El fin de los vampiros?

Capítulo 6

Médora

 

Llegamos al castillo del vampiro poco después del amanecer, éramos menos de la mitad, ya que los demás, por alguna razón que desconocía, se habían retirado. La imponente fortaleza, probablemente construida de piedra, estaba cubierta por un manto de nieve, que le otorgaba un aspecto de palacio encantado. Era semejante a lo que yo había imaginado al leer cuentos de hadas, pero parecía poco apropiado para ser la morada de vampiros.

 

Cuando estuvimos dentro, el rey llamó a sus soldados y para mi sorpresa, me acercó al frente de todos ellos y tomó mi cabeza por el cabello, exhibiendo ante los guardias mi rostro.

 

— Esta hembra es mía y si alguien intenta acercarse, tocarla o simplemente voltearse a mirarla dos veces, sufrirá una muerte lenta y tortuosa.

 

— Sí, mi rey — dijeron todos al unísono.

 

— Informen de esto a los que no están presentes.

 

Luego avanzó, obligándolos a romper sus filas y llevándome a mí por el brazo.

 

Ascendimos varias escaleras, él caminaba con paso seguro mientras yo prácticamente corría a su lado, hasta que finalmente me hizo ingresar a lo que parecía ser una gran biblioteca.

 

— Tu primera tarea será proteger este lugar.

 

— ¿La… la biblioteca? — pregunté observándolo con confusión.

 

— No, el castillo — me aclaró de mal talante.

 

— Pero es muy grande... yo no tengo los conocimientos...

 

— Aquí tienes mucho material de estudio, úsalo y si no lo logras sola, ya veremos.

 

Erekai salió dejándome allí dentro, aturdida, mirando a todos lados, sin saber por dónde empezar.

 

— Ah, no salgas hasta que yo venga por ti — declaró volviéndose al abrir la puerta. Y entonces sí se marchó.

 

Me apreté entre las pieles que llevaba, ya que el lugar era gélido, y comencé a recorrer los estantes. No tardé mucho en encontrar algunos tomos que trataban sobre magia; estaba a punto de tomarlos cuando la puerta se abrió de nuevo.

 

Un grupo de muchachas entró llevando lo que parecían ser mantas, seguidas por un joven con algunos leños. Él encendió el fuego en una chimenea que yo no había notado antes, situada al fondo del lugar. Las jóvenes se dirigieron hacia una puerta cercana a la chimenea, revelando un pequeño dormitorio. En poco tiempo, se retiraron sin prestarme atención. Tomé uno de los libros y me recosté en un diván cercano al fuego, decidida a cumplir con lo que se requería de mí.

 

El primer libro que tomé era muy básico, pero tenía protecciones, y eso despertó mi memoria, trayéndome a la mente cosas que mamá me había enseñado, aunque difícilmente con ellas pudiera cubrir todo un castillo, más con las dimensiones que este tenía. Sería una tarea titánica. Sin embargo, no podía negarme a hacerlo porque mi vida dependía del resultado que dieran mis estudios, así que metí mi cabeza dentro del libro y comencé a instruirme.

 

***

 

Erekai

 

 

Me sentía exasperado por la decisión de aquellos que nos abandonaron en busca de una vana ilusión. Para mí, estaba claro que solo se trataba de otro ardid de los diurnos para debilitarnos.

 

Siempre fuimos más fuertes. Cuando los humanos aparecieron, el mal los acompañó, desencadenando la división entre diurnos y nocturnos. Desearía haber estado lo suficientemente despierto para darme cuenta antes. Debería haberlos exterminado a todos sin dudarlo, pero ahora era demasiado tarde; estábamos al borde de la extinción. Los vampiros que quedábamos de este lado del velo éramos muy pocos, y aquellos que habían cruzado al mundo de los humanos cuando aún estaban abiertos los portales, ¿quién sabe si habrían sobrevivido?

 

No teníamos oportunidad. Incluso si lográbamos sobrevivir, no había hembras con las cuales aparearnos. Podíamos usar mujeres de otras especies para nuestro placer, pero ellas no nos darían hijos. Estábamos enfrentando la posibilidad de una desaparición inexorable.

 

Subí a mi recámara y allí estaban Leila y Vania, dos súcubos que habitaban con nosotros.

 

— Leila, ¿no deberías estar atendiendo a Bran? — Pregunté al notar que se estiraba sensualmente en mi lecho. Vania permanecía de pie junto al poste de la cama.

 

— Mi señor se encuentra ocupado con las elfas que ha traído y me ha autorizado a entretenerlo, mi rey.

 

Sonreí.

 

— Bien, pues entonces muéstrame que tienes para… entretenerme.

 

— ¿Puede mi hermana acompañarnos, amo?

 

— Por supuesto.

 

La magia sexual de ambas mujeres se disparó y fluyó por el lugar, y yo permití que me afectara, quedando listo para cualquier cosa que ellas quisieran. Las pocas prendas de las mujeres pronto tocaron el piso y ambas se acercaron a mí, ayudándome a hacer lo mismo. Cerré los ojos y aunque intenté olvidar a mi nueva adquisición bajo las caricias de las súcubos no pude hacerlo, pero al menos me quitaron el mal humor que traía por haber permitido a la mitad de mis hombres marcharse.

 

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.