Gaspard – Marsella, Francia. Diciembre de 1890.
Aunque al caer la tarde la gente solía estar en sus casas, el día anterior a navidad había un poco más de movimiento en las callejuelas empedradas de la antigua ciudad.
Cerca del puerto, los trabajadores corrían a sus hogares, y alguna que otra dama caminaba también apresuradamente, en sentido contrario al mar, con bolsas en sus brazos.
A varios metros por delante, una mujer, de aspecto algo empobrecido, cubierta con un abrigo de color marrón que llegaba casi a sus tobillos, avanzaba rápido llevando dos niños de la mano, una jovencita de unos seis años y un niño que apenas caminaba. En la oscuridad, que ya era notoria, ella miraba sobre su hombro de forma reiterada e insistente, como si alguien la persiguiera.
Gaspard pudo comprobar que, efectivamente, su propio acompañante, junto a él, era quien la estaba siguiendo.
Este hombre, de cabello largo y vestido de negro, observaba a la mujer como si fuera una presa, aunque no hacía ningún gesto ni parecía intentar acortar la distancia, la miraba fijamente. Aquella se encontraba a varios metros de ellos y con presteza, sacó una llave y se metió junto con los niños en una casona.
Cruzaron la calle y Gaspard suspiró pensando que no le hubiera gustado atacar a una mujer con niños, no era correcto. Una vez en la vereda de enfrente, su compañero se detuvo.
- ¿Qué pasa? - le preguntó.
- Vete si quieres – respondió el hombre con un característico acento japonés.
- El concilio comenzará en menos de una hora, Syoran – le recordó pensando que tal vez lo estaba olvidando o no había tenido en cuenta el tiempo.
- Esto sólo me tomará un momento – explicó el oriental sin mirarlo.
Gaspard se dio cuenta de que el objeto de la atención de su acompañante era la puerta por la que la mujer había entrado, la cual, pronto volvió a abrirse. La chica, que ahora veía debía tener unos veinticinco o tal vez treinta años, salió poniendo llave y se dirigió a la acera de enfrente, justo hacia Syoran. Ella parecía hipnotizada, solo llevaba su vestido hasta sus tobillos con un diseño de pequeñas flores, que marcaba preciosas curvas. Era muy blanca, de cabello negro y ojos como hierba fresca.
- No creo que debas… - alcanzó a musitar Gaspard cuando Syoran ya tenía a la chica en sus manos. Él la tomó del cabello y jalando su cabeza hacia un lado, expuso su cuello donde salvajemente la mordió. La muchacha apenas soltó un gemido, sus párpados se abrieron y mostraron dilatadas pupilas en medio de sus iris verdes antes de cerrarse definitivamente.
El nipón dejo caer al suelo a la mujer muerta sin inmutarse.
- Deliciosa – dijo limpiando los rastros de sangre de su boca con la parte interna de su lujoso abrigo.
- Los niños… - susurró Gaspard.
- Oh, puedes tomarlos si quieres, no me interesan – la sonrisa de Syoran se volvió cínica y cruel. - Morirán de gripe muy pronto, si los matas les harás un favor.
- Son sólo niños…
- Eres tan sentimental – rió Syoran. - Realmente te admiro – se burló y comenzó a alejarse del lugar.
***
Alba - Complejo Vex, Argentina. Julio de 2018.
Sentada en el asiento del acompañante, Alba esperaba a Raphael. Iría con él al pueblo a buscar a la nueva Directora del complejo, quería ver primero que nadie a aquella en la que Gaspard tenía puestas tantas expectativas.
Según Gaspard, se trataba de la reencarnación de su amada Anne Marie. Desde que lo conocía, él se la pasaba diciendo que nunca amaría a nadie como la había amado a ella. Aunque por mucho tiempo Alba se esforzó por espantar a todas sus novias, hacía ya varios años que no encontraba sentido en hacerlo, ya que se daba cuenta de que jamás estaría a la altura de aquel idealizado recuerdo.
Ahora este recuerdo parecía que cobraría vida, y como sea debía sacarla de en medio, aunque Gaspard no se fijara en ella nunca, tampoco permitiría que fuera de otra.
- Baja de ahí, no vas a ninguna parte – se sobresaltó al oír su voz dura.
Lo miró airada, debería haber imaginado que el tonto de Raphael la delataría, lo peor era que no podía desobedecer a Gaspard, así que se bajó de la camioneta y cerró la puerta de un golpe.
- Eres tan injusto - recriminó.
- Nos pondrás en un lío, ya habíamos hablado al respecto.
- Sólo quería comprar algunas cosas…
- Siempre dices lo mismo y terminas haciendo otras cosas – replicó él que la miraba acusadoramente.
Era de esperarse que se daría cuenta de sus intenciones. Sin decir nada, ella regresó al hotel.
***
Gaspard – Marsella, Francia. Diciembre de 1890.
El puerto de Marsella era un lugar asiduamente concurrido por los vampiros desde tiempos antiguos, por lo que, a los ojos de la mayoría, era el sitio perfecto para realizar una multitudinaria reunión de los de su estirpe.
El lugar era inmenso, un enorme galpón lleno de mercaderías, que no decía nada raro, sin embargo, después de recorrer su perímetro por unos minutos se encontraba una puerta la cual llevaba a un piso inferior. Este estaba ambientado como un gran tribunal. Lo habían montado recientemente, ya que las nuevas leyes vampíricas estaban a punto de ser promulgadas.
La sala era muy amplia y estaba organizada de manera circular. En medio se encontraba un jurado, y en derredor de ellos los asistentes al concilio. A medida que fueron llegando, instintivamente se agrupaban los más antiguos más cerca del centro y los vampiros recién convertidos hacia la periferia, como siguiendo un orden natural.