El fin de los vampiros?

Capítulo 8

Erekai

 

Aunque había pasado un tiempo desde que no veía a la humana que dejé enclaustrada en la biblioteca, no podía dejar de pensar en ella. El invierno se aproximaba rápidamente y me di cuenta de que debía empezar a prepararla para el frío que se avecinaba, o no lo soportaría.

 

Por otra parte, me preocupaban aquellos que se habían dirigido al sur en busca de las supuestas hembras que allí habitaban. Había sido su estúpida decisión, pero no por ello dejaban de ser mis súbditos, los pocos que quedaban en este derruido reino. Aunque creía que se dirigían a una muerte segura, ¿qué más daba? Tarde o temprano moriríamos, y no quedaría ni rastro de nosotros. Al menos de este lado. Quizá en los otros mundos también, ya que en aquel del que provenía la bruja, ya no había rastro de nosotros, solo quedaban leyendas.

 

Bajé las escaleras lentamente mientras cavilaba en estas cosas, también consideré si debía dejar a la chica allí o colocarla en un piso superior, más cerca de mis habitaciones.

 

Al ingresar en la biblioteca, ella se encontraba sentada frente al escritorio, con la cabeza sobre un cuaderno, rodeada de varios libros abiertos. Ella se sobresaltó al verme y sentí su nerviosismo ante mi presencia, aunque ya no era el miedo de cuando la compré. Me observó expectante con sus grandes ojos.

 

— Señor... mi... rey — se puso de pie con lentitud.

 

— He venido a informarme de tus avances

 

— Bueno... he estado trabajando con los elementos y... quedé muy sorprendida porque la magia aquí funciona muy bien y muy rápido, en mi mundo estas cosas no se pueden hacer... — la bruja hablaba precipitadamente. — he podido crear agua y arena, con fuego no me atreví a experimentar, pues temí desatar un incendio... igual, estas cosas duran poco y se desasen con el paso de las horas, entendí por qué mi madre me dijo que no se podía crear comida. También tomé nota de las cosas que recordaba y he estado sacando información de estos libros, aunque aún no encuentro nada sobre protecciones mágicas.

 

De repente se había soltado, parecía que le gustaba mucho lo que hacía. Giré a mi derecha y me dirigí a uno de los libreros más antiguos, saqué de allí unos rollos de pergamino viejos y se los enseñé.

 

— Lo que buscas puede estar aquí.

 

— Los vi, pero no entiendo el idioma.

 

— ¿Este lugar te resulta cómodo? — Pregunté estudiando su rostro cuyos labios estaban algo violáceos.

 

— Tengo un poco de frío, pero puedo soportarlo.

 

— Pronto el invierno estará aquí, en unos días te haré mudar a un lugar más cálido.

 

— Gracias, majestad — ella hizo una suerte de pequeña reverencia.

 

— Con respecto a esos libros, conozco el idioma, puedo enseñarte en mis ratos libres.

 

— Gracias... yo... — Ella de repente se sonrojó. No podía saber lo que pensaba, pero ciertamente me daba curiosidad. — Me han dicho que hay aquí una mujer que podría ayudarme.

 

— ¿La Anciana Madre? ¿Quién te habló de ella? — Indagué.

 

— Pues... alguien del servicio — comprendí que mentía, pero preferí no insistir, ya averiguaría por mi cuenta quién había estado hablando con ella.

 

— Ella está ya muy vieja, apenas se despierta para comer.

 

— Me gustaría conocerla, siempre me he llevado bien con los ancianos — sus ojos profundos como lagunas no abandonaban los míos. Parecía muy confiada y curiosa.

 

— Lo pensaré. Ahora debo irme.

 

Salí del lugar y me dirigí al área de servicio a buscar a Leila, la súcubo a quien había dejado encargada del cuidado de Médora.

 

— Leila — la llamé encontrándola en la cocina.

 

— ¿Sí, mi rey? — Se dirigió a mí con su voz sensual.

 

— Quiero saber de la humana.

 

— Ahora mismo iba a llevarle su comida.

 

— Quiero saber quién le habló de la Anciana Madre — ella abrió la boca sorprendida. — Por tu expresión deduzco que no fuiste tú.

 

— Pues... — Ella sabía que no podía mentirme. — No, no fui yo. No sé quién se lo dijo.

 

— Imagino que sabes si alguien más ha entrado allí.

 

— Ammm — ella se mordió los labios y comenzó a removerse incómoda en su sitio.

 

— Habla.

 

— Rean, señor — ella bajó la voz y la mirada.

 

Di un paso acercándome a ella.

 

— ¿Y cuál puede ser el motivo por el cual lo haya hecho?

 

Leila hizo un movimiento lento con sus parpados y toda su belleza se encendió delante de mí, inclinó su cuerpo hacia adelante sutilmente, exhibiendo su escote. Levanté mi mano hacia su cabello, primero acaricié un mechón y luego entrelacé mis dedos en la suave mata de pelo oscuro, asiendo y jalando de él groseramente.

 

— ¡Cómo te atreves a intentar usar tus artes en mí, asquerosa súcubo! — Exclamé lanzándola lejos. Ella cayó al piso y parpadeó mostrando sorpresa en sus grandes orbes negros.

 

— Señor, lo siento — musitó. — Uno de los guardias me coqueteaba y él se ofreció a llevar su comida, yo no pude contra mi naturaleza...

 

— Puedo imaginarme — gruñí.

 

— No pensé que pudiera pasar nada malo.

 

— Es malo que hayas desobedecido.

 

— Es que no pensé...

 

— No necesito que pienses, sino que hagas lo que mando. Es muy simple — me acerqué y la levanté tomándola del brazo. — Ve a darle de comer y luego prepara para ella la habitación que está junto a la mía.

 

— Sí, sí, señor.

 

— Esto es lo último que te dejo pasar, Leila, si vuelves a fallar te devolveré a los orcos.

 

Salí de las cocinas pensando en ir tras Rean, pero luego me detuve y cambié de rumbo regresando a mi torre. Le dejaría creer que no sabía nada, si tenía alguna intención oculta pronto lo sabría.




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