El fuego ancestral

CAPÍTULO 3: Adentrándose en lo desconocido

El grupo se había preparado para comenzar su travesía, de la cual tenían que hacer algo descomunalmente sencillo: seguir al cachorro y las ordenes de Arctos para encontrar el camino que llevaría a la morada del devorador.

—¿Están seguros de que ahí continúa el camino? —preguntó Katashi al ver que el perro se dirigía a un frondoso bosque.

—¿Tienes una mejor idea?

Katashi solo pudo tragarse su miedo y prepararse para lo que pudiera ocultarse en ese bosque, pero dicho temor desapareció cuando los agujeros en las copas de los árboles, con ayuda de los rayos solares y las hojas cayendo para colorear el suelo, ofrecieron un ambiente hermoso, cosa que llevaba a Akira a preguntarse por qué jamás se le ocurrió visitar ese bosque, por qué permitió que sus temores casi la convirtieran en una ermitaña. Si ese oso de peluche jamás hubiera llegado a su casa ¿Alguna vez hubiera pisado ese lugar?

Justo al medio día, la mujer pidió que el recorrido tuviera una pausa, pues se sentía agotada y con hambre, por lo cual también les dijo a todos que se sentaran a comer unos sándwiches que había preparado para el camino.

—¿Comes? —le preguntó Akira a Arctos.

—No lo sé, pero me encantaría probar uno de esos emparedados.

La mujer decidió darle el sándwich al oso, pero se dio cuenta de que no era de su gusto gracias a un par de razones, no solo por su falta de sistema digestivo, también por la dificultad que tenía para llevarse un bocado a su interior relleno de algodón, sin mencionar que lo único que terminaba haciendo era ensuciarse la cara con el queso del sándwich.

—Si quieres, puedo ayudarte —añadió Katashi.

—Descuiden, ya lo estoy logrando —dijo Arctos, quien quiso meterlo de golpe a su boca abruptamente, lo cual terminó por embarrar en su totalidad al pobre peluche.

Katashi y su madre trataban de aguantar la risa por la situación, mientras el pobre Arctos pedía que la tierra se lo tragara por la vergüenza que sentía, así que decidió buscar un arroyo para limpiarse, así como algún lugar donde la luz del sol lo ayudara a secarse, no sin antes pedir al grupo que lo esperaran. No obstante, luego de que el pequeño oso de peluche saliera del arroyo, escuchó ruidos entre los arbustos, y trató de ocultarse de lo que saliera de ahí.

—¿Qué será eso? —pensó Arctos tras escuchar gruñidos similares a los de un cerdo comiendo algarrabas.

El oso intentó alejarse sin hacer ruido, cosa que no sirvió, pues el oso terminó siendo raptado por una misteriosa figura, mientras Katashi y su mamá, en compañía del pequeño perro, seguían esperando a Arctos. El joven continuaba agitando una vara para jugar con el cachorro, Akira seguía apreciando el entorno y sumergiéndose en sus recuerdos, hasta que Katashi la interrumpió con una pregunta.

—¿Mi padre hacía este tipo de cosas?

—¿Qué? —dijo Akira, pues la forma repentina en la que el joven rompió el silencio la asustó.

—Pregunto si mi papá realizaba este tipo de viajes.

—Oh, pues, he de suponer que sí, pero no sé específicamente a dónde iba.

—¿Y cómo era mi padre? —continuó el interrogatorio del joven.

Akira volvía a sentir tensión, pues a pesar de que sus respuestas no eran exactas, también sabía que, por obvias razones, su hijo no dejaría de preguntar, motivo por el cual la mujer decidió ser un poco más específica.

—Ya lo sabes, tu padre fue…

—Un guerrero que se alejó para protegernos de la codicia de otros —dijo Katashi, mostrando cansancio por escuchar esa misma respuesta.

—Un guerrero que solía viajar y luchar contra toda clase de adversarios, hasta que me conoció, dejando ver su carácter amable. Me atrevo a decir que su bondad contrastaba con su enorme físico.

—¿Y realmente mi papá nos quería o no? —dijo el joven, manteniendo tranquilidad pese a que en el fondo se sentía desesperado.

—P-pero ¿Cómo puedes decir eso? Tu padre jamás haría algo así, él debe estar…

—¿Dónde?

—No lo sé —respondió Akira, tratando de contener el llanto en vista de que no encontraba otra forma de suavizar la verdad del padre de Katashi.

Cuando vio esos púrpuras ojos tratando de retener las lágrimas, el joven se dio cuenta de lo que hizo, así que trató de enmendar las cosas, pero justo cuando iba a hablar, ambos escucharon un grito. Deduciendo que Arctos estaba en peligro, Katashi y su madre corrieron para terminar descubriendo la presencia de criaturas extrañas, las cuales parecían esqueletos enanos con capuchas y con máscaras de cerdo, además de estar armados con pequeñas espadas de madera.

Los enanos tenían a Arctos atado a una de sus lanzas, razón por la que el oso gritaba. Akira usó el truco viejo de arrojar una piedra para distraer a los enanos, pero las cosas no salieron según lo pensado, pues los pequeños esqueletos comenzaron a correr y gritar erráticamente al punto de golpearse los unos a los otros, mostrando que no eran muy inteligentes.

En vista de las circunstancias, Katashi y Akira corrieron para liberar a Arctos y enfrentarse a los enanos, quienes continuaban demostrando su torpeza y poco ingenio en el combate al golpear a sus rivales con esas pequeñas espadas de madera, pues Katashi los atacaba con la espada que llevaba, así como Akira arrojaba a otros con una simple patada, lo cual fue un terrible error, ya que provocaría algo terrible.

Los enanos restantes pulverizaron sus huesos para formar una nube y dar lugar a un guerrero de aspecto lúgubre, pues no solo sus oscuros huesos liberaban polvo similar a carbón, sino que sus ojos y parte de su armadura emitían un peculiar efecto, y es que parecía que estos ardían, como si se tratara del fantasma de un caballero que murió consumido por las brasas de la ira, siendo una increíble contradicción a lo que, en un principio, eran unos pequeños e incluso adorables enanos.

Katashi desenvainó su espada para atacar, pero justo cuando iba a dar el primer golpe, el esqueleto rebanó el arma del joven en cuestión de segundos, esto porque la espada del monstruo también ardía al punto que su calor podía destruir cualquier metal. El chico se paralizó del susto, razón por la que Akira lo empujó cuando el esqueleto estaba por herirlo con su espada, pero ni así reaccionó su hijo, lo cual llevó a que la desesperación consumiera a Akira, pues no se esperaba semejantes circunstancias en su viaje.




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