En medio del oscuro túnel, Katashi pudo escuchar los ladridos de su cachorro, logrando encontrarlo gracias a una luz que se acercaba. Sin embargo, cuando Katashi pensó en qué podía ser ese brillo, se asustó al creer que era otro esqueleto de ojos ardientes, así que corrió hasta llegar al otro lado del túnel, ocultándose en uno de los arbustos cercanos.
Para fortuna de Katashi, aquel brillo provenía de una farola que su madre llevó, así que salió de su escondite. Sin embargo, justo cuando estaban por regresar, una criatura voladora tomó a Akira y se la llevó hacia lo que parecían las ruinas de un castillo. La incertidumbre había vuelto a consumir a Katashi, pues su madre estaba en peligro, así que trató de seguir al monstruo volador, mas emergieron varios enanos y soldados de ojos ardientes.
—Te dije que nos volveríamos a encontrar.
—Recuerda Katashi, no los mires a los ojos —añadió Arctos.
Katashi tomó a uno de los enanos y lo arrojó contra otro grupo para tomar una de sus porras, pero los enanos eran más agresivos al punto que trataban de morder al joven. Aunque él lograba arrojarlos con la porra, dicha arma se quemó gracias a uno de los esqueletos.
El chico procedió a huir, pateando a uno de los soldados para quebrarle una pierna, pulverizarla y arrojar las cenizas a los enanos. De ese modo, no sólo los aturdió, también pudo distraer a los demás esqueletos.
—¿Los perdimos?
—Creo que sí —añadió Arctos.
El diálogo no pudo continuar debido a un grito que emergió de las ruinas. Con ello, Katashi tenía muy claro que, lo que esperaba en el interior de ese lugar, no era para nada agradable, pero no había otra opción, era rescatar a su madre o dejarla ahí.
En compañía del oso y el cachorro, el joven decidió adentrarse a las ruinas con mucha cautela, pues no sólo temía que algún monstruo los viera, también por la sensación que ese lugar daba. Parecía un palacio devorado por el olvido, con columnas que apenas y se mantenían firmes por sostener el techo, sin mencionar la poca iluminación, recurso perfecto para sus siniestros moradores.
Tras ese oscuro recorrido, el grupo llegó a un balcón. Al asomarse con cautela, vieron que había una enorme habitación, y en ella moraba un hombre encapuchado, sentado en un lúgubre trono, y con una bola de cristal en sus manos, contemplando que su nueva víctima había logrado ser capturada.
—Ahí está, ese hombre es el devorador —susurró Arctos.
—¿Y qué está haciendo? —cuestionó Katashi.
El grupo no sabía lo que el pequeño grupo de monstruos llevaba sobre una tabla de madera, pues parecía un bulto cubierto por una tela, hasta que los enanos la desprendieron y dejaron ver a un joven de piel trigueña, cabellos verdes como bosques, y ojos amarillos como los de un lince.
Sus gruesas ropas daban a entender que dicho joven era oriundo de las montañas, así como también daba la impresión de que, probablemente, en el fondo del corazón de aquel joven, podía existir algún poder, motivo por el cual habría sido capturado y llevado ante aquel hombre que se hacía llamar “el devorador”.
—Adelante, habla —fueron las líneas que el devorador dijo a modo de presentación.
—¿Y tú quién eres?
—Yo soy alguien que no pudo ser bañado por la luz sagrada, por eso la busco con sed —continuó el encapuchado.
—Pues no sé de qué me hablas.
—Ya lo veremos —concluyó el devorador, quien elevó su esfera de cristal, haciendo que esta desprendiera un inmenso brillo y nubes de humo negro y púrpura que daban lugar a extrañas figuras.
Tanto Katashi como compañía continuaban como espectadores, intentando arreglárselas para buscar a su madre, liberar al muchacho y huir de ese lugar, pero la plática y lo que el devorador estaba haciendo lo impidieron, y es que dicho humo había formado a un caballero envuelto en una luz azul, la cual le ayudaba a protegerse de otra energía de color rojizo, simbolizando aquella energía que el devorador mencionaba.
—Lo que ves aquí es el poder del fuego ancestral, una sagrada energía que es capaz de reducir la maldad a meras cenizas —dijo el devorador, y aunque el muchacho continuaba ocultando lo que ya sabía, seguía fingiendo.
—Así que esto es.
—Ahora dime ¿Dónde están los portadores de esta llama sagrada?
—Ya se lo dije, lo desconozco, solo sé que están extintos aquellos individuos que lo controlaban.
—Entonces no te importará llevarte ese nulo conocimiento a la tumba ¿No es así? —dijo el devorador, haciendo que su esfera de cristal se iluminara de nuevo.
El confrontamiento fue interrumpido por otro grupo de monstruos, quienes traían a la misma Akira como ofrenda para el devorador, cosa que desató cierta malicia en el encapuchado, pues no solo vería una oportunidad para hacer que el joven confesara, también aprovecharía ese momento para saciar sus deseos.
—Nos volvemos a ver, mi querida niña.
—¿De qué hablas?
—¿No recuerdas este corazón que tus decisiones pudrieron hasta dejarlo en este estado?
—¿Qué? —continuó la mujer, quien había quedado más confundida que en la ocasión anterior.
—Eso ya no importa, sino lo que haremos ahora —concluyó el devorador, quien, después de convocar a todas sus huestes malignas hacia aquella sala, estaba preparado para acabar con sus víctimas.
La desesperación de no saber qué hacer llevó a Katashi a tomar unas cortinas viejas para atarlas y así formar una cuerda que le ayudara a bajar con cautela. Lo cierto es que el plan no funcionó, y Katashi terminó cayendo y haciendo que los enanos que sostenían a Akira acudieran a enfrentarse al chico, pero dejando libre a la mujer, quien arrojó una estrella filosa hacia el devorador.
Tras resultar herido por dicho golpe, el brujo dejó caer su esfera, y si bien esta no se rompió, sí provocó que el hombre comenzara a sentirse debilitado. Con sus pocas fuerzas, el devorador corrió a tomar su esfera, momento que sirvió de distracción para que Akira ayudara al muchacho a liberarse, además de correr a la ayuda de Katashi, Arctos y el cachorro.
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Editado: 16.11.2024