El fin de los vampiros?

Introducción

Médora

 

Dejar mi casa natal no era algo que hubiera estado en mis planes, pero después de la muerte de papá, las actividades mágicas de nuestra madre nos acarrearon el odio de todo el pueblo. Ahora, mi gemela, Rebeca, y yo, corríamos junto con mamá para evitar la hoguera.

 

Era el año mil ochocientos uno, teníamos un pequeño huerto y una cabaña en el campo. Los vecinos de la aldea en la que habitábamos tenían cultivos más grandes y todos ellos habían sido atacados por una plaga, mientras que los nuestros se mantenían indemnes. Por este motivo fuimos acusadas de malograr sus cosechas, pero realmente no tuvimos nada que ver en eso, simplemente protegimos nuestra huerta.

 

— Detengámonos aquí — gritó mamá.

 

— ¡No podemos, nos alcanzarán! — Exclamó mi hermana, pero mamá ya había parado de correr y no podíamos abandonarla.

 

Ella traía un morral, y aunque yo también quise oponerme, había sabiduría brillando en sus ojos azules y una certeza que impedía razonamientos. Comenzó a extraer algunos objetos de su bolsa, entre ellos una daga que usaba en sus invocaciones, y con esta, empezó a trazar un círculo en torno a nosotras.

 

— Madre, no lo hagas — objetó Rebeca sin obtener resultados, ella ya estaba garabateando símbolos en derredor del círculo y colocaba piedras y hierbas en lugares estratégicos. — Esa magia no funciona — insistía mi hermana.

 

Rebeca tenía razón y yo también lo sabía. Mamá muchas veces había intentado activar este símbolo de distintas maneras, ella relataba que aquello abriría un pasaje hacia el mundo del cual decía provenir. Un lugar donde la magia funcionaba de forma más eficaz y veloz. Siempre nos hablaba de aquel sitio; sin embargo, no daba pruebas de que ese universo existiera realmente, por lo que para nosotras eran solo cuentos de hadas, pero no podíamos refutarla, porque se enfurecía si lo hacíamos.

 

— Por favor — seguía suplicando mi gemela. — Nos matarán, estarán aquí en cualquier momento.

 

— Sí, mamá — la secundé yo. La verdad, no tenía la fuerza de mi hermana, ni la entereza de carácter de mi madre, yo era la más débil de las tres, pero no quería morir. — Becka tiene razón — dije armándome de valor.

 

— Calla, Médora — replicó. — Me arrepiento de haberte dado un nombre tan grande.

 

Esto lo mencionaba bastante seguido, y por más esfuerzos que yo hiciera para entrar en su gracia, no conseguía nada. Aunque hacía todo igual que mi hermana, memorizaba sus hechizos inútiles, realizaba pociones, las cuales eran las que más funcionaban de toda la "magia" que nuestra madre nos enseñaba, parecía que no era suficiente, lo peor era tener el estigma de aquel nombre, puesto que mamá siempre decía que había pertenecido a la mejor bruja de su mundo, me lo puso a mí por haber nacido la primera.

 

Mamá comenzó a recitar unas palabras, y para nuestra sorpresa, las piedras comenzaron a iluminarse. A la distancia se oían los perros de nuestros perseguidores y si me esforzaba podía ver también la luz de las antorchas mientras se movían hacia nosotras.

 

La luminiscencia de las piedras se fue extendiendo hacia los símbolos y parecía salir de debajo de la tierra. Pronto un espejo de agua se formó en medio de la figura, pero sus bordes eran inestables y se notaba que desaparecería en cualquier momento.

 

Mamá abrazó a mi hermana y la empujó hacia el portal, luego me abrazó a mí.

 

— Lamento haber sido tan dura contigo — susurró en mi oído, sorprendiéndome. — Te amo, Médora.

 

Antes de darme cuenta estaba yo cayendo al vacío, giraba, y mi cuerpo parecía estar quemándose, me sentía en la inconsciencia, todo era borroso.

 

Me esforcé por buscar a Becka en aquella oscuridad, intenté gritar su nombre, pero no podía, era como cuando uno intenta hablar dentro de una pesadilla y no lo logra. Todo era lento, mi hermana no estaba por ninguna parte, mamá tampoco. No había signos de aquel portal y lo negro solo se cortaba por algunas estelas de luces de colores que me envolvían de tanto en tanto.

 

Cuando sentí que salía de aquella masa atemporal empecé a caer y rebuscando en mi mente logré decir una invocación de protección justo antes de sumergirme en el agua.




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