El Explorador

CAPÍTULO I: "LAS VOCES (IV)"

Dionisio se despertó en el suelo de su casa, con una insoportable jaqueca, un hilillo de saliva que recorrió su mejilla y junto a una botella de cerveza desperdigada por todo el piso. Había tenido otro ataque de depresión, tan solo bebía cuando eso ocurría… recordó la imagen de su nieta en la televisión, mostrar hijas, hermanas; nietas, en medios de comunicación debido a una desaparición o alguna tragedia… siempre lo atribuyó a una dura realidad ajena a él. Cosas que pasan a los demás, tan lejano a uno como la infinidad del espacio exterior. El espacio exterior, “Empire Space”, pensar en ellos hizo que lanzara la botella con rabia contra la pared y se incorporara mientras se sacudía a manotazos su remera, como sacándose de encima la mugre.

Sintió que volvía a llorar por lo que se miró desafiante al espejo y se dijo así mismo: “¿VAS A HACER ESO VIEJO RIDICULO? ¿LLORAR Y YA? CON LLORAR NO SOLUCIONAMOS NADA, NADA”. Se pegó una cachetada así mismo, procedió a cerrar los ojos e inhalar profundo, para abrirlos mirando sus temblores por causa de su grave estado de Parkinson. “UN MAL QUE TERMINA HACIENDO EL BIEN”, pensó.

Había sido un completo idiota en toda su vida, debía enmendar su error y evitar de ese modo que el Empire Space continúe realizando las atrocidades que realiza con miles de vidas inocentes. Pero, en parte sabía que ir en contra de ellos era una completa locura, necesitaba de mucha ayuda; tal vez así consiga alguna diferencia notable. Agarró el teléfono fijo y quedó paralizado, tenía miedo; no obstante era un movimiento que debía realizar, por su nieta y por el bienestar de más civiles inocentes. Se armó de valor y revolviendo sus camisas de la cajonera de su ropero, extrajo su agenda; mantenía su espíritu a la antigua más que nada por temor a la tecnología, un dicho de él era: “NO HAY MAYOR SEGURIDAD QUE EL PAPEL, ES LO MÁS CERCANO A LA INTIMIDAD QUE UNO PUEDA TENER”.

Ojeó su agenda minuciosamente en busca del número al cual deseaba llamar, mientras que entre temblores golpeaba obsesivamente con un dedo el teléfono pegado a su oreja izquierda. Lo encontró por fin en el decimotercer renglón de la sexta página, marcó y esperó paciente, hasta que consiguió una exitosa conexión.

―¿El vocero? ―Preguntó Dionisio sin dar rodeos.

―El mismo papu. ―Respondió una voz de un veinteañero.

―Escuché buena referencia tuya, necesito que realices un trabajo que no debe fallar, quiero que accedas a los sistemas de la NASA en Norteamérica y les dejes un mensaje. ¿Podés con eso?

―Pan comido papu, solamente una cosita a remarcar… no soy nada económico, y no es que tenga nada en contra de los jubilados pero dudo que puedas pagar mis servicios. Disculpá papu, no doy planes de pago en cuotas ni hago descuentos o beneficencia.

―Cincuenta mil pesos para empezar, y otros cincuenta mil una vez enviado con éxito el mensaje, ¿va?

El Vocero, quien era un hacker sin un pelo de tonto, dejó a un lado un drive que tenía en mano; para agarrar su celular que se encontraba apoyado en su mesa de trabajo en altavoz, y mencionó: ―O sos un abuelito que busca un toque de atención para olvidar su soledad, o sos alto capo mafia.

―¿Importa de dónde sale la tarasca? ―Preguntó Dionisio abriendo un bolso lleno de billetes para examinarlos.

―No en realidad. ―Comentó mientras agarraba un puñado de maní y se lo llevaba a la boca con un sorbo de cerveza y agregó: ―mientras pongas la guita, somos amigos papu.

―¿Tenés tu número de cuenta bancaria para hacerte la transacción? ―Preguntó Dionisio mientras arrancaba un pedazo de hoja en blanco de su agenda y agarraba una lapicera.

Eran las tres de la madrugada y Noah Peralta seguía desvelado mirando su netbook, en el navegador buscaba: “avistamiento de ovnis”. Mientras apoyaba su mano en su frente, sentía que su cerebro se sacudía con vehemencia en su cráneo, y sentía un fuerte dolor atrás de su nuca, ¿migrañas? Podía ser.

Hizo click en un enlace, leyó el encabezado y cerró la pestaña… todas las páginas web que no habían sido borradas o bloqueadas eran tonterías, una pérdida de tiempo. Cerró la net y agarró una tijera con punta filosa, se la quedó observando con detenimiento mientras lloraba en silencio, acercó la punta a su garganta observando el techo; bajó las persianas de sus ojos, alejó el filo de sí buscando impulso. Se aferró al arma blanca más todavía… y la terminó soltando involuntariamente.

“Noah, ven… ven Noah… ven con nosotros. Te estamos esperando”,  mencionó una potente voz en medio de una interferencia, como si su cabeza fuese una radio. “En el bosque Noah, nos perteneces, todos ustedes nos pertenecen, no pueden luchar contra Daddy”.

No supo porque, pero de repente su cuerpo dejó de responderle, se movía por si solo; como si estuviese en modo automático. Sentía que se hiperventilaba, sin embargo, el cuerpo se levantó de donde yacía lejano a la voluntad de su dueño y caminó hasta salir del cuarto, bajando las escaleras él quería gritar a su madre que lo ayudara; que quien sea lo esté controlando se detenga. No obstante, no podía gritar, no podía parar.

Era como si fuese un sonámbulo consciente, nunca había experimentado tanto terror en todos sus doce años de vida. Se desmayó del pánico, más no se detuvo aún así, continúo su cuerpo desplazándose por la bruma de la noche con la luna llena de testigo. Obedeciendo a La Voz que lo llamaba.

Despertó frente al cartel de advertencia de prohibido el paso del bosque donde se potenciaban los llamados. Con todas sus fuerzas intentaba parar, pero toda oposición era inútil, su anatomía respondía a otra voluntad. “LA VOLUNTAD DEL EMPIRE SPECE”, pensó horrorizado.

Primero uno de sus pies, que ya no le pertenecía, pasó por encima del cartel de advertencia pegado a un alambrado de púas; después el otro, como último recurso, Noah quien no era una persona adepta a Dios o el cristianismo comenzó a orar inútilmente. Ni por asomo ayudó a que se detuviera. Ya estaba internado en la espesura del bosque, cargada de neblina que trepaba hasta sus rodillas y de filas de arboledas grises deformes de tamaños tanto colosales como grotescos.




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