Vivir en Chuncheon no te convertía, inmediatamente, en un experto viajero del metro y el tren. Por lo menos no lo había hecho con Ryeowook. Se quedó mirando, en el tablero informativo de la estación de Daechi, los tiempos y destinos de los trenes, en letras naranjas, que se arrastraban lentamente de derecha a izquierda. Como siempre que viajaba más allá de su zona de confort, Ryeowook se sintió incómodo.
Dudó al comprar el billete, no sabía si debía escoger uno abierto, uno de ida y vuelta, o uno sencillo. Sabiendo que no tenía idea de cuándo regresaría, ya que al parecer tendría que encontrar primero al asustadizo gato, optó por la opción más barata y compró el sencillo.
Luego compraría otro para regresar a casa, cuando sea que eso fuera.
Aún con su tarjeta de red ferroviaria pagó la considerable suma de 38 wons, dinero que de otro modo habría gastado en comida para llevar, se dijo.
Se enganchó la mochila en el hombro, y comenzó a abrirse paso entre la inmóvil y maleducada multitud de trabajadores. Le esperaba un viaje de media hora en metro desde Daechi a Samsong, y luego una hora y cuarenta y cinco minutos en tren hasta Suwon. Rebuscó en su mochila para encontrar su ipod, y se pasó los treinta minutos en metro escuchando las diferentes listas de reproducción.
Se sintió aliviado cuando el tren se detuvo en el andén y caminó hacía la parte trasera. Ni siquiera echó un vistazo a los pretenciosos asientos de primera clase, en serio, ¿quién pagaba más por una servilleta y una taza de té? Pulsando el botón circular que abría las puertas, encontró un asiento al lado de una ventana, asegurándose de no haber escogido uno que lo obligara a viajar por casi dos horas mirando hacia atrás, dejó caer su mochila en el asiento de al lado, contento de estar en camino.
Se apoyó en el reposacabezas y cerró los ojos. ¿Qué demonios hacía viajando a Suwon? Infiernos, ahora que estaba lejos de Yesung, el fantasma, estaba empezando a dudar de su cordura. Estaba viajando... ¿A cuánto? A doscientos kilómetros, o algo así, para rescatar al gato del fantasma de su apartamento.
¿Qué diablos le pasaba? Sabía que todo esto era una locura, y sin embargo... allí estaba, haciéndolo.
Ryeowook restregó sus manos por su rostro, sabía por qué lo hacía.
Lo hacía para no sentirse, la próxima vez que viese a Yesung, abrumado de tristeza por el hombre. Quería darle algún tipo de comodidad, y si tenía que hacer algo que cuestionaba su cordura para lograrlo, por sus muertos que iba a hacerlo. Una pequeña sonrisa se asomó en sus labios mientras recordaba la conversación que había precedido a su pequeña excursión fuera de casa.
—¿Baldrick? —preguntó Ryeowook, luchando contra una sonrisa y, curiosamente, aliviado de que fuera un gato, de quien hablaban—. Al igual que en, “tengo un astuto plan, Baldrick (8)”.
—Supongo que estoy en presencia de un fan de Blackadder (9).
—Lo estás. —Asintió con orgullo.
—Entonces, cuando lo veas entenderás cómo de acertado es su nombre. —La expresión de Yesung se volvió más seria—. Eso si... si vas a buscarlo por mí.
Ryeowook se pasó la mano por la parte de trasera de su cabello, sin saber qué contestar. —Eh...
—¿Por favor, Ryeowook?
Fue dicho en voz baja, y tan intensamente que era evidente cuánto le había costado pedirlo. Se sintió claramente avergonzado, en el límite de sus fuerzas, y necesitado de algo de su casa, algo que amaba.
—Sé lo ridículo que suena, y que te haré perder tu tiempo, pero... se suponía que sólo me iría por una noche. He estado fuera tres y no debe tener nada para comer.
—¿No tienes una gatera? ¿No puede salir a cazar? —preguntó Ryeowook, curioso.
—Sí, pero... realmente no puede cazar.
—¿Por qué?
Yesung se quejó. —Es una larga historia, y no me deja en buen lugar.
—Ahora tienes que decírmelo.
Yesung suspiró. —Sólo tiene tres patas.
Ryeowook tenía la intención de preguntar por qué, pero todo lo que salió de su boca fue: —Aww.
Yesung se echó a reír. —Y una oreja. Y no tiene cola.
—¿Qué? —Se rio Ryeowook—. ¿Qué demonios? ¿Es Rambo gatuno o algo así?
—No, es... es por culpa mía —dijo Yesung sintiéndose culpable—. Estaba conduciendo a casa un día, y de repente una mancha de pelaje blanco y negro se precipitó sobre el camino. Pisé los frenos, pero ya era demasiado tarde.
—¿Atropellaste al gatito?
—Oh, sí. Lo envolví en mi chaqueta y me dirigí a la ciudad —negó—. Debía parecer un loco, metiendo la cabeza por la ventana y gritando a los peatones, preguntándoles dónde estaba el veterinario más cercano.
Ryeowook se cubrió la sonrisa con la mano.
—Lo llevé y me dijeron que tendrían que amputarle la pata, la oreja y la cola. Pero que, ya que no tenía un collar o un chip, y que su recuperación sería larga, “lo más amable que podía hacer era dejarlo ir”. —Yesung miró a Ryeowook y meneó la cabeza—. Bueno, no podía dejar que eso sucediera, ya que había sido culpa mía. Les dije que estaría encantado de pagar la cuenta y que me lo llevaría a casa y cuidaría de él.