No sé si a otros escritores les ha pasado.
Mi principal fuente de inspiración siempre han sido mis extraños sueños, esas breves visiones oníricas en donde veo parte de una historia y me despierto justo cuando las cosas están a medias, como si te dejaran a la mitad de una película cuando está en la parte más interesante. En mi mente comienzo a construir la historia alrededor de mi sueño para poder darle forma a lo que mi mente dejó inconcluso.
Obvio con la biografía de Mario no es así, es tal cuál como él me la cuenta, en algunas ocasiones, sobre todo cuando intervienen situaciones paranormales que involucran a sus guías espirituales, les agrego alguna historia estilo ficción para rellenar huecos, pero siempre basado en lo que él me cuenta.
Con la historia de Sergio fue como como una necesidad, como si algo me obligara a escribirla. Es algo que nunca me había pasado.
Cuando recién falleció yo estaba terminando de escribir la novela “Nochebuena”, y en ella pensaba dejar al personaje de Salomón como un secundario que sólo apoyaba a Cali, la protagonista, a lograr su cometido y que tendría un destino final separado de ella. Sin embargo, decidí meterlo como coprotagonista, dándole una historia bonita, como si ese personaje representara a Sergio y en esa historia escribiera lo que me hubiera gustado que le pasara a él en su nueva vida. Pero no era suficiente, ahora necesitaba contar su historia completa, real.
Es curioso. Llevaba más de la mitad de este libro cuando fui al rancho con mi hermana y mi cuñado. Eran principios de enero, justo cuando hace más frío y el clima en Villa era lluvioso, así que permanecimos dentro de la casa la mayor parte del tiempo.
Iveth y mi cuñado salieron un rato al bosque a caminar y regresaron completamente asombrados.
―¡Vimos un ave hermosísima! ―exclamó Iveth―. Era de un azul muy brillante, de repente echó a volar y vimos su pecho rojo encendido y una cola con algunas plumas entre azul y verde muy largas y otras blancas.
―¡Ah, caray! ―exclamé―, ¿un quetzal?
―Lo quetzales son verdes, ¿o no? ―preguntó mi cuñado.
―No, también los hay azules.
Busqué en mi celular imágenes de quetzales y se los mostré.
―¡Sí es! ―exclamaron a la par―. ¡Es el ave que vimos!
Iveth describió que lo vieron volar hacia los árboles y en un momento fue como si plegara sus alas formando una especie de bola y se les perdió de vista, para reaparecer mucho más arriba, como si se teletransportara.
Era muy extraño, el quetzal es un ave de zonas tropicales, sería sumamente inusual que hubiera alguno en un bosque de clima frío como el de Villa del Carbón.
Mario les dijo que el quetzal es un ave espiritual, y que no le extrañaría que llegara a puntos más fríos y altos cruzando portales. Si ellos lo habían visto, quizá era señal de que los espíritus les enviaban algún mensaje, así que debían estar atentos a lo que pasara a su alrededor en los días siguientes.
Esa noche, mientras se iba quedando dormida, Iveth escuchó una voz que la llamaba hacia el bosque. Ella salió y vio a un hombre vestido de blanco, indicándole que el quetzal era un espíritu que los guiaría. Entonces el hombre cambió su forma, era Mario, y le decía a ella que debía llevarle una ofrenda a ese espíritu.
―Pero ¿qué le traigo de ofrenda?
―¿Qué comen las aves? ¡Pues semillas! ―y en efecto, es el tipo de respuestas que Mario siempre da.
―Pero no es sólo la ofrenda ―Iveth se sorprendió al ver que a un lado de ella estaba Sergio, completamente enfadado―, debes prometerme que vendrás también a cuidar al apá, vas a aprender de él como se debe y no me lo vas a traicionar como lo han hecho muchos, ¡o verás cómo lo pagas!
Iveth vio a Sergio tan molesto que le hizo la promesa sin dudarlo. Y justo en ese momento despertó. Mario entró a la recámara y le preguntó si había descansado.
―Pues no mucho ―dijo Iveth con sorna―, usted me tuvo en el bosque un buen rato.
Ella le contó esa visión de la que ella estaba segura, fue un viaje astral. Mario frunció el entrecejo.
―Recuerdo muy poco, en efecto, estuve contigo en el bosque, pero yo no te desper… ¡Oh! ¡Ya lo entiendo! No fui yo, fue Sergio. Justo hoy se cumple un año de su muerte y está que se lo lleva la chingada porque le dije que hoy mismo tiene que regresar al plano al que pertenece para continuar su evolución. No quiere irse porque cree que me deja desprotegido.
Fue demasiada coincidencia. Esa ave, ese pantalón moviéndose, esa necesidad quemante de escribir esta historia y todo muy cerca de su aniversario luctuoso. Quizá me equivoco, pero creo que es Sergio que vino a pedirme que la escribiera antes de poder partir.
He vivido muchas cosas desde que decidí escribir la biografía de Mario. Como ya lo mencioné, solía ser agnóstica pero más inclinada al ateísmo. Ahora estoy más inclinada a creer que hay algo más pero justo porque he sido testigo de que hay algo más.
Sé que muchos creerán que lo estoy inventando, que quiero llamar la atención, que quizá alucino. En realidad, no es mi intención convencer a nadie de nada, simplemente quiero contar la historia de mi amigo porque creo firmemente que eso es lo que él quiere.