El esposo de mi hermana

*12*

Derek condujo tan rápido como pudo.

No sabía dónde ir. No temía morir. Ya estaba muerto en vida.

La habían violado.

Vio-la-do.

La violaron.

Y él no pudo hacer nada.

Èl creyendo que lo había engañado. Que se había ido con otro. Que no lo amaba. Tantas razones. Y un motivo que jamás imaginó.

¿Cómo pudo ser tan ciego?

No pudo más y frenó.

Golpeó el volante sin parar y gritó. Gruñó como un animal furioso, y lloró. Lloró como nunca lo había hecho.

Fue un desconocido —confesó Violeta.

Un maldito desconocido la había lastimado. La había destruido. Y él no pudo evitarlo. No pudo hacer nada. Ni antes. Ni ahora.

¿Por qué no me lo constaste?le preguntó.

Violeta calló por unos segundos. Aferrando su diario al pecho, como si con ello pudiera seguir ocultando la verdad. Aquella cruel verdad.

Por  vergüenza. Sentía mucha vergüenza —respondió entre lágrimas—. Y culpa. Aun la sigo sintiendo… Todo fue mi culpa, yo…

—¡Para!Derek acunó su rostro entre sus manos—. Tú no tienes… No tuviste culpa de nada.

—Sí, yo…

—Chist, nena. No fue tu culpa —repitió, y ella se derrumbó sobre su pecho.

Estalló como una supernova, desmoronándose en millones de partes. De pedazos. Convirtiéndose en nada y en todo a la vez. Dejando en el aire un sentimiento de ira y dolor que no se iba.

Él la abrazó a su pecho. Y acarició su espalda, mientras el arrepentimiento le devoraba las entrañas. Y la culpa. Él sí tenía la culpa… Cuantos errores cometidos por… Si tan solo no hubiera escuchado a su padre… Si hubiera ido tras ella, todo sería distinto.

—¿Cuándo ocurrió? ¿Dónde fue? —se atrevió a preguntar.

Violeta se apartó.

Derek, no quiero hablar de eso… yo… Deja de verme así.

—¿Así cómo?

—Con lastima. No quiero tu lastima.

—No es lastima. Es… Es impotencia… ¿Alguien más sabe de esto? —Ella negó con la cabeza—. Yo… ¿Por qué no estuve allí? ¿Por qué no te protegí, mi ángel? —Secó las lágrimas de ella con sus pulgares—. ¿Fue cuando yo estaba inscribiéndome en la universidad? —Ella calló—. No quería ir. Te lo dije que no quería ir… No debí ir… Yo…

—¡Basta! —Ella se apartó—.  Me violaron y no hay vuelta atrás.

—Violeta. —Quiso acercarse, pero ella retrocedió.

—Vete… Vete y déjame en paz.

Derek encendió nuevamente el auto. Las lágrimas no paraban. Y él no paraba de imaginar todo lo que ella había sufrido. Llorado.

Escenas horrorosas llegaban a su mente.

Aquel desconocido. Y ella siendo ultrajada.

Sentía que estaba perdiendo la razón.

Se aferró con fuerza al volante, drenando las ganas de matar al violador. De volver al pasado y evitar que le hicieran daño a Violeta.

Pero no podía.

Y eso era lo que más lo atormentaba.

 

 

 

****

 

Derek entró a su vieja habitación y buscó el oso de peluche. Estaba guardado en el fondo de aquel armario junto a todos sus recuerdos.

“Abrázalo cuando tengas miedo, mi niño” —recordó la voz de su madre.

Y eso hacía. Eso hizo.

Lo abrazó y pensó en ella. En cuanto necesitaba su consuelo. Su protección. Sus consejos.

¡Ah, era un imbécil!

Arrojó el peluche y gruñó.

Su madre no merecía que la recordara. Que pensara en ella.

Isabel los había abandonado siendo apenas unos niños. Se había deshecho de ellos sin contemplación porque era una vagabunda. Una mujer que le gustaba ir detrás de los hombres. Y porque nunca los quiso. Eso dijo su padre.

Por su culpa su padre era un alcohólico.

Por su culpa Daniel estaba muerto. Bueno… por su culpa, y también por la de él.

Debió abandonar la universidad. Luchar juntos contra la adicción.

Debió quedarse y no creer que con unas cuantas palabras, lo iba a sacar de ese mundo.

Y ahora Violeta.

Por su culpa también la habían violado.

Todo.

Todo lo que estaba pasando era su culpa.

Su cul-pa.

—Alejandro. —Derek entró a su habitación.



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#267 en Chick lit

En el texto hay: amor, embarazos

Editado: 14.02.2024

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