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SANDY
La noche era joven. La vida para ella se vivía sólo una vez. Había que vivir el momento, disfrutar la juventud, sin perder un solo instante. La gente apoyaba su estilo de vida. En otras mujeres lo podrían ver como la filosofía de una chica fácil, pero Sandy caía muy bien entre la gente, y para todos era una diva juvenil. Ella era popular, respetada, y caía bien a la banda por su humor y su modo alegre de ver la vida. Las luces alumbraban las mesas del antro mientras las parejas bailaban y en la mesa, Sandy y sus amigas reían mientras los chicos contaban chistes y cotorreaban alegremente. Ella no sabía si su mareo se debía al alcohol ingerido o si tenía alguna complicación menor de su ligero resfriado, pero esa noche, aunque se mostraba feliz en compañía de sus conocidos, no podía dejar de sentir que algo andaba mal.
La diversión en el antro continuó hasta entrada la noche sin que nadie se percatara de lo que ocurría afuera. Sandy había decidido acompañar a sus amigas esa tarde, aunque no se sentía del todo bien, sólo para tener una excusa para rechazar la invitación de Ayumi. La chica tenía semanas invitándola a visitar la iglesia de Ciudad Cristal en una de sus ceremonias. ¿Qué rayos le pasa? Todo mundo sabía que ella no era partidaria de ninguna religión. Le gustaba la vida libre y el sexo sin compromisos. La fiesta nocturna era su vida, y, aunque sus padres lo desaprobaban del todo, y le hablaban constantemente de Cristo y de las cosas que hizo, a ella no le interesaba en lo más mínimo la vida de un muerto. Lo que le interesaba, por supuesto, era captar la atención de aquel muchacho que recién había comenzado a asistir a la disco de Ciudad Cristal. Era alto, de cabello castaño y una sonrisa que le encantaba. Ella sabía bien que no estaba enamorada. Quería simplemente acostarse con el chico y seguir con su vida, pero se veía demasiado serio, y aunque su mirada ya se había cruzado con la de Sandy, junto con una que otra sonrisa, no había tenido la oportunidad de hablar con él, pues siempre iba acompañado de su novia. A ella le tenía sin cuidado si un chico tenía novia o no. De cualquier modo, su interés era sólo pasar el rato, la noche, quizás. Un rato de placer. Ella tenía muy buenas razones para atraer al muchacho, y sabía que en cuanto su novia fuera al baño, o se descuidara por un momento, podría actuar.
Mientras tanto, no dejaría su estado de ánimo sólo porque le interesaba un chico que siempre iba acompañado. Esas dos noches, habían sido, como ella las llamaba, aventuras. Sus amigas ya sabían que cuando ella se desaparecía, era para pasar el rato, con algún chico que, seguramente, acababa de conocer.
Esa noche su resfriado no la dejaba en paz. Le dolía la cabeza, pero se esforzaba porque los demás no se dieran cuenta de que estaba agotada. Ese sería el colmo. La cabeza le daba vueltas, y sus ojos estaban cansados, pero se esforzaba por mantenerse coqueta, alegre, seductora. Volteó a la mesa del chico, y este le devolvió una sonrisa que ella lanzó con toda la intención de captar su atención. La novia del muchacho, volteó sacada de onda a ver a Sandy, y sus ojos se abrieron de sorpresa ante la osadía de su galán. Sandy sonrió, consiente que ese, era el primer paso.
Afuera la gente esperaba su turno para entrar. El enorme cadenero que estaba a la entrada revisaba que los jóvenes que entraban no portaran armas, drogas o algo que pudiera ocasionar problemas ahí dentro. Pese a que revisaba de pies a cabeza en busca de algo que pudiera poner en riesgo la salud de terceros, había siempre uno que otro que se las ingeniaba para portar una navaja, una cadena, o algo peor. Por lo general la gente llevaba esos artefactos como prevención para defensa personal, pero esa noche, tal como Sandy podía sentir, el ambiente estaba tenso dentro del club. Las cosas estaban calientes, y ese, precisamente, era el peor día para que las cosas se pusieran mal en cualquier parte de la ciudad.
La novia del chico que Sandy deseaba conocer salió un momento, y ella tuvo ahí la oportunidad. Sus amigas ya conocían sus pericias, por lo que no hicieron caso de su repentino movimiento y siguieron platicando. Con los chicos. Ambos se miraron fijamente cuando ella lo saludó. Él la miró de pies a cabeza, y ella le sonrió coquetamente. Pasó un momento, en que quizás, o no, el joven estaría pensando en las conse-cuencias de sus actos si cedía a sus impulsos, pero la bella figura de Sandy invitaba a actuar de cualquier forma. Pasó muy poco antes de que los dos se sentaran en uno de los rincones más oscuros del club, y se conocieran más de cerca, en medio de un mar de pasión hormonal. Ambos se besaban apasionadamente, como si se tratara de un amor bien cultivado, pero para Sandy sólo se trataba del preparativo previo a llevar al muchacho a un lugar donde pudieran estar solos. El preparativo iba tan bien que Sandy se había olvidado por completo del resfriado, y comenzaba a sentirse encendida, mientras sentía las manos del muchacho acariciando su perfecto cuerpo, cuando alguien tocó su hombro y la apartó del muchacho.
Ella esperaba que el único inconveniente de sus acciones fuera la novia de su “presa del día”, pero la cara que encontró al darse la vuelta hizo que se le helara la sangre.
La cicatriz en su rostro, la cara de pocos amigos, y la bola de amigos matones atrás dio a Sandy la certeza de que se encontraban en grandes apuros. El muchacho que la había separado de su acompañante era un viejo amor, o, como ella lo llamaba, un “rato de diversión” que se había encariñado con ella. Sandy siempre se daba el lujo de despreciar a sus parejas cuando estas le aburrían, pero éste en particular se trataba de Francisco, uno de los principales de una pandilla. Ella le había recitado su lema antes de dejarlo fuera de su vida para siempre. “No confundas el sexo con amor, que son dos cosas distintas, y a mí ya no me interesa nada más de ti”.