El guardián de la capa olvidada

2

Diario

 

Érika dormitaba sobre el sofá emitiendo un dulce ronroneo, como si fuese un tierno minino que se deleitaba con un merecido descanso después de tantos sobresaltos. Luis la había arropado con una gruesa manta tras entregarle el diario de Esther a su hija. Enseguida, Valeria reparó en que no se encontraba ante un diario cualquiera, como los que estaba acostumbrada a apreciar en las librerías. Este era de un tamaño considerable, parecido a los libros que había curioseado en Silbriar. Lo sujetó entre sus manos con cierta expectación. Deslizó la mano sobre la tapa dura y advirtió los precisos y misteriosos relieves que lo conformaban. Eran jeroglíficos, símbolos que ya había observado en muchos de los ejemplares que lucían dichosos en la estancia circular del gran mago Bibolum Truafel. Lo apoyó sobre sus rodillas y acarició sus páginas envejecidas por un paso del tiempo que había sido grato con ellas. No existían ni manchas ni rotos que hubieran castigado su exquisita composición.

Le sorprendió descubrir que no comenzaba con el relato de su madre, sino con el de su bisabuela, Alma Blázquez, una curiosa artesana a la que le habían regalado unos zapatos rojos rubí y que, poco después, al juntarlos accidentalmente mientras se dirigía a la iglesia, la habían transportado a un mundo de fantasía, de ensueño.

 

Pensé que había muerto y me encontraba en el cielo. Los pájaros cantaban, las flores danzaban, y un pequeño riachuelo me daba la bienvenida creando diminutas columnas de agua que se alzaban para ofrecerme beber. Entonces, apareció ante mí un sendero con azulejos amarillos que me mostraron el camino a seguir.

 

—¿Has encontrado algo que pueda servirnos? —Daniel se había sentado a su lado tras devorar una de las famosas tortillas de su padre. Ella desconocía su ingrediente secreto para que quedaran tan ricas, y estiró una de las comisuras de sus labios al percatarse de que no era el único misterio que rodeaba a la familia—. Tal vez tu madre haya reunido pistas que ahora podrían sernos de utilidad.

Ella asintió mientras pasaba las hojas, escritas con una letra estilizada y abigarrada, y llegaba hasta otras, con una caligrafía más diminuta y estrecha. Su abuelo había regentado un pequeño negocio de calzado durante muchos años. Pensó en si su dedicación y fascinación por los diferentes estilos de zapatos tendría algo que ver con que su madre hubiera poseído unos mágicos. Se detuvo ante unas frases que llamaron su atención. Su abuelo estaba tratando de dominar las artes mágicas con un sombrero.

 

El entrenamiento con Fitz casi acaba con mi vida hoy. Se ha empecinado en que debo también dominar su sombrero, pero para mí es imposible. Yo no soy un mago, sino un artesano. Pero él parece no entenderlo. Está obsesionado con volver a Silbriar. No se conforma con lo que yo le cuento, quiere verlo con sus propios ojos.

 

Valeria se revolvió en la silla y le preguntó extrañada a su padre, quien regresaba de la cocina con una botella de agua en las manos:

—Papá, ¿quién es Fitz? ¿Era el maestro del abuelo?

—No, no. Fitz era... el hijo de Ela. —Hizo una mueca mientras se rascaba la nuca—. Tu madre lo conoció como su abuelo, pero en realidad llevaba más tiempo en la familia.

—Yo no entiendo nada —intervino Nico antes de darle un gran bocado a su tortilla.

—Ela hizo que su hijo Fitz se refugiara en la Tierra cuando presintió que las cosas iban a ponerse feas en Silbriar. Él viajó hasta aquí con su sombrero. Era un mago de la realeza; pero, bueno, siempre un mago... Por lo que pudimos averiguar tu madre y yo después, él intentó llevar aquí una vida de humano. Se casó, formó una familia, pero se dio cuenta de que la mayoría de sus hijos morían poco tiempo después. Creemos que su esposa se suicidó porque se culpaba por no ser capaz de engendrar un hijo sano. Descubrimos fotos antiguas donde Fitz parecía no envejecer. Ya sabéis que los magos en Silbriar pueden llegar a tener cientos de años, y digamos que, aquí, para Fitz, el tiempo pasaba demasiado despacio. Incluso supusimos que se pintaba las canas para parecer más viejo. Sabemos que tenía una vida errante, y después de años ausente, volvió a casa, dispuesto a entrenar a sus descendientes. Quería volver a Silbriar, su hogar. Pero sabía que solo podría hacerlo cuando los tres dones estuvieran en funcionamiento, así que trató de que tu abuelo y su hermana dominaran las tres artes. Pensaba que podría regresar si lo conseguía, pero eso nunca sucedió.

—¿Cómo es que no lo conocí? ¿Cómo es que mamá no nombró nunca al abuelo Fitz?

—Valeria, yo tampoco lo conocí —le respondió él, dedicándole una sonrisa tierna—. Fitz volvió a irse años después. Estuvo presente mientras tu madre fue una niña, nada más. Para ella fue otro abuelo más, ¡tu bisabuelo! Puede que ya haya muerto. Los magos tampoco son eternos.

—¿Y mamá nunca sospechó que se tratase del hijo de Ela? ¿Ni siquiera el abuelo?

—Tu madre no supo nada hasta que se reunió con Bibolum. Fue a su regreso cuando empezamos a atar cabos. Pero tanto tu abuelo como ella pensaban que se trataba de otro guardián de la familia. Cuando Fitz se presentó a tu abuelo, lo hizo como un tío lejano que quería ayudarlos.

Valeria negó con la cabeza y volvió a enterrar su rostro entre las páginas escondidas que sus antepasados escribieron esperando que en algún momento sus aventuras fueran leídas, revelando así los secretos que un día decidieron callar. En cuanto sus manos se posaron sobre las letras redondeadas de su madre, su corazón palpitó y una punzada aguda atravesó su estómago, dejándola unos instantes petrificada ante el texto. Sus labios temblaban, y tuvo que humedecerlos para frenar en varias ocasiones su creciente ansiedad. La mano de Daniel se posó sobre la de ella, calmándola, invitándola a continuar, a resolver los intrincados enigmas que había ocultado su familia durante demasiados años. Estaba convencida de que su madre tenía la llave, la pieza fundamental para armar el puzle, y que podría arrojar respuestas para cerrar las brechas que habían rasgado su universo. Tragó saliva, y obviando las primeras páginas, que se centraban en cómo había hallado su objeto mágico, se detuvo en aquellas que relataban sus hazañas en Silbriar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.