Violeta hizo a un lado las ramas y se adentró al corredor, encontrándose con el médico.
—Antonio, ¿qué haces aquí? —soltó.
—Estaba preocupado… ¿Estás bien?
—Sí, yo… Fue una indigestión.
—Ya. —Asintió, como si no le creyera nada—. Bueno, voy a… —Se dio media vuelta, pero no tardó en regresar—. Violeta, ¿te gustaría salir conmigo? —soltó de repente, y ella se paralizó—. Sé que tal vez no es el momento oportuno, pero ya no podía aguantarme las ganas de preguntártelo.
—Eeeeh… Verás, Antonio… Mi vida es… —Respiró hondo—. De verdad lo lamento, pero no puedo salir contigo. Ni contigo ni con nadie —sentenció, huyendo de allí lo más rápido que pudo.
Cuando estuvo en su habitación, agarró el lápiz e hizo un esfuerzo por recordar lo que acababa de sentir cuando vio a su violador.
Pero no pudo.
Es decir, no era que no recordara exactamente. Lo hacía. Pero faltaban detalles. Emociones, que se habían diluido entre sus lágrimas y el vómito.
¿Cómo iba a publicar “Dentro de la tormenta” si ni siquiera era capaz de describir lo que sentía?
Así se pasó el tiempo, pensando y pensando. Escribiendo palabras cortas y frases sin sentido, que no llevaban a ningún lugar. Hasta que su padre apareció.
—¿Qué haces?
—Nada. —Apartó el diario—. Papá… Lo siento, yo… Lamento arruinar tu cumpleaños.
—Déjate de tonterías que no arruinaste nada. —Se sentó en el borde de la cama—. ¿Qué tienes, mi florecita? Te veo más triste que de costumbre.
—Solo me duele el estómago.
—¿Sabías que la mayoría de los dolores de estómago tienen su origen a nivel emocional?
—Lo mío es una indigestión.
—Ya. —asintió, otra vez no le creían—. Hija, desde que llegaste no hemos tenido la oportunidad de hablar sobre ti. Sobre cómo te sientes respecto a Derek y tu hermana.
—Yo. —Se aclaró la garganta—. Estoy bien.
—Vamos, Violeta, te conozco demasiado para saber que estás sufriendo. Pero también asumo que entiendes que ese hombre está prohibido para ti, ¿verdad?
—Papá, Derek no sig…
—Escúchame, mi florecita. Eres una mujer preciosa, muchos hombres, estoy seguro, matarían por tenerte a su lado, pero veo en tus ojos que aún lo sigues queriendo, y eso me tiene realmente preocupado.
—Pa…
—No quiero que eso traiga problemas entre tú y tu hermana —continuó—. Irina… Ella es… Bueno, ella ha pasado por mucho dolor y ahora con ese embarazo, no puede agarrarse disgustos. ¿Me entiendes? —Violeta asintió—. Ahora dime algo, ¿no te parece atractivo Antonio?
—¿Qué? —Violeta rio, desconcertada—. ¿Tú no me estarás buscando novio? —cuestionó.
—¿Yo? ¿Por quién me tomas?… Pero piénsalo, es un buen partido. En la familia tenemos ingeniero, arquitecto, artistas, solo nos hace falta el médico.
—Ay, papá, tú y tus cosas.
—Hablo en serio, lo tienes loquito.
Ella rio sin ganas.
—¿Y tú como sabes?
—Porque salta a la vista. Deberías darle una oportunidad.
—Es que… Ahora no quiero salir con nadie.
—Violeta…
—Papá, ¿por qué no hablamos de otro tema?… Por ejemplo, ¿qué te pareció el pastel? Lo hice yo misma.
—Ah… Ya decía yo que estaba demasiado bueno para que lo hubiera preparado la amargada de Caridad.
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—Estaba pensado que sería mejor si nos mudamos a casa de tu padre —comentó su esposa, cuando Derek entró a su habitación.
—De ninguna manera. —Empezó a quitarse el saco, lentamente; la herida le escocia, pero la voz de su mujer le atormentaba.
—Mariana puede…
—No insistas. Sabes perfectamente la clase de vida que llevan ellos y no tendrán tiempo para cuidarte.
—¿Y si volvemos al departamento?... Podemos contratar a una sirvienta y...
—¡Dije que no! —Su mujer pegó un brinco—. Nadie mejor que Caridad para cuidarte.
Irina se levantó.
—Déjame ayudarte —dijo, colocando sus dedos en la corbata; él retrocedió—. Cariño… ¿qué pasa?
—Dime algo: ¿qué pretendías con ese comentario que hiciste durante la cena? ¿Harían una hermosa pareja? —la remedó con una vocecita burlona—. Qué buscabas, ¿eh? ¿Lastimarme?
Irina frunció el ceño y entre abrió los labios, mostrándose incrédula por lo que escuchaba.
—Qué es lo que realmente te molesta, Derek, ¿lo que yo dije durante la cena o el hecho de que Violeta pueda tener una relación con otro hombre que no seas tú? —Derek calló; arrepintiéndose casi de inmediato de lo que dijo. A Irina le brillaron los ojos—. Aun la amas, ¿verdad?… Responde, ¡¿Aun la amas?! —Lo golpeó repetidas veces en el pecho.