Capítulo 6: El estratega y la misteriosa arquera.

Eran las seis y media de la mañana cuando David se despertó. A su lado, vistiéndose, se encontraba Éstel.

—Buenos días —dijo él.

—Buenos días. ¿Has dormido bien?

—Estupendamente. ¿Te vas a trabajar?

—Sí, empiezo a trabajar a las siete y media —Éstel lo mira, intentando aparentar indiferencia— ¿Qué vas a hacer tú?

—No sé qué haré hoy, pero mañana iré a ver las misiones del gremio. Asegúrate de llevarte mi formulario para que lo aprueben.

—Entonces, ¿vas a convertirte en aventurero? —preguntó sorprendida y feliz.

—Ya te lo dije ayer, quiero ser un héroe para ti. Aprovecharé estos años que me quedan por tu bien.

Éstel estaba feliz y triste a la vez, sabía que la esperanza de vida de David era poco esperanzadora, pero la alegraba que él quisiera ser un héroe. No quería mostrar sus emociones porque pensaba que se echaría a llorar, y eso lo preocuparía a él. Terminó de vestirse y salió de la habitación.

—Voy a preparar el desayuno.

Mientras estaba solo en su habitación, David reflexionaba sobre lo que haría el resto del día. Había muchas partes de la ciudad que aún no había visto y le llamaba la atención esa estatua que se veía desde la ventana. ¿Quién sería aquel hombre misterioso? Suponiendo que estaría muy ocupado a partir de mañana, decidió investigar más sobre el Reino Humano y el hombre misterioso. Se levantó de la cama, se vistió y se dirigió al salón/cocina. Éstel estaba preparando un plato con una especie de pechuga, aunque de un color entre marrón y lila.

Eso no puede ser comestible, pensó David.

—¿Ya te levantaste? El desayuno está casi listo, espera un poco.

Él se sentó en la mesa de la cocina todavía medio adormilado. Pensando en su situación, parecía más un sueño que la realidad, vivía con una mujer hermosa y amable, tenían una relación íntima y ella le preparaba el desayuno. Creyó que tampoco era mala forma de pasar sus últimos años. En cuanto la comida estuvo lista, Éstel sirvió dos platos, uno frente al otro, en la mesa. Aquella pseudopechuga estaba envuelta en una salsa cuyo color y aroma le sonaban de algo.

—Éstel, esto es...

—Salsa de veneno de seta.

—Eso pensaba —dijo en un tono derrotado.

Cogió el cuchillo y el instrumento de dos puntas parecido al tenedor de su mundo y empezó a cortar la pechuga.

Estaré bien, ayer no morí, no es peligroso.

Introdujo el primer bocado en su boca y lo masticó lentamente; estaba un poco duro, pero no tenía mal sabor, era carne.

—¿Qué te parece? —preguntó ella.

—Un poco difícil de morder, pero tiene buen sabor, aunque debe ser por la cocinera.

—¡Gracias, me hace muy feliz que te guste!

—Si en este mundo hay ingredientes parecidos al mío, tal vez pueda hacer algún plato de mi tierra mañana. ¿Qué me dices?

—Me encantaría probar la comida de tu planeta.

—Que así sea, mañana habrá comida terrícola.

—¡Qué ilusión!

Cuando terminaron de comer, Éstel se fue a trabajar y David se preparó para salir a recolectar más información sobre este Reino. En cuanto pisó la calle, se chocó con alguien que corría.

—¡Ah! —dijeron a la vez.

—¿Estás bien? —preguntó él.

Cuando la chica del choque se levantó, David pudo ver que era alta para ser una mujer, debía de medir 1'70 metros, solo cinco centímetros menos que él. Además, tenía un cabello liso y rubio y unos ojos con heterocromía (el derecho era azul, y el otro, verde). Llevaba puesta una capucha que se le deslizó por el golpe, mostrando unas orejas largas y puntiagudas.

—¡Un elfo! —gritó David, entusiasmado de conocer uno.

La elfa se puso la capucha otra vez y salió corriendo de nuevo. Fascinado por encontrar a alguien de esa especie mitológica en el Reino Humano, David la siguió.

—¡Espera! ¡No quiero hacerte daño, es solo que es la primera vez en mi vida que veo un elfo! ¡Por favor, déjame hablar un poco contigo!