El fragmento ámbar. El ojo esmeralda

Capítulo 3

Cuando sus ojos se abrieron de nuevo, Scarlett desconocía si habían pasado segundos, minutos o días enteros desde que el suelo la había recibido. Lo primero que vio cuando trató de enfocar la vista fue un rostro. Era el de una mujer de facciones amplias y afables. Su cabello, rizado y encrespado, le recubría la cabeza como si de una maraña castaña se tratara.

—Niña —le pareció escuchar mientras la mujer movía los labios—. Niña, ¿te encuentras bien?

Scarlett notó como se le destaponaban los oídos y de pronto sus sentidos se aclararon. Se encontraba en uno de los laterales de la calzada, recostada sobre el regazo de aquella mujer que la miraba con compasión.

—¿Dónde está Dewitt…? —fueron las primeras palabras que consiguió articular.

—¿Tu amigo? Está aquí, junto a ti —respondió la mujer.

La chica se incorporó a medias y, tal y como decía la mujer, vio al muchacho recostado junto a ella, con los ojos cerrados y el semblante tranquilo.

—No tienes que preocuparte, está bien. Parece que solamente está cansado.

Scarlett respiró, tranquila.

—¿Quién… quién sois? —preguntó la muchacha a la mujer tras unos segundos.

—Me llamo Delia —respondió ella—. Volvía hacia mi casa cuando vi cómo alguien os empujaba al suelo. Al ver que nadie os ayudaba os saqué de la calzada y he estado junto a vosotros esperando a que despertarais.

Scarlett la miró por unos segundos, confusa. Sentía una extraña sensación cuando la miraba a los ojos. Una sensación que nunca antes había sentido. Era como si su mirada le hablara, como si los ojos de aquella mujer estuvieran llamando su atención para decirle algo que ella necesitaba saber.

—Pero… ¿por qué lo habéis hecho? —dijo Scarlett de pronto. La muchacha volvió a clavar su mirada en la de la mujer, que parecía sorprendida por la pregunta. —Vuestros hijos —dijo de pronto, cuando Delia parecía estar a punto de responder—. Vuestros hijos murieron… hace poco. Habéis visto a Dewitt en la calzada, y os ha recordado a uno de ellos. Por su aspecto. Por eso nos habéis ayudado…

El rostro de la mujer palideció visiblemente, y sus ojos se abrieron como los de una lechuza. Tras unos instantes miró a Scarlett con el ceño fruncido.

—Niña… ¿te conozco de algo?

Scarlett la miró, casi tan confusa como ella.

—No… no os había visto en mi vida.

Pasaron unos segundos en los que nació y creció un silenció incómodo. La mujer, Delia, la miraba con una mezcla entre curiosidad y miedo. Tras unos instantes, sin embargo, pareció reponerse y volvió a su rostro la expresión afable y sonriente.

—Bueno… dime, ¿cuál es tu nombre, pequeña?

—Scarlett. Me llamo Scarlett.

—¿Scarlett, eh? Es un nombre bonito. Scarlett y Dewitt, ¿no es así? —Ella asintió—Ven Scarlett, coge mi mano. Levántate.

La chica cogió la mano de la mujer llamada Delia y con su ayuda se levantó. Una vez en pie pudo verla en toda su figura. Era de mediana edad, aunque en su rostro se apreciaban ya los estragos del paso del tiempo. No vestía ropajes ostentosos ni joyas, sino un vestido sencillo y largo de un color gris oscuro. Sin embargo, su silueta nada esbelta indicaba que disponía de suficientes comodidades como para no pasar hambre.

Scarlett dirigió su mirada a su alrededor. La calle estaba ya prácticamente vacía, y los soles se ocultaban ya. La luz diurna era anaranjada y muy tenue. Scarlett se dirigió entonces hacia Dewitt, que había quedado recostado bocarriba, con la cabeza apoyada sobre una prenda de ropa doblada que hacía las funciones de almohada.

—Escucha, niña —dijo Delia dirigiéndose a ella—. Ven, ven conmigo.

A pocos pasos de donde Dewitt yacía había una cesta de esparto grande con dos asas, un utensilio que las mujeres solían a utilizar para transportar sus compras que hacían cuando acudían a los mercados y a los puestos de los comerciantes. Delia la agarró por las asas para abrirla y comenzó a rebuscar en su interior y de pronto Scarlett se encontró en sus brazos con una barra y media de pan blanco y tres manzanas grandes y rojas dentro de una cesta como la que tenía la mujer, pero mucho más vieja y pequeña. Un olor a pan tierno y recién hecho le ascendió por las fosas nasales, provocando un fuerte respingo en su cavidad estomacal y una anormal salivación en su boca. Sin salir de su asombro miró con perplejidad a la mujer.

—Guárdalo en la cesta y escóndelo bien, pequeña. Coge a tu amigo y volved a allá de donde vengáis. Toma esto —dijo, mientras rebuscaba más dentro de su cesta. La mujer sacó una bota de cuero de las que se usaban para guardar bebidas en el interior. —Es un vino especiado muy fuerte. A mi marido le encanta. Dale un sorbo al chico y se despertará enseguida.

Scarlett, muda por el asombro, dejó la cesta con el pan y las manzanas en el suelo y cogió la bota que Delia le ofrecía. Se acercó a Dewitt y pasándole una mano por el cogote le levantó un poco la cabeza. Colocó la boca de la bota de vino sobre sus labios y dejó que un pequeño chorro del líquido oscuro se le escurriera cuello abajo. Casi instantáneamente, como si de una medicina milagrosa se tratara, Dewitt abrió los ojos y comenzó a toser con fuerza. Cuando las convulsiones hubieron cesado, el chico abrió levemente los ojos y miró a su alrededor.



#17637 en Fantasía
#3746 en Magia

En el texto hay: distopia, aventura epica, mitologia

Editado: 27.03.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.