El fragmento ámbar. El ojo esmeralda

Capítulo 2

Scarlett despertó entre sudores fríos, con la respiración entrecortada. Ante sus ojos desfilaban aún reflejos de las pesadillas que la habían atormentado durante la negra noche. Callejones oscuros, secretos enterrados con cadáveres. Voces incomprensibles que murmuraban una y otra vez, una y otra vez. Callejones oscuros. Secretos y cadáveres.

Confusa, miró a su alrededor. Tenía frío, mucho frío, y sentía un dolor fuerte y hueco en el estómago. Tembló e intentó enfocar la vista. A su lado, Dewitt dormía bajo las mantas viejas, tiritando. Tras unos segundos su mente se clarificó y las pesadillas, poco a poco, se fueron desvaneciendo. La luz tenue de los soles que acababan de amanecer se filtraba por entre las grietas de las paredes de la panadería derrumbada.

La muchacha se levantó somnolienta y, tras arrebujar bien al chico con otra manta y un jersey viejo que habían rescatado de la basura hacía unos días, despejó los restos de la hoguera de la noche anterior. De un rincón del antiguo horno de pan calcinado donde se refugiaban recogió un montón de ramas y hojas secas, y con una yesca y un pedernal que habían adquirido hacía unas semanas, trató de encender de nuevo un fuego enterrado para ahuyentar el frío nocturno que durante la noche los había calado. Cuando las chispas cayeron sobre las hojas y las ramitas, comenzó a salir un humo negro. Scarlett sopló hacia la base del fuego para darle aire y este prendió al cabo de pocos instantes. La muchacha se calentó las manos en las llamas mientras miraba al cielo con mueca de preocupación. «Si ya hace este frío, y solo estamos en otoño…». Se avecinaba un invierno duro. Hacía muchos años que no hacía tanto frío en unos meses normalmente más templados, y cuando empeorara en los siguientes muchos de los que, como ellos, no tenían un lugar donde vivir, no conseguirían sobrevivir a las bajas temperaturas. «Tenemos que salir de aquí. Dewitt no aguantará un invierno más a la intemperie», meditó la chica.

Su mirada se dirigió hacia el chico, que se revolvía bajo las sábanas, murmurando en sueños. Scarlett esbozó una sonrisa entristecida. «Ya hace casi un año que lo encontré. Justo al acabar el último invierno», rememoró. Lo había encontrado solo y perdido en las calles de Capital, un huérfano más de los cientos que vagaban por la ciudad sin hogar. La situación de Dewitt antes de encontrarse con Scarlett era confusa y distorsionada por las distintas historias que él había ido explicando. Algunas, y Scarlett estaba segura de ello, habían sido invenciones del pequeño, aunque lo que parecía claro era que antes de encontrarla había estado con un grupo de chicos mayores que él, pero que por lo visto lo abandonaron en algún momento, robándole toda su comida y posesiones. Dewitt había vagado, perdido y solo, durante días por las calles de Capital, hasta que Scarlett lo encontró y, en cierta forma, lo adoptó. «Si yo no lo hubiera recogido… no habría sobrevivido ni un día más». Día tras día se podía ver a soldados de la guardia de Capital retirar cadáveres de niños de las calles, muertos ya bien por el frío, por el hambre, o por los vagabundos depredadores que acechaban en cualquier esquina, que no eran más que desesperados carroñeros en busca de poder sobrevivir un día más aunque fuera a costa de las vidas de otros. Era la ley del más fuerte, y Scarlett lo sabía. También sabía con certeza cuáles eran las dos cosas que permitían sobrevivir en las calles: astucia y alguien con quien convivir, con quien cooperar. Había quien pensaba que la suerte podría ayudar también a ello, pero lo cierto era que la fortuna no sonreía muy a menudo en aquellas calles. Había pequeños destellos, fogonazos de buena suerte, pero no abundaban. Algunos niños afortunados conseguían ganar el favor de algún ciudadano que de vez en cuando y con cierta regularidad los alimentaba. Otros, aún más afortunados, eran reclutados para realizar trabajos serviles y diversos en establecimientos como posadas, panaderías o herrerías. Aun así, la gran mayoría, los menos afortunados como era de suponer, terminaban siendo alimento de las manadas de perros callejeros o de los vagabundos mayores y más fuertes.

Dejando de lado sus oscuras reflexiones, Scarlett volvió a la realidad. Sus manos ya se habían calentado lo suficiente y ya no temblaba, aunque le preocupaba que, bajo las mantas, Dewitt no consiguiera entrar en calor. Cuando se levantó para ir hacia él, su estómago comenzó a rugir, recordándole que el día anterior, el día del espectáculo de Vieja Lengua, se habían terminado los últimos mendrugos de pan que les quedaban, y que la búsqueda de limosnas había sido más que infructuosa. Tratando de ignorar su malestar se acercó al pequeño y lo despertó con suaves empujoncitos. Cuando el chico se incorporó Scarlett tragó saliva. Por su aspecto Dewitt estaba aún peor que ella. Su rostro estaba pálido como la nieve y la piel se le pegaba directamente a los huesos, como si no hubiera ni una pizca de carne entre ambas. Pero a pesar de su estado el chico aguantaba, sin quejarse, como había hecho siempre.

—Scarlett… —dijo el muchacho con un débil y quebradizo hilo de voz.

—Buenos días, Dewitt —le saludó ella, acariciándole la cabeza—. Toma, bebe un poco de agua y ven a calentarte cerca del fuego.

El chico bebió un largo trago de la bota de cuero y se acercó arrastrando los pies a la pequeña hoguera que ardía alegremente en el hoyo. Durante unos minutos se calentó ante las llamas, y sus temblores poco a poco se suavizaron, dejando que su mirada se perdiera entre el danzar de las llamas. Scarlett, que no quería interrumpir sus meditaciones, se limitó a guardar silencio y permanecer a su lado.

—He estado pensado —acabó por decir el chico—. Ya que nos hemos quedado con tan poca comida… hoy iré contigo a pedir limosna. Ya sé que sueles ir tú y yo me quedo a vigilar el escondite… pero no creo que nadie lo encuentre aunque yo no esté. Y si vamos los dos tendremos más posibilidades de conseguir algo de comer, aunque sea poco.



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En el texto hay: distopia, aventura epica, mitologia

Editado: 27.03.2020

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