El FrenesÍ Zombi

1. MURRAY

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MURRAY

 

La noche que todo sucedió, Murray llevaba más de un mes de haber muerto. Siempre fue un gran amigo del pastor Adams, aunque nunca compartió sus ideas sobre la vida después de la muerte y el fin del mundo. Por años, desde su juventud, Murray ocupó su vida en acumular bienes materiales. Quería a Raúl Adams como si fuera su hermano. Ambos crecieron en el albergue de Ciudad Cristal. La apariencia lúgubre del viejo edificio albergaba los recuerdos más añorados de la infancia del gran empresario. Murray Parker. Descanse en paz. Por lo menos, eso es lo que reza su epitafio. La verdad es que el hombre mucho hizo por acumular bienes en la tierra, de manera que descuidó los bienes de la vida venidera. Siempre tuvo a su amigo para predicarle la palabra del Señor, la segunda venida de Cristo, y las cosas horribles que sucederían previas a su llegada. Y sin embargo, ahí estaba el cuerpo de Murray, siendo degustado por los gusanos mientras su alma yacía sin duda alguna en una eternidad retirada de Dios. Para Adams fue una pena terrible saber que, el poderoso hombre y amigo de siempre, había terminado su vida de una manera tan patética. Muerto en su propio comedor en medio de un desayuno, atragantado con una pierna de pollo. El hombre tenía suficiente dinero para prácticamente comprar media Ciudad Cristal, pero ni aún dándolo todo, hubiera podido añadir un minuto más a su vida. Y precisamente un minuto, un minuto en que él se hubiera decidido a orar por su salvación y el perdón de sus pecados, hubiera sido suficiente para evitar su trágico destino eterno.

Ahora bien, de Murray sólo queda la tumba como un efímero recuerdo a su memoria. El hombre además de rico, era excéntrico hasta más no poder. Su última voluntad había sido que lo enterraran en la iglesia pentecostal de Ciudad Cristal, que él mismo había ayudado a edificar como un símbolo prevaleciente de la amistad que había tenido desde siempre con el pastor. Sólo eso quedaba de Murray, un recuerdo, un epitafio en la entrada de la iglesia anunciando el contenido putrefacto del sepulcro blanqueado alrededor del cual  las flores de la congregación crecían adornando la bella instalación. Verla producía un nudo en el estómago del evangelista. Por mucho que hubiera amado a su amigo en vida, uno por lo menos, cuando no conoce el evangelio de Jesucristo, puede pensar que los pecados y las buenas obras del hombre se iban a medir en una balanza, y que Dios le permitiría entrar al cielo, pero la realidad de la Biblia es otra: al no aceptar el regalo de salvación de Jesús, lo único que esperaba a Murray del otro lado era la oscuridad eterna.

Aún así, aunque saber esto provocaba el morbo de la mayoría de los feligreses, y cierto temor, cada fin de semana la iglesia de Ciudad Cristal se llenaba hasta más no poder, y los coros se elevaban hasta el firmamento en un río de alabanza que hacía calmar el corazón. Dios se manifestaba ahí. Cualquiera que se dejara dominar por el sentimiento de amor que irradiaba, podía notarlo.

La noche que ocurrió la masacre zombi, parecía un domingo cualquiera de culto, alabanzas, sermones y diezmos, pero, evidentemente, no fue así.

La iglesia cantaba. Era una molestia para las personas que caminaban afuera, olvidadas de Dios, o muy ocupadas para ponerle atención, pasar por la cuadra de la iglesia de Ciudad Cristal a las ocho de la noche, y toparse con los coros todos dinosaurios de la iglesia, que si bien no se había actualizado en cuanto a música, era porque los himnos clásicos inspiraban una paz que ponía a la gente en una comunión de verdad con el Señor, y no hacía falta meter bajo y baterías como en otras iglesias, aunque de vez en cuando los coros juveniles entonaban las canciones de alabanza. La gente despreciaba esa iglesia, igual que al hombre que la había construido, pero ¿Importaba un poco eso acaso para alguien que estaba alimentando a los gusanos bajo el jardín de la iglesia? La congregación de Adams era feliz. Todos, a su parecer, eran felices y en comunión con Dios, hasta que ocurrió lo inesperado.

En un repentino torbellino de luz y el sonido de un relámpago, ante los ojos atónitos de un escaso número de feligreses, los casi doscientos miembros de la iglesia desaparecieron en un instante tan veloz que uno que otro se lo perdió por tener que parpadear en aquel momento. Los miembros de la iglesia desaparecieron, dejando ropa, bolsos, biblias, relojes, todo cayendo al suelo en una imagen que parecía de una película de ciencia ficción sobre secuestros alienígenos. Las ventanas se quebraron como si estuvieran demoliendo el edificio. Afuera los postes de luz lanzaron chispas. La sangre se heló para el escaso grupo que había quedado. Un par de cristianos, en su mayoría jóvenes, que miraban tan asombrados, que parecía que sus ojos se iban a salir de las cuencas. Algunos comenzaron a llorar. Uno vomitó a causa de las nauseas. Todos sabían lo que acababa de suceder, pero pocos querían creerlo. Era imposible, no podía ser. El pastor, miró de reojo su congregación vacía, con la Biblia en sus manos temblorosas. Minutos antes estaba predicando el mensaje que Dios había puesto en su corazón para esa noche, sin saber que era tarde. La segunda venida había ocurrido, y Jesucristo se había llevado a los que creyeron en él, y le amaron hasta el fin.

El pastor por años había predicado el mensaje. Si alguien había hablado de la venida del Mesías, era él. ¿Por qué Dios lo había dejado? La respuesta era obvia. Dios lo ve todo, y lo sabe todo. No se le puede engañar. Como pastor, el único interés legítimo de Adams había sido el dinero. Cada semana él recordaba a sus feligreses la importancia de diezmar (aunque él mismo no creía en las bendiciones de Dios), y por lo menos dos veces por semana se pasaba la canasta de los diezmos. Dar para la causa de Dios es importante, pero a él sólo le interesaba tener para vivir bien, y  esto le costó un poco más que la vida y el alma de su mejor amigo.



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En el texto hay: drama, religion, zombis humanos y animales

Editado: 30.04.2020

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