"El Flautista: Lo que no debe ser recordado"

Parte II

Después de la desaparición de Lena Bauer, los archivos del Instituto Europeo de Etnología se sellaron por tiempo indefinido. La sala donde trabajaba fue clausurada, y el director emitió una declaración confusa sobre una “crisis psicológica aguda”. Pero los que la conocieron, los que asistieron a sus conferencias sobre folclore oscuro y la simbología musical en las tradiciones nórdicas, sabían que no era una mujer propensa a desvaríos. Ella era meticulosa, metódica… y obsesionada.

Su última grabación, encontrada en una vieja cinta magnética —no digital—, mostraba a Lena con los ojos hundidos, el rostro desfigurado por semanas de insomnio, hablando entre susurros:

—El Flautista no busca niños… no solamente… busca ecos. Ecos de sí mismo. Resonancias perdidas en las conciencias humanas. Fragmentos de algo más antiguo… de una canción original. La canción que fue prohibida cuando los dioses aún temían. Pero nosotros… nosotros dejamos la puerta abierta…

La cinta termina con una distorsión aguda que ha causado sangrado nasal a varios técnicos. Fue catalogada como “dañina” y escondida en un sótano olvidado.

Pero no todos lo olvidaron.

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Un vistazo al pasado.

Etapa I: Viena, 1899 – La Noche del Concierto Silente

Viena, final del siglo XIX. Bajo el imperio austrohúngaro, la ciudad brillaba como una joya de cultura, ciencia y arte. Pero también hervía en secretos. En las profundidades del distrito Leopoldstadt, donde los músicos bohemios se reunían en sótanos envueltos en absenta y cigarrillos, un joven prodigio del violín, Otto Weber, comenzó a soñar con una melodía que no había escuchado jamás.

Los sueños no eran sueños, sino visiones. Al principio, leves susurros en medio de la niebla del sueño; luego, escenas completas: un hombre delgado, sin rostro, rodeado por niños de rostros inexpresivos, tocando una flauta que emitía notas que abrían grietas en el aire. Otto, movido por una inspiración desesperada, comenzó a transcribir fragmentos de esa música en sus diarios.

Una noche, tras un ensayo con Mahler, Otto se extravió entre las nieblas del Prater. Allí, lo vio. Alto. Inmóvil. Una silueta imposible. El Flautista le extendió una partitura que parecía estar escrita con sangre seca sobre piel humana. Cuando Otto la leyó, sangró por la nariz y se desmayó.

Convencido de que debía interpretar aquella obra, Otto alquiló el abandonado Teatro Silberklang. Sólo invitó a unos pocos: artistas, poetas, músicos. Gente sensible. Gente vulnerable. El 17 de diciembre de 1899, a las 23:33 horas, tocó la primera nota.

Nadie volvió a salir del teatro.

Los policías que entraron después describieron un hedor antiguo, como de cripta violada. Los cuerpos estaban sentados, sonrientes, con los ojos completamente negros. Otto no estaba. Ni su violín. Sólo quedaba en el centro del escenario una flauta tallada en hueso… y la partitura, ya ilegible.

El teatro fue reducido a cenizas por un incendio inexplicable días después.

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Etapa II: Japón, 1943 – La Danza de los Sin Nombre

En plena Segunda Guerra Mundial, en las montañas remotas de Nagano, un pequeño pueblo llamado Hoshimura fue borrado de los mapas. Oficialmente, un deslizamiento de tierra. Extraoficialmente… una melodía que desenterró un pasado enterrado por los dioses.

Aiko Matsumura, antropóloga y lingüista, llegó a la región para estudiar dialectos rurales. Allí, descubrió que los ancianos se negaban a pronunciar ciertas palabras relacionadas con la música. “Hay sonidos que no deben nombrarse”, le advirtió un viejo monje.

Pero Aiko escuchó rumores de un niño que hablaba en sueños, entonando una canción extraña en un idioma que nadie comprendía. El niño afirmaba que “el Hombre de la Lluvia” lo visitaba por las noches y lo hacía bailar.

Aiko grabó sus cantos en un fonógrafo de cuerda. Al reproducirlo, la aguja se rompió. Lo que escuchó antes fue suficiente: una melodía dulce y horrenda, que parecía llorar y reír al mismo tiempo.

Esa noche, catorce niños desaparecieron del pueblo. Al amanecer, los hallaron bailando sin parar en un claro del bosque, con los pies rotos y las bocas moviéndose sin emitir sonido. Murieron uno a uno, sin dejar de moverse, como si su voluntad hubiera sido sustituida por la de otra cosa.

Aiko enloqueció tras encontrar una antigua pintura en una tumba cercana: representaba a un ser alargado, tocando una flauta mientras montañas se abrían como bocas.

En su último mensaje, escribió:

> “No es un dios. Es una frecuencia. Es el error de la Creación. Nos recuerda lo que nunca debimos saber.”

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Etapa III: Berlín, 2023 – Frecuencia Prohibida

El sistema de metro de Berlín guarda secretos desde la Guerra Fría. Túneles cegados, estaciones fantasmas… y entre ellos, un pasillo conocido solo por grafiteros y buscadores de lo prohibido: el Sector 13.

En noviembre de 2023, un canal de exploración urbana publicó un video con el título: “Wir haben ihn gehört” (“Lo escuchamos”).

En el video, dos jóvenes caminan por un túnel oscuro, iluminando con linternas de cabeza. A los cinco minutos, un sonido extraño interrumpe: un silbido armónico que oscila entre ternura y terror. Uno de los jóvenes comienza a reír… luego a llorar… luego a cantar una melodía imposible, hasta que su compañero grita y la cámara cae.

Se oye una última frase, susurrada:

—Ya viene. No corras. Él no persigue. Él llama.

El video se viralizó y luego desapareció. Cualquier intento de reenviar el archivo provocaba errores graves en los dispositivos. Usuarios reportaron voces en sus auriculares y pesadillas repetitivas con túneles interminables y niños sin ojos.

Investigadores descubrieron que la melodía contenía frecuencias entre 33Hz y 7Hz, ondas que afectan el sistema límbico y la percepción del tiempo.



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En el texto hay: oscuridad, miedo, terror

Editado: 18.04.2025

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