El Guardián Del Equilibrio

Prólogo

Aiden se despertó con el primer rayo de sol que se filtraba a través de las cortinas de su nuevo apartamento. La ciudad, con sus altos rascacielos y calles bulliciosas, se extendía ante él como un vasto océano de posibilidades.

Sentía la energía pulsar en el aire, un contraste marcado con la tranquilidad celestial que había dejado atrás. En esta metrópoli vibrante y llena de vida, Aiden sabía que su misión como Guardián del Equilibrio apenas comenzaba.

El amanecer era como un pintor silencioso que esparcía sus pinceladas doradas sobre el lienzo del cielo. Las luces de la ciudad, aún parpadeando en la penumbra, eran estrellas terrenales que se desvanecían lentamente con la llegada del día. Aiden, de pie junto a la ventana, sintió que este nuevo comienzo era tanto un desafío como una promesa.

Desde joven, Aiden había sabido que su destino era distinto. Hijo de los poderosos arcángeles Gabriel y Luzbel, su existencia misma era un testamento del equilibrio entre la luz y la sombra. Ahora, lejos del cielo y viviendo como humano, su tarea era proteger ese frágil equilibrio en un mundo donde las fuerzas del bien y del mal se enfrentaban constantemente, y las fuerzas del mal parecen llevar una gran venttaja a las fuerzas del bien.

La vida de Aiden era como caminar sobre un delgado hilo suspendido entre dos abismos, cada paso una cuidadosa meditación entre la luz y la oscuridad. Su misión era ser el equilibrista que mantenía la armonía, un guardián que velaba por la paz en un mundo lleno de caos.

Mientras Aiden se preparaba para su primer día en el prestigioso bufete de abogados donde había conseguido empleo, otra parte de la ciudad también despertaba.

Emily, una joven periodista, estaba ya en su pequeño apartamento, revisando las notas y recortes que cubrían la pared frente a su escritorio. Su instinto periodístico la había llevado a investigar extraños sucesos en la ciudad, eventos que parecían estar conectados con algo mucho más oscuro y profundo.

Emily era como una estrella solitaria en una noche nublada, su pasión y determinación brillando intensamente a pesar de los obstáculos. Sus ojos, llenos de curiosidad y valentía, eran ventanas a un espíritu indomable. Cada historia que escribía era una batalla ganada, cada verdad descubierta, una chispa de luz en la oscuridad.

Emily tenía un parecido físico impactante con el arcángel Gabriel. Sus cabellos largos y dorados caían en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos dorados reflejaban la misma intensidad y sabiduría. Su presencia era tan etérea y majestuosa que Aiden quedó cautivado al instante, reconociendo en ella la esencia de su padre, pero en versión femenina.

Para Emily, el periodismo era más que una profesión; era una misión. Su búsqueda de la verdad era como una llama ardiente que consumía todo a su paso, iluminando las sombras y revelando los secretos que otros preferirían mantener ocultos. Sabía que su camino era peligroso, pero su pasión por la justicia era inquebrantable.

El destino, en su danza misteriosa, decidió que sus caminos se cruzarían. Aiden, buscando pistas sobre la perturbación que había sentido, llegó a un café donde Emily estaba entrevistando a una fuente sobre los recientes sucesos extraños en la ciudad. Sus miradas se encontraron brevemente, un destello de reconocimiento mutuo pasando entre ellos.

-Disculpa, ¿puedo sentarme aquí? -preguntó Aiden, señalando la silla vacía frente a Emily.

Emily levantó la vista de sus notas, sus ojos escudriñando a Aiden con curiosidad.

-Claro, adelante -respondió ella, su voz cautelosa pero cordial.

El café era un refugio de aromas y murmullos, un rincón donde las historias se entrelazaban como hilos invisibles. La presencia de Aiden era como un susurro de misterio que perturbaba la calma cotidiana de Emily. Sus ojos, dorados como el sol naciente, reflejaban una sabiduría y una carga que Emily no podía ignorar.

-He oído que investigas cosas... inusuales -dijo Aiden, tratando de no parecer demasiado interesado.

Emily frunció el ceño, sus instintos periodísticos alertándose.

-Sí, así es. ¿Por qué lo preguntas? -inquirió ella, su tono profesional.

-Digamos que tengo un interés personal en esos asuntos -respondió Aiden, sin revelar demasiado.

Su conversación era como un juego de ajedrez, cada palabra una pieza moviéndose cuidadosamente en el tablero. Emily, con su agudeza y experiencia, intentaba descifrar las verdaderas intenciones de Aiden, mientras él navegaba con cuidado para no revelar su naturaleza celestial.

A medida que la conversación avanzaba, Emily se dio cuenta de que Aiden podía ser un aliado valioso. Había algo en él, una mezcla de fuerza y vulnerabilidad, que la intrigaba profundamente.

-Podríamos trabajar juntos -sugirió Emily finalmente. -Creo que ambos estamos buscando respuestas a los mismos misterios.

Aiden asintió, viendo en Emily una compañera en su misión.

-De acuerdo. Trabajemos juntos -dijo, su voz firme.

La alianza que forjaron en ese pequeño café era como la semilla de un árbol que prometía crecer y florecer. Sus caminos, aunque distintos, ahora se unían en una búsqueda común. Emily era la llama que iluminaba la oscuridad, y Aiden, el guardián que protegía esa luz.

Mientras salían del café, una presencia oscura se cernía sobre ellos. Aiden sintió un escalofrío recorrer su espalda, como si una sombra invisible los acechara. Emily, sensible a las vibraciones del entorno, también notó algo extraño.

-¿Lo sientes? -preguntó Aiden, su voz baja.

-Sí, hay algo... algo que no está bien -respondió Emily, su tono serio.

La sensación de peligro era como un viento frío que soplaba desde las profundidades de una caverna oscura. Era un presagio, una advertencia de que fuerzas siniestras estaban en movimiento.

De repente, un grito rompió la calma de la mañana. Aiden y Emily se volvieron para ver a una mujer corriendo hacia ellos, su rostro pálido de terror.




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