Xander - Córdoba, Argentina
Apenas recibió la esperada llamada, reunió su personal y volaron desde Buenos Aires hasta el aeropuerto más cercano a Capilla del Monte. El viaje en su jet no fue demasiado largo, menos de dos horas, el tema fue conseguir un transporte adecuado por tierra.
Alquilaron un vehículo y tardaron otras dos horas más, aún era de madrugada al llegar.
Entró solo en el pequeño hotel a buscarla, era un lugar realmente precario y espantoso. No entendía cómo ella no lo había llamado antes. Pero ya podía oírla decir que no necesitaba tantos lujos…
Tocó a la puerta y esperó a que ella le indicara pasar, pero no respondía.
- Camile - dijo volviendo a tocar.
Ella le abrió, se la veía ojerosa y demacrada por el dolor. No podía mantenerse en pie.
- Xander…
- ¿Puedo pasar?
- Sí, por favor, pasa - dijo ella habilitándolo a cruzar el umbral de la habitación.
Ingresó y ella se lanzó a sus brazos.
- No sé qué me pasa…
- Iremos a casa y te pondrás bien - dijo sentándola en la cama. Se acercó a la ventana y llamó a Bardu y a Olaf.
Él sacó a Camila y los demás recogieron sus pertenencias.
Aunque de a ratos se quejaba, ella se iba recuperando poco a poco; no quiso darle de beber porque se recuperaría demasiado rápido y se daría cuenta de su ardid. Era una mujer demasiado inteligente.
La llevó sentada en su regazo todo el viaje por tierra, colmándola de atenciones. Cuando llegaron al avión, ella ya podía caminar normal.
- Me hiciste algo vos - lo acusó.
- ¿Es tu forma de decir que no puedes vivir sin mí?
- No - replicó. - Es mi forma de decir que hiciste una de tus magias en mí, para hacerme volver.
Ella ya se había sentado y puesto el cinturón para despegar.
- ¿Te quieres quedar?
- No.
Él se sentó junto a ella.
- ¿Estarás enfadada?
- No.
*****
Camila - Atlántico Norte
Al llegar, Camila ya se sentía bien, y sobre todo, se sentía en casa. Todavía no entendía qué era lo que él había hecho para hacerla sentirse mal cuando estaba lejos, pero estaba agradecida. Aunque hubiera preferido que en lugar de una cosa tan retorcida, hiciera algo más normal, como pedirle que se quedara.
Ahora estaban en la recámara de Xander; él había hecho trasladar nuevamente sus pertenencias allí.
- ¿Por qué en vez de hacerme esto no me pediste que me quedara?
Estaban acostados, mirándose el uno al otro, envueltos en mantas de piel.
- Me pareció que era algo obvio, y que si no te quedabas era porque no tenías interés, sin contar la promesa que te hice.
- ¿Cómo iba a ser obvio? - preguntó ella jugueteando con el medallón que colgaba del cuello de Xander.
- Estuve obligándote a compartir el lecho conmigo, cada día, durante un mes entero, y ni una vez cediste ni viniste a mí por voluntad propia. ¿Además, pretendías que me humillara pidiéndote que te quedaras?
- ¿Me obligabas? Creía que era yo misma que no tenía voluntad, de tanto que te amaba.
- ¿Me amas?
- Desde antes de que me tiraras a la mazmorra ¿No se notaba?
- No. Ya no te dejaré ir, lo sabes ¿verdad?
- No quiero irme nunca.
Él saltó de la cama y se introdujo en el vestidor, para luego regresar trayendo algo en sus manos. Se sentó junto a ella, la hizo incorporarse y depositó en sus manos un colgante idéntico al que él tenía.
- Estos medallones son reliquias de mi familia, los portaban mis padres.