El extremo occidental

MIL KILÓMETROS DE LITORAL

Una moto, una tienda de campaña y un bloc de notas. Este fue el punto de partida que definió el viaje. La moto, para garantizar el máximo de movilidad y alcance con un mínimo de recursos y equipaje. La tienda, para asegurar autonomía, levedad y desposeimiento. El bloc para registrar y contar las cosas que pasaran. Todo quedaba reducido a lo esencial: una Triumph Tiger 800 negra, con dos portaequipajes laterales de aluminio que llevaban ropa y libros, utensilios para preparar comidas ligeras, un ordenador portátil y adaptadores de corriente que permitían conectarlo a la batería de la moto, y también una bolsa impermeable detrás, con la tienda, el saco de dormir, un colchón hinchable y una pequeña silla desmontable.

Estas eran las condiciones. El propósito: recorrer la costa portuguesa, desde Caminha a Sagres, y de ahí hasta Monte Gordo, para encontrar historias.

Para mí, los viajes siempre supusieron aventura pero no siempre ocio. Es necesario trabajar mucho para que se vuelvan interesantes. No basta con ir a los sitios. Hay que hacer que las cosas ocurran. Hay que buscar, preguntar, investigar e interpelar. Necesitamos hilos narrativos, pretextos que hagan nacer las intrigas.

En el libro Voces de Chernóbil, Svetlana Alexievich, premio Nobel de literatura en 2015, cita a un hombre que combatió en la gran batalla de Moscú, en 1942. Su recuerdo de la Segunda Guerra Mundial era este: «Me senté en una trinchera. Disparé mi ametralladora. Quedé enterrado tras una explosión. Me sacaron de allí medio muerto». Sólo años después comprendió, leyendo libros y viendo películas que participó en uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX. Estuvo allí, vivió un drama personal y casi sacrificó su propia vida pero no comprendió nada.

Un viajero activo es todo lo contrario de esto. Recorrer la costa portuguesa en moto durante el verano no constituye propiamente un reportaje de guerra, pero no por eso nos entregaremos a la indolencia contemplativa. Si hay diversas formas de viajar la mía será siempre la del reportero.

También por ese motivo este viaje no es lineal. Tuvo un inicio y un propósito: partí de Caminha en julio de 2015, para producir una serie de historias para la revista 2, suplemento del periódico Público. Pero me sucedió, de la misma manera que al combatiente de Svetlana, que pasaba por las cosas sin verlas. Quedan estas grabadas en algún punto oscuro de la memoria y sólo después se van revelando, como trazos imprecisos en una película fotográfica.

Quiere esto decir que es necesario volver atrás, dar la vuelta, volver a los lugares. Las historias contadas en este libro no surgieron todas en ese primer viaje. Algunas son posteriores y otras anteriores, dos de ellas fueron el resultado de desvíos del itinerario —aunque no del rumbo— y, una docena de veces, fue necesario salir de la carretera y meterse en un barco.

De Caminha a Monte Gordo, es posible viajar casi siempre por el litoral. Durante más de mil kilómetros, se planea por carreteras sinuosas, desiertas o turísticas, entre dunas y pinares, se sube por montañas costeras, se atraviesan estuarios, bocas, ríos, rías, lagunas, playas, barrancos y ciudades de mar.

Es un viaje prodigioso e inolvidable. El sereno itinerario de las cigüeñas y el recorrido angustiado de las fieras a lo largo de las rejas. Es el gran viaje portugués. Podemos hacerlo una vez en la vida o a lo largo de toda una vida, pero no podemos evitarlo.

 



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En el texto hay: viajes, portugal, historias personales

Editado: 03.06.2020

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