¿Qué estás haciendo? —jadeó.

—Qué me estás haciendo tú a mí.

Violeta tragó saliva y él alzó su mano, temerosamente, acariciando su mejilla.

Ella tembló, como si estuviera expuesta a un cruel invierno, y sus labios se entreabrieron.

Quiso besarlos.

Sentirse el único dueño de ellos…Y huir.

Huir con ella lejos de allí.

Cerró los ojos y apoyó su frente en la de ella, pegándola a su cuerpo; abrigándole hasta los huesos.

Violeta gimió, mientras él le hacía sentir la dureza de sus ganas, la violencia de su cuerpo.

Y la apretó hasta sentirla suya. Aunque fuera en aquel instante.

—Derek… no —balbuceó, mientras él rozaba sus labios.

—No ¿qué?

Sus labios se unieron en un efímero beso que le supo a gloria y  a muerte.

—¡Nunca más en tu vida me vuelvas a tocar! —espetó, abofeteándolo, e ingresó a la casa corriendo.

Derek se subió al auto y condujo hasta el estudio.

Apenas entró, se topó con todas aquellas figuritas que tanto adoraba ver, y las odió. No. No las odiaba. Odiaba el sentimiento que le provocaba imaginarlas en brazos de otro.

—¡Maldita sea! —estalló, y arrojó al suelo todo lo que estaba sobre la vieja mesa.

Piezas sin terminar, jarrones, pinceles, pintura. Todo fue a dar al suelo, causando un gran estruendo.

A continuación, agarró aquella pieza, su favorita, quería tirarla, de verdad quería estallarla contra la pared, pero no pudo.

Sacó el teléfono y marcó un número.

—Pamela. Te veo en una hora.

 

 

****

 

Violeta se aferró al infinito que colgaba de su cuello, mientras disfrutaba de la vista de aquella noche desde el corredor, y su mente se llenaba de recuerdos.



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En el texto hay: amor, embarazos

Editado: 14.02.2024

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