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HARRISON
-Cerraron esta empacadora cuando él mató a casi veinte personas. Dicen que los rebanó como salamis.
-¿Quién fue?- preguntó la chica, con mórbido interés.
-Un lunático. Nunca se supo quién fue. Los periódicos lo llamaron Harrison, por aquel personaje que sale en el libro de Ángel Crive. Dicen que está en algún lugar de esta ruina, alimentando a los gusanos.
-¿Nunca lo atraparon?
-El oficial que investigó el caso perdió un brazo. Ese desgraciado se lo cortó con su sierra eléctrica. Con la sangre chorreando, levantó su otro brazo mientras el asesino escapaba, y le disparó. Lo más seguro es que sobreviviera, pero aunque nunca lo hallaron, y la gente dejó de morir en la zona, lo dieron por muerto.
-Pero, ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué los mató?
-No tenía ninguna razón. Lo hizo por placer.
Susan y Samuel habían decidido verse esa noche. Ella estaba nerviosa. ¿Por qué a los chicos les atraía tanto llevar a sus novias a lugares donde ocurrieron cosas horribles? Los homicidios de Harrison salieron en todos los periódicos de Ciudad Cristal. Por las brutales torturas que aquel alienado había hecho a sus víctimas, cortando piernas, brazos, miembros, y el cuerpo en tiras de todas sus victimas, los periódicos amarillistas lo llamaban el “carnicero humano”. A su última victima, antes de ser localizado, la había cortado en tantos pedacitos que las autoridades tardaron casi un día entero en recoger los pedazos. Y ahí estaban, tan sólo 2 años después, Samuel y su novia, admirando la construcción desde la colina. El aspecto lúgubre de la vieja empacadora, junto con las historias de homicidios en la fría oscuridad, hacían a Susan temblar, como si en esa noche cualquier cosa pudiera pasar.
-Es extraño ¿No?- dijo Samuel. Esta noche no hay ninguna estrella a la vista.
Susan miró al cielo. Era verdad. No había ninguna estrella en el firmamento. Hacía un frío atroz en aquel valle.
-Está helando- dijo Samuel con sutileza, poniendo su brazo en el hombro de Susan. Ella se acercó a él en cuanto sintió su tibieza, pero sus siguientes palabras la hicieron cambiar de opinión. -¿Te gustaría entrar?
La idea de entrar a la empacadora aterraba a Susan más por la presencia de ratas, arañas y alimañas más que por las ridículas historias de Harrison, pero estaba tan ciega por el deseo de estar con aquel hombre, que lo seguiría a donde fuera.
-De acuerdo- expresó -Vamos.
Viejo, y lleno de polvo, pero sin nada que resultara aterrador. Susan y Samuel permanecieron un rato, olvidados de todo, concentrándose en el amor de su noviazgo. ¿Sería esa la noche en que ella accedería a entregársele? Posiblemente, aunque su idea de aquel romántico momento no era un edifico abandonado y viejo.
Samuel estaba más que dispuesto a lo que había venido. Había planeado esa noche toda la semana. Por fin iba a conocer de lo que era capaz su chica. Esa noche no saldrían de aquel lugar hasta que ella y él hubieran terminado de hacerlo.
-¿Oyes eso?- dijo Susan asustada.
-¿Oír qué?- dijo Samuel, pensando que quizás la había regado. Si ella se asustaba y quería irse, todo su plan se echaría al suelo. –Yo no oigo nada.
-Si- dijo ella –Es por allá.
Samuel estaba nervioso. Se escuchaba al fondo de la habitación algo arrastrándose sobre la madera del piso, pero no se alcanzaba a ver nada.
-Debe ser el viento- dijo. De repente le sonó como un cliché de alguna película de terror, pero por más películas que hubiera visto en su vida, no iba a hacerse a la idea de que Harrison los estaba observando sólo por el ruido de algo en el fondo.
El ruido se acercaba hacia ellos, pero no veían nada.
-Esto es extraño, Sammy- dijo ella, acurrucándose en el pecho de su novio –Mejor hay que irnos.
“De ninguna manera”, pensó Samuel “No hasta haber tenido sexo, boba cobarde”.
-No es nada, amor.
-En serio. Se está acercando. Creo- dijo ella, señalando la pared- que está atrás de la pared.
-Si está ahí, mejor que se quede ahí- dijo –Y no nos hará daño. Vamos, nena.
-¿Qué?- preguntó ella extrañada.
-Sé que quieres lo mismo que yo, muñeca. Por eso me seguiste.
-¿De qué hablas?
-Tú sabes- dijo Samuel, sonriendo. Ella siguió sin entender hasta observar cómo su mirada bajaba de su rostro a sus pechos y su cintura. Entonces recordó. No podía creer que él lo hubiera insinuado de esa manera. Era verdad que ella también lo deseaba, pero le preocupaba el ruido cada vez mayor.
Ambos voltearon asombrados cuando cesó el arrastre, y se escucharon unos ligeros golpeteos en la pared.
Samuel miró a Susan con asombro. ¿Algo atrás de la pared trataba de salir?
-Creo que hay alguien atrapado ahí- dijo Susan.- Deberíamos ver.
-¿Tú crees?
-Quizás es alguien a quien tienen secuestrado. Tú sabes, los encierran, los amordazan y los ocultan en lugares asquerosos como este. Por el amor de Dios, tenemos que tratar de sacarlo.