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IVÓN
La chica corrió hasta más no poder, después de la horrible escena vivida en la iglesia. Se había contenido desde el momento en que todos se quedaron mirando al cadáver, pero simplemente no pudo evitar gritar ante el espanto. Si había una cosa en la vida que le provocara más espanto que cualquier otra, era sin duda los cadáveres. Vino a ella el recuerdo de su infancia, al contemplar a su mamá muerta en el asiento delantero del auto, momentos antes de desmayarse. Ivón se había salvado, pero su madre había muerto en el fatal accidente en que toda su vida se arruinó.
Se sentía terrible por lo ocurrido, pues además se cargaba la culpa de que el zombi hubiera arrancado el brazo de su amigo el señor Owen en el momento en que ella gritó. Trató de contener las lágrimas, pero era inútil. Su padre ya se lo había dicho. Ella era débil, y su existencia un error. Una falla en el preservativo que además unió a su padre con una mujer a la que nunca amó. ¡Se sentía tan sucia, tan culpable! En toda su vida sólo había tres personas que le habían hecho sentir que su vida valía algo: el señor Owen, que la invitó a la iglesia la primera vez; su novio Orangel; y el Señor Jesús.
Deseaba morir. Deseaba que su sufrimiento terminara. Los efímeros instantes en que entonaba los coros en la iglesia calmaban un poco su frustración y estrés al que la sometían los insultos de su padre. Ella tenía más de dos años de haber dejado la escuela para ayudar a su papá a sustentar el hogar, consiguiendo trabajo en una librería. Más lágrimas recorrieron sus mejillas. Para ella, esa librería significaba su única justificación para existir en este mundo cruel. Ella sólo servía para atender la librería y nada más, por lo que las quejas del jefe la hacían sentir que lo único para lo que había nacido, lo hacía mal. “Su padre tenía razón”, pensó ella; pero eso no era lo importante en ese momento. ¿Qué fue lo que pasó en la iglesia? ¿Era ese el cadáver que estaba enterrado en el sepulcro a la entrada del edificio? ¿Por qué apareció ahí? Esas dudas por un momento alejaron su mente de los problemas personales, para hacer palpitar su corazón de miedo al recordar en cámara lenta las escenas que había visto.
Se detuvo para contemplar la escena que tomaba lugar en la ciudad. La gente que por lo regular pasaba por el centro, ocupada de sus propios problemas como todo mundo, estaba aglomerada en varios grupos, en medio de un escenario apocalíptico que manifestó un frío en la espalda de la muchacha.
Hasta donde la vista alcanzaba, había accidentes de autos, choques, víctimas aplastadas, y choferes colgando del parabrisas de los vehículos. La muchacha con una mano en el pecho se acercó a averiguar qué había ocurrido en toda la calle.
-El chofer de aquel tráiler desapareció mientras mane-jaba- dijo un hombre señalando a lo que al parecer, era el vehículo causante del fulgor que se había visto desde el vitral de la iglesia. ¿Más desapariciones? Esto empezaba a alarmar a la muchacha. Trató de serenarse, pero sólo logró enrojecer sus ojos y empezar el llanto nuevamente. La sangre se le heló cuando vio una mano bajo el tráiler, que indicaba que antes de estrellarse alguien había sido aplastado por él. Tantos accidentes de autos… el recuerdo del trauma de su niñez… el accidente de la muerte de su madre, se veía manifestado en cada choque… quería vomitar. Se sentía mareada. ¿Era su imaginación, o la mano que estaba debajo del tráiler se movía? Ella avisó a un par de hombres que estaban ahí, que era posible, que el hombre que estaba ahí debajo siguiera con vida.
-Aunque siguiera con vida- dijo el hombre -Se necesitaría una grúa para poder sacarlo. Es sólo tu imaginación.
Ella estaba segura que la mano se movió, pero luego se dio cuenta que era imposible que un ser humano soportara tanto peso debajo de su cuerpo. ¿O sería posible? Trató de no mirar más la mano, pues estaba segura que entre más se acercaba, esta se movía, y continuó caminando a casa. Cerró los ojos, para evitar la enloquecedora alucinación.
Autos estrellados, cadáveres, pedazos de vidrio por todos lados, oscuridad causada por un choque en un poste de luz, con el aura de muerte sólo reflejada por las espectrales llamas de los accidentes. La muchacha cerraba sus ojos para no ver los cuerpos despedazados de las víctimas de la tragedia, pero sus nervios se quebrantaban cuando alcanzaba a escuchar llantos, palabras de maldición y sollozos. Sus nervios estaban destrozados. Ella se preguntaba ¿Por qué no pude morir yo? Ella lo hubiera deseado así, en lugar de tener que contemplar aquél repugnante espectáculo.
Si algo de valor o tranquilidad le quedaba después de lo vivido esa noche, todo se desvaneció por completo cuando empezó el pandemónium.
Gritos… cientos de gritos delataban lo que ella apenas había podido soportar pensar ver en sus más macabras pesadillas. En el momento en que una mujer se acercó al cadáver de su esposo, atropellado por otro auto que perdió a su conductor, éste se levantó con una mirada vacía y una maligna sonrisa, y tomando a su mujer por el cabello con una mano y por el cuello con la otra, le torció el pescuezo arrancándole la vida al instante. Los gritos aumentaron. Cada víctima, cada conductor accidentado, se levantaba. Algunos vomitaban sangre, otros derramaban vísceras mientras alcanzaban a los que tenían cerca de ellos, y atacaban con mordidas y rasguños haciendo uso de una fuerza sobrehumana. La gente corría, mientras Ivón miraba frenéticamente a su alrededor preguntándose qué demonios sucedía.