El Graznido del Cuervo.

1- La Fiesta

La antesala era bastante grande. En las paredes colgaban cuadros hermosos de algún que otro pintor famoso de la época colonial. Los adornos de porcelana china invadían cada uno de los muebles de la estancia y en el centro, en el entresuelo, reposaba un piano de cola que Alexander no dejaba de admirar. Una reliquia antigua de las primeras creaciones de ese instrumento. Era una sala amplia, pero a pesar de eso, se encontraba atestada con casi todos los integrantes del grupo de WhatsApp Lectura Mágica. En el aire se escuchaba la plática animada que mantenían y en sus rostros la alegría de, luego de tantos años, conocerse en persona y no a través de una pantalla.

Yuniel los observaba desde una mesa en la que habían colocado toda la bebida, con una copa de vino en la mano. vigilaba que ninguno de los menores de edad, algunos que también eran parte del grupo, no tomaran una sola gota de alcohol; para ellos se había preparado un delicioso ponche de frutillas, pero desprovisto del suculento ingrediente embriagador. Una actividad que a Saray le daba mucha gracia porque Yuniel, a pesar de ser uno de los más viejos en la fiesta, tenía una apariencia física muy joven, y ella se partía de la risa cada vez que veía la cómica escena de un joven adolescente con copa de vino en mano, que era la imagen que daba, regañaba a otros para que solo bebieran el ponche sin alcohol que la misma Saray había preparado.

—El viejo más joven de la fiesta —dijo Saray riendo—, alejando a pequeños depredadores del alcohol.

—Hay que cuidar a las nuevas generaciones —dijo ofreciéndole una copa de champagne que ella aceptó con mucha gana—, mi hermosa demente —concluyó diciéndole las palabras con las que en el grupo la llamaba.

Saray rió con su sonrisa característica, la cual ya todos conocían por los mensajes de audios que siempre enviaba al grupo, y Yuniel le siguió la rima contento de que fuese tan alegre e introvertida como la imaginaba, mucho más, cuando habían coincidido en el mismo hospedaje en el cual habían tenido una noche de pasión y lujuria.

—Creo que algunos te solicitan en la pista —dijo Yuniel señalando hacia el centro del salón que se había transformado en el área de baile, donde Mía, una joven esbelta y extremidades largas le hacía señas de que regresara con las otras jóvenes que la acompañaban—. Ve, desde aquí puedo ver como animas con tu perreo —dijo y se echó a reír.

A lo que Saray, bebiendo la copa de un solo trago y dejándola sobre la mesa le contestó:

—Bueno papacito —dijo con voz melosa sabiendo lo que su acento colombiano provocaba en el cubano—, cuando termines de enseñarle a los jóvenes de la fiesta que no deben portarse mal, yo te espero en la pista, para que te unas a este perreo —y se marchó guiñándole un ojo y moviendo la cintura mientras se dirigía al centro del salón.

—¡Muévanse, flojos! —escuchó decir a Zombie a lo lejos con movimientos erráticos con los que Mía no paraba de reir.

—Yuniel San, ¡Kon'nichiwa!*¹ —dijo Jhin a su espalda con una sonrisa forzada, el cabello azul y vestido como el personaje de una de sus series anime favorita.

—Hola, Jhin. ¿Cómo estás? —dijo deteniendo su avance con la mano—. ¿Nandeshou?*²

—O sake ga hoshīdesu.*³ —dijo poniendo los ojos de carnero degollado y haciendo pucheros.

—Las reglas son reglas Jhin. Nada de alcohol para menores de edad. Ya llegará esa etapa en la que pierdas la cabeza.

—¡Hombre, solo un poco! —dijo arrugando la cara sin saber, que Yuniel no daría su brazo a torcer—. No pido nada más.

—Cuando llegues a la mayoría de edad hablamos —lo miró a los ojos y dió un sorbo a su vaso—. Y hasta en Japonés si quieres. Por tus mensajes al grupo en ese idioma es que he estado practicando en Duolingo —dijo riendo—, para saber lo que dices en alguno de tus raros mensajes. Así que... Sayōnara watashi no yūjin*⁴.

—¡Jhin! —gritó Zombie desde donde estaba, aun con sus movimientos convulsos, y con un vaso de ponche que peligraba en su mano—. Ven para acá. No pierdas tu tiempo. Con ese perro guardián no hay posibilidad de hueso alguno.

Jhin se quedó quieto mirándolo y después de unos segundos, partió imitando los mismos movimientos estrambóticos de Zombie, con los que Mía rompió en otro mal de risas. Los dos juntos eran todo un espectáculo.

Otra vez solo, Yuniel dirigió la mirada hacia una esquina de la estancia donde Cili, una joven Uruguaya demostraba lo alegre y social que era, mientras sonreía y platicaba sobre su tercer libro de la trilogía "Sensaciones Italianas", un libro del cual muchos esperaban y tenían bastantes expectativas.

En una ocasión Cili se detuvo a mirar a su alrededor la belleza de aquel hermoso lugar, casi copia exacta de algunos pasajes de sus libros, y se cruzó con los ojos de Yuniel, se despidió amablemente del grupo y se encaminó donde él. Mientras se acercaba Yuniel pudo observar la elegancia que llevaba gracias a un largo vestido pegado al cuerpo y su caminado agraciado, que resaltaba su finura y exquisitez.

—Veo que la Cili virtual no es muy diferente de la real —dijo cuando la tuvo a su lado—. A no ser que seas su hermana gemela —la miró burlona e inquisitivamente—. ¿Eres tú?

Cili rompió a reír dejando al descubierto la sonrisa perfecta que ya todos conocían, mediante fotos que había compartido con los integrantes del grupo.

—Que va, cómo crees —dijo cuando la risa se lo permitió—. Tú siempre tan ocurrente. Es una alegría que tampoco seas diferente a como te imaginaba. Y no, no soy mi hermana gemela. ¿Crees que me perdería la dicha de conocer a mí pequeña familia virtual en persona? Ni aunque por eso tuviese que dejar de culminar "Pecado Italiano".

—¿Tanto quieres a tus amigos virtuales? —preguntó Yuniel sorprendido.

—Pues claro —dijo convencida—. Somos más que amigos, somos el apoyo que muchas veces necesitamos. Una mano cariñosa que siempre está ahí, un refugio donde depositar nuestros problemas y dudas sin esperar que nos critiquen —dijo con palabras que le llenaban el alma—... además de todo eso, somos familia.




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