El Graznido del Cuervo.

PRÓLOGO

Se arrastraba por el suelo para escapar de la jaula infernal en la que se encontraba. Dejaba detrás un rastro de sangre y los últimos integrantes de su bandada, amigos inertes, sin aliento, con rastros de haber atravesado por una lucha encarnizada. Sus cuerpos sangraban de disímiles cortes que tenían en la piel, orificios profundos en el pecho y el abdomen, y otros que no presentaban sangre alguna, pero tenían los ojos en blanco y la boca llena de espuma del mismo color. Escapaba del destino inevitable que ellos corrían, presas fáciles del techo que bajaba amenazando con triturarlos en el suelo a ellos, y todo lo que había.

Atravesó la puerta que daba paso al supuesto paraíso que aquella voz extraña les profesaba, su destino, el nuevo hogar. Logró llegar con sus alas heridas, sangrando levemente de donde deberían estar sus manos, quedaría mutilado para toda la vida sin volver a disfrutar del vuelo, de la creación de sus historias y el lanzamiento de su sueño más deseado, la publicación de alguno de sus libros.

Lo recibieron dos hombres vestidos de blanco que llevaban guantes y mascarillas. Lo levantaron como si se tratase de una pluma, le quitaron la correa metálica que al cuerpo llevaba adherida y lo colocaron sobre una camilla boca arriba, desde donde pudo ver el techo de color blanco impecable tal cual la habitación que dejaba atrás manchada de sangre, débil y aturdido por todo lo que había sufrido.

—Has llegado —dijo alguien a su lado—, has llegado al nido familiar.

Su visión era borrosa y no lograba ver con claridad, pero la voz le resultaba conocida.

—Preparen todo, curen sus heridas y llévenlo al salón de operaciones —ordenó a los que empujaban la camilla—. No tenemos tiempo que perder. La operación se realizará mañana en la mañana. Nuestro receptor necesita pronto ese corazón.

—Tú... —dijo cuando sus ojos se aclararon, pudo ver el rostro de quién hablaba, y enseguida reconoció—, deberías estar muerto —le resultaba imposible tenerlo en frente. Todos habían presenciado lo que había sucedido— ¿Quién eres realmente? ¿Por qué lo has hecho? —recordaba la tortuosa travesía que habían realizado y que de toda la bandada, como la voz los llamaba, fue la única ave que a su destino había llegado.

Pero demoró en recibir la respuesta. Antes lo miró fijamente a los ojos, desplegó una amplía sonrisa y luego de unos instantes, sus labios pronunciaron lo que jamás habría pasado por su mente.




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