Días después
—Uuuhm. Delicioso —sonrió Violeta, al probar la crema del pastel.
Seguidamente, le dio un vistazo a la decoración; sencilla, como su padre quería, con cortinas y un arco de globos en tonos dorados y azul.
—Ya casi es la hora —comentó Caridad—. Es mejor que te vayas a arreglar.
Violeta rio para sí misma, hacía rato que ya estaba lista, pero entendía perfectamente por qué su nana había dicho eso.
Atravesó el comedor y cuando fue a subir las escaleras, se topó con a Derek. Estaba de pie al frente de una mesita de madera, muy cerca del piano de cola, y sostenía un portarretrato en las manos.
Dudó, pero su semblante triste la hizo acercarse; Derek acariciaba la imagen de un chico sonriente en una foto familiar.
—El niño más tierno que he conocido —comentó ella.
Él la miró. Los ojos le brillaban, y eso despertó su compasión. Quiso abrazarlo, pero se contuvo. Como siempre. Como tantas noches en las que deseó volver a casa y contarle toda la verdad. Su verdad.
—Y también el más rebelde —rio él con tristeza—. No imaginas cuanto me dolió su partida.
—Yo… —la voz le tembló, y un sentimiento de culpa la invadió. Que egoísta había sido al pensar solo en ella—. Lamento no haber estado contigo en ese momento.
Derek se conformó con mirarla…Con adentrarse en ella y buscar. Y eso la incomodó.
—¿E Irina? —se aclaró la garganta—. ¿No bajará?
—Sí, yo… Voy a buscarla.
Cuando Derek se marchó, ella soltó el aire contenido en sus pulmones y subió a la habitación de su padre.
—¿Listo? —le preguntó.
—No sé qué manía tienen ustedes de hacer fiestas —espetó, mientras intentaba arreglarse la corbata.
—Sesenta años no se cumplen todos los días.
—Ninguna edad se cumple todos los días.
—Bueno… Sabes a qué me refiero… A ver, déjame ayudarte. No puede ser que el ingeniero Cesar Ocampo no pueda ponerse una corbata.
—Tu madre siempre me ayudaba —comentó, mientras ella le hacía el nudo.
—Lo sé… Listo —sonrió—. Todo un príncipe.
—Querrás decir todo un desahuciado.
—Papá —replicó—. No digas eso… Yo… Me niego a creer que eso va a pasar.
—Negarte es solo una forma de alargar tu sufrimiento. Tarde o temprano todos vamos al mismo lugar.
—Basta. Ya no quiero hablar de eso —sentenció.
Su padre se colocó el saco.
—¿Y tú vas a salir así?
—¿Cómo?
—Violeta, por el amor a dios, no estás en Paris.
—Me gusta esta ropa.
—Insististe en hacer una celebración, hija. Entonces, vístete para una.
—Eh… La verdad es que no tengo nada. Me refiero, a un vestido o algo así.
—En ese caso. —Su padre abrió el armario y le extendió un vestido—. Ten, usa esto.
—Era de mamá.
—Lo usó en uno de sus conciertos. Te verás preciosa.
—Pero…
—No pensarás hacer enojar a tu padre el día de su cumpleaños, ¿verdad?
Ella miró el vestido, demasiado corto y escotado para lo que solía usar.
—Claro que no.
Violeta fue hasta su habitación y se lo colocó.
Era rojo. Ajustado al cuerpo y sobre las rodillas.
No. No podía usar eso. Se lo quitó y dudó. Volvió a colocárselo y otra vez a quitárselo. Así pasó alrededor de una hora. Con la cabeza llena de dudas y el cuerpo lleno de miedos. Hasta que tomó la decisión, complacería a su padre y lo usaría. Sí. Lo haría por él.
Una lágrima bajó por su mejilla y ella la secó rápidamente. No iba a dejar que sus miedos arruinaran el cumpleaños de su padre. Esa noche no.
Respiró profundo, buscando valor, y lo encontró. Salió al pasillo y se echó a andar, siempre temerosa, como si estuviera caminando sobre una cuerda floja, y en cualquier momento pudiera caer al vacío.
Al primero que vio fue a Derek, que detuvo su conversación con Irina para mirarla. Violeta se sujetó de la barandilla y empezó a bajar. Despacio, mientras él la recorría y bebía de su copa, y de ella.
—Mi niña, pareces una princesa —expresó Caridad.
—Una princesa no. Una reina —acotó su padre, y extendió su brazo para conducirla dentro del comedor.
Todo estaba listo. La mesa preparada y los invitados presentes. Pero, ¿y ella? Ella no estaba lista para todas aquellas miradas.
—Violeta. —Sintió un beso en la mejilla.
—Antonio… No sabía que tú…
—Yo lo invité. Estupenda idea, ¿no? —comentó su padre.