El fuego ancestral

CAPÍTULO 2: Un giro inesperado

—¡Mamá! —gritó Katashi tras varios intentos de despertar a su madre. Pasados unos minutos, la mujer recuperó el conocimiento, pero estaba asustada, hasta que la pronta explicación hizo su trabajo.

—Es imposible —dijo Akira.

—¿Qué cosa?

— Esto debe ser obra de…

—¿Quién? —continuó preguntando el joven, asustado por el estado emocional de su madre.

—Tu abuelo —concluyó Akira.

—¿Cómo?

—Lo sé, también estoy aterrada, hace mucho que él falleció —añadió Akira, pero sus pensamientos le recordaban que aquel hombre había desaparecido, y solo se le dio por muerto.

—¿Pero qué tiene que ver con este oso?

En un comienzo, Akira tenía miedo de decir la verdad, pues pensaba que Katashi creería que su madre había enloquecido, además de que ya le había guardado más secretos que, gracias a aquel evento, podían ser confesados. Dejando de pensarlo, Akira habló.

—Por alguna razón, sus creaciones tenían vida propia.

—¿Qué? —cuestionó Katashi.

—Lo sé, suena y es bastante extraño, pero es real.

—No lo entiendo.

—Sé que no, y lo comprendo, pero también puede que esté equivocada —respondió Akira.

—¿Y cómo se mueve este muñeco? ¿Cómo sabremos si de verdad es obra de mi supuesto abuelo?

—Solo hay una forma de averiguarlo —dijo Akira.

La mujer tomó al pequeño oso de peluche para quitarle el botón del moño, deshaciendo el adorno y provocando que el oso temblara y diera un salto acompañado de un grito.

—¡Estoy vivo!

—¿Quién eres? —cuestionó Akira.

—Mi nombre es Arctos, y mi amo me ha enviado a buscarlos.

—¿Tu amo?

—Sr. Gepetto, el juguetero —respondió Arctos.

La respuesta volvió a combinar las emociones de Akira, llevándola a recordar bellos momentos con su padrastro y su hermano, cuando ella veía a aquel hombre haciendo juguetes, y cómo ellos cobraban vida. Akira solía llamarlo Sr. Gepetto, y lo quería mucho, hasta que un día, aquel señor se esfumó, y tanto el paso del tiempo como los rumores la convencieron de que Charles Tategami, su padrastro, había muerto.

—¿Sabes quién soy? —habló Akira.

—¿La hija de mi amo?

—Así es, pero, si tu amo está vivo, ¿sabes dónde está?

—Sí, pero es una larga explicación.

—¿Qué sucede? —preguntó Katashi.

—El devorador.

Esa respuesta sumergió en confusión al joven y a su madre, pero eso fue poca cosa a comparación con lo que sucedió después, ya que las luces de la habitación comenzaron a parpadear, y una flecha oscura atravesó el tejado de la casa para liberar un humo púrpura, mismo que convirtió la habitación en un laberinto.

—¿Qué está pasando?

—¡Nos encontró! —dijo Arctos.

—Bienvenidos a mi pesadilla —dijo una voz misteriosa, en compañía de una carcajada maligna.

—Síganme con mucho cuidado, hay que encontrar la flecha y desenterrarla.

En vista de las circunstancias, Katashi y su madre no tuvieron más opción que confiar en el oso de peluche. Arctos llevó un parpadeante botón amarillo, mismo que indicaba la ubicación de la flecha, y el camino a tomar.

Pese a sus intentos de pasar desapercibido, el grupo terminó siendo perseguido por misteriosas figuras encapuchadas, armadas con filosas guadañas que no dudaron en usar para atacar. En respuesta el grupo corrió lo más rápido posible hasta llegar a la ubicación que el oso buscaba, la morada de la flecha.

—¡Rápido, sácala!

—¿Qué?

—No tenemos tiempo.

A pesar de que el miedo consumió a Katashi, él se dirigió al lugar donde la flecha brillaba, hasta que comenzaron a brotar delgadas y firmes ramas que impidieron el paso. La espalda del oso quedó adherida a la copa de uno de esos árboles, siendo aquí donde trató de guiar a Katashi.

El chico trató de arrancar la flecha cual flor, pero un humo oscuro emergió de la flecha, dando lugar a varias esferas que se condensaron en una figura, un encapuchado joven con demacrado rostro. A su vez, el misterioso ser llevaba una bola de cristal que emitía una luz lúgubre.

—Nos conocemos al fin, muchacho del brillo azul —fueron las líneas con las que aquel ser se presentó.

—¡Mucho cuidado, es él!

—¿Quién?

—Soy a quienes ustedes llaman “el devorador” —respondió el encapuchado.

Katashi quedó paralizado, no sabía qué hacer ante aquella persona de quien le habían contado lo aterrador que era, testimonio que confirmó tras haber pasado por ese momento tan pesadillesco.

—Tu poder será mío, muchacho

—¡No toques a mi hijo! —gritó Akira, arrojando una rama hacia el hombre, quien logró esquivarla.

El chico recuperó el movimiento tras aquel susto, así que aprovechó la distracción del devorador para seguir tratando de extirpar la flecha, y aunque sus esfuerzos parecían no dar frutos, el joven no se daba por vencido.

El devorador veía al muchacho con ojos de victoria, pero tras ver que Katashi estaba a nada de retirar la flecha, se acercó para atacarlo. Para su mal cálculo, el joven logró su cometido, provocando que emergiera una luz que dominó aquel escenario.

—¡Esto no terminará aquí, ya sé dónde están... Iré por ustedes y sus almas estarán bajo mi poder muy pronto! —gritó el devorador, quien, al igual que el escenario, se desvaneció.

La atmósfera que envolvía al grupo se había esfumado. Katashi, su madre y Arctos volvieron a estar en la sala de su hogar, y el único vestigio de esa experiencia era, precisamente, lo presenciado hace poco.

—¿Qué fue todo eso? —dijo Katashi.

—Ya deberías saberlo —respondió Arctos.

—¿Quién es? ¡Dilo! —insistió Akira.

—El devorador es un peligroso ser que busca alimentarse de almas cuyos dones no son de este mundo. Algunos dicen que se trata de un cadáver viviente al servicio de las sombras.

—No puede ser, ¿qué haremos?

—No queda otra opción, debemos buscar la forma de detenerlo.

—¿Pretendes que eliminemos a ese ser como si de cazar a un ratón se tratase?




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