El guardián de la capa olvidada

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Registros

Un alba tardía comenzó a despuntar tras los edificios, los cuales, inquietos, querían desprenderse de la multitud de sombras que los habían invadido. Un endeble alivio reavivó la esperanza de los ciudadanos, quienes comprobaban animados que el sol seguía vivo y que la Tierra continuaba girando alrededor de él como cada mañana, aunque esta se hubiera hecho esperar tras una noche longeva, agónica para todos los seres que habitaban en el planeta. Esa calma quebradiza alentó a muchos a abandonar sus hogares y buscar respuestas.

Unos se agolpaban en las comisarías de policía exigiendo explicaciones. Tampoco las oficinas centrales de los medios de comunicación se libraban de las decenas de curiosos deseosos de conocer las últimas noticias de primera mano mientras otros se reunían de forma espontánea en las iglesias. Algunos, simplemente, se marchaban de la ciudad pensando que todo lo que sucedía era el grito de la naturaleza clamando justicia por la creciente y desmesurada contaminación en el mundo.

Y justo por todo esto, el tráfico era imposible ese miércoles cualquiera. Demasiadas bocinas, numerosos desesperados al volante, niños que lloraban en los asientos traseros sin obtener consuelo... Habían avanzado unos kilómetros cuando el vehículo de Luis fue engullido por el atasco. Este resopló, soltó el volante y se recostó en el asiento, admitiendo así que su aventura llegaba a su fin. Nadie se movía. La entrada a Madrid Central estaba congestionada. Bajó del coche y analizó la magnitud del caos. Se trataba de un colapso sin precedentes. Los policías trataban de dirigir a cientos de vehículos, sin fortuna. Entonces, advirtió cómo numerosas gotas comenzaban a empapar su rostro. A pocos días de la entrada del invierno, una llovizna absurda hacía su aparición. Introdujo la cabeza dentro del Nissan y apreció los ojos temerosos de Valeria, quien sostenía a su hermana con garra.

—¿Podemos sortear la cola?, ¿coger algún atajo? —le preguntó Daniel desde el asiento del copiloto.

Él negó repetidas veces mientras entraba de nuevo en el coche. Las calles adyacentes se encontraban en la misma situación. No había salida. Y aunque se resistía a abandonar el vehículo, pensaba que quizá esa fuese la única opción viable si querían llegar a su destino. Debían continuar la travesía a pie.

—No llegaríamos nunca —objetó desesperado Daniel, arrugando el rostro—. Tiene que haber otra forma.

—Tardaríamos horas caminando —sentenció Jonay—. No sabemos cuántos guardianes han despertado ni si Prigmar puede hacer algo por ellos.

—¿Cuántos objetos hay? ¿Tú lo sabes? —le preguntó Daniel, visiblemente inquieto, imaginando a decenas de niños perdidos vagando por las calles.

—No tengo ni idea. Muchos se recogen en los cuentos de siempre; eso sí, obviando su capacidad mágica. Otros tantos son desconocidos para nosotros. No tuvieron la suerte de formar parte de una leyenda o de alguna historia que sobreviviera y llegara a nuestros días.

—Como la espada de mi madre, Silver —añadió Valeria—. No recuerdo haberla oído antes.

—Al fin y al cabo, todos provienen de Silbriar, eso es lo que importa. —Exasperado, Luis hizo sonar la bocina varias veces—. Deberíamos centrarnos en cómo salir de aquí.

—A mí se me ocurre una cosa. —Nico agrandó los ojos, esperando la reacción del resto, pero lo único que recibió fueron caras contrariadas y algo desconfiadas—. Es un plan algo descabellado, pero podríamos intentarlo.

—¿Quieres soltarlo de una vez? —Jonay le arreó un codazo en el brazo.

—¡Haremos que el coche vuele! —anunció entusiasmado. Luis lo miraba boquiabierto mientras percibía que él no era el único patidifuso—. Jonay lo hizo antes, con la balsa, pudo proyectar todo su poder sobre ella y conseguimos volar.

—¡Sí, durante unos segundos y porque había un portal justo enfrente! ¡¿Se te ha ido el baifo?!... ¿La olla?, ¿la pinza? —enumeró al ver que no había comprendido su primera referencia—. ¿Es que cuando atravesaste aquella pared del castillo se te fundió el cerebro?

—¡Estás loco! —remató su hermano—. Espera... ¿Atravesaste una pared? ¿Cómo no me lo has dicho antes?

—Entonces, ¿queda descartado? —Luis continuaba confuso. Ignoraba las habilidades que poseían los chicos. Ya había apreciado los dones de su mujer y su suegro, y debía admitir que lo habían dejado clavado al suelo, sin aliento, mientras sus pies buscaban raíces sobre las que sustentarse.

—A mí me parece una buena idea. —Érika chocó los cinco con el guardián de las botas.

—A ver, nuestros poderes están creciendo. Cada vez que entramos en combate, de alguna manera, se expanden —trató de clarificar Nico—. Es algo normal e intrínseco al objeto que poseemos. Érika puede envolver ya con su manto de invisibilidad a una persona más, incluso una vez creó un escudo impenetrable. Vale, eso fue con ayuda de la daga tirmiana. Pero puede que su poder evolucione hasta ahí. Val consiguió dar con nosotros en el desierto gracias a su visión, y yo... ¡Atravesé un muro, tío! ¡Fue flipante!

—Y yo conseguí que la tierra se partiera en pedazos clavando la espada en ella. —Daniel comenzó a considerar el plan de su hermano.

—¡Me alegro por todos ustedes! De verdad —exclamó Jonay, haciendo más evidente su acento canario—. Pero yo salto portales y vuelo solo... Bueno, puedo con un acompañante, pero... ¡casi me mato con dos en ese maldito desierto!

—Puede que sea porque nunca lo has intentado —siguió insistiendo Nico.

—¡¿Y quieres que pruebe ahora, con un montón de gente mirando y con el coche parado en seco?! Te recuerdo que la balsa ya estaba en movimiento.

—Eso podemos arreglarlo. —Nico sonrió de medio lado—. Mis botas te darán la fuerza de despegue que necesitas. Y cuando lo consigas, Érika nos hará invisibles.

—Creo que podría funcionar —asintió Daniel, orgulloso.

—¡¿Tú también?! Valeria, ¿quieres decirles a tus amigos que están chiflados?




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