*10*

—Listo —sonrió Caridad, cuando terminó de peinarla.

—Me veo rara con esta trenza.

—Te ves preciosa, vas a volver loco al doctorcito. —Violeta sonrió sin ganas y se puso el suéter sobre la camisa—. Pero eso sí, cambia esa cara o Antonio se dará cuenta.

—¿De qué? —la volvió a mirar.

—De que no quieres salir con él. —Violeta se hizo la desentendida y se guardó el celular—. Si no querías, ¿por qué aceptaste?

—Porque era lo mejor.

—¿Lo mejor para quién?

—Lo mejor para todos —espetó.

—Mira, hija, es mejor ir con la verdad que crear una maraña de mentiras a nuestro alrededor. Si no querías salir con él, se lo hubieras dicho y punto.

—No es tan fácil, Caridad.

—Es fácil. Lo que pasa es que no quisiste hacerlo y sabes por qué. —Ella negó con la cabeza—. Porque quieres fingir que no te importa Derek.

—Caridad. —Tragó saliva—. Eso no es verdad.

—Lo amas tanto que eres capaz de hacer lo que sea necesario para olvidarlo.

—Estás equivocada. Yo no siento nada por Derek.

—Sí, claro, y lo que yo vi en la cocina fue parte de mi imaginación… Ahora resulta que soy esquizofrénica.

—Yo no quería.

—Sí. Se notaba que no querías.

—Caridad. —La detuvo del brazo cuando estaba a punto de salir de su habitación—. No se lo vas a decir a nadie, ¿verdad?

—Como se te ocurre, muchacha. Parece que no me conoces.

Violeta le agradeció con una sonrisa y cuando estuvo lista, salió de su habitación al mismo tiempo que salía Derek de la suya.

No supo cómo hizo, pero agarró valor y se mantuvo altiva… Aunque por dentro. Por dentro se caía a pedazos.

Se echó a andar y deseo tanto. Tanto. Que él fuera detrás de ella. Pero no lo hizo.

—Violeta, ya vinieron por ti —anunció Caridad, que iba subiendo las escaleras.

****

Cuando llegó al restaurant, estaba relampagueando, así que ya nada podía ir peor para Violeta… Bueno, eso pensaba ella.

—Me tomé el atrevimiento de comprarte esto —dijo Antonio, y le extendió un estuche rectangular—. Espero sea de tu agrado.

Violeta lo abrió, dentro había un collar.

—Es una piedra de…

—Amatista —completó Violeta—. Es la piedra de la armonía. Trasmite energía positiva.

—Vaya, no sabía su significado, la verdad la compré solo por su color. Violeta. Como tú.

—Tengo un amigo —confesó ella—. Le gusta mucho esos temas. Es muy espiritual.

—Un amigo. ¿Así como Derek?

—Buenas noches, señor. Señorita. Bienvenidos al Rincón italiano —intervino un mesonero, rompiendo con la tensión de aquella pregunta.

—¿Pedimos vino?

—No, gracias. No bebo   —respondió Violeta.

Una vez ordenaron, el mesonero se retiró.

—¿Quieres que te ponga el collar? —preguntó Antonio.

—Eeeeh… Claro.

Antonio sujetó la joya y la colocó sobre su pecho.

—¿Te parece si te quito el que llevas puesto?

—¿Quitarlo? —Violeta aferró el infinito a su mano.

—Sí, así lucirá mucho mejor la piedra.

—Sss… —“Porque quieres fingir que no te importa Derek”—. No. —Aclaró la garganta—. No lo quites.

—Está bien, como quieras.

Cuando Antonio volvió a la mesa, se le quedó viendo en silencio.

—¿Qué pasa?

—Nada. Es solo que eres tan hermosa. —Ella se sonrojó—. Tan hermosa como cuando estudiábamos juntos y yo me quedaba como tonto mirándote mientras escribías lo que dictaba el profesor.

—¿Te gustaba en el colegio?

—¿Que no se notaba? …  Lo que pasa es que estabas muy ocupada con Derek.

Violeta se removió sobre la silla y al intentar esquivar la mirada de Antonio, terminó por verlos; la bestia y su familia estaban también allí.

Ella convirtió las manos en puños y el pastel de chocolate que se había comido a mitad de la tarde, regurgitó hasta su garganta.

No podía tener tan mala suerte. Con tantos restaurantes en la ciudad y tenían que venir al mismo.

El estómago se le empezó a revolver.

Gruñidos.

Aquel cuerpo asqueroso sobre ella.

Y el nauseabundo sabor en su boca.

Todo se vino de repente. Como un auto sin frenos que se estrella contra un árbol. Y ella era el árbol.