El Heraldo de Cenizas

1. El Susurro de las Cenizas

La luz del amanecer, pálida y distante, apenas lograba iluminar el paisaje cubierto de cenizas. El viento traía consigo ecos de un pasado devastado, donde las ciudades eran poco más que escombros y los recuerdos de una era próspera se desvanecían como humo.

Reik caminaba rápido, con su capa gris ondeando tras él mientras avanzaba por el sendero secreto que llevaba al escondite. Sus ojos verdes escaneaban cada sombra, alerta a cualquier movimiento. Desde que los diablos tomaron el reino, la vigilancia se había vuelto una cuestión de supervivencia. Su cabello rubio, aunque cubierto de polvo, brillaba como un faro en medio del gris.

No estaba solo. A su lado, caminaban dos figuras encapuchadas. Laira, una joven elfa de mirada penetrante y movimientos sigilosos, y Tharion, un enano corpulento de barba trenzada, que cargaba un enorme martillo a su espalda. Los tres se dirigían a una reunión en un lugar que pocos conocían: el cuartel secreto del Gremio de los Leones, un grupo clandestino de luchadores dedicados a liberar al reino del yugo infernal.

—¿Crees que llegaremos antes del atardecer? —preguntó Laira, rompiendo el silencio con su voz suave, mientras se mantenía alerta al entorno.

Reik no apartó la vista del camino, pero asintió levemente.

—Si todo sale según lo planeado, deberíamos estar ahí antes de que oscurezca —respondió él. No le gustaba hablar demasiado, pero sabía que sus compañeros necesitaban alguna garantía de que estaban seguros. Aunque en estos tiempos, la seguridad era una ilusión.

Tharion soltó una risa grave, pero sin mucho humor.

—Bah, como si importara llegar antes o después. Si los diablos nos encuentran, no importa la hora —dijo, ajustando el martillo en su espalda—. Aunque si hay pelea, no me importaría repartir unos cuantos golpes antes de morir.

Reik lo miró de reojo, con una media sonrisa.

—Prefiero no morir hoy, Tharion. Aún hay mucho por hacer.

El enano rió de nuevo, pero su risa se desvaneció cuando el paisaje cambió frente a ellos. El sendero serpenteaba entre colinas cubiertas de cenizas, hasta que llegaron a una enorme roca que parecía tan común como las demás.

—¿Es por aqui? —preguntó Laira, observando la roca con desconfianza.

Reik dio un paso adelante y presionó su mano contra la superficie de la roca. Unos segundos después, la tierra tembló ligeramente, y una grieta apareció, revelando una entrada oculta. El Gremio de los Leones había sabido esconderse bien durante años.

—Vamos, no tenemos todo el día —dijo Reik mientras entraba por la apertura, seguido de sus compañeros.

—¿Como sabias la entrada?—preguntó Tharion con cara de sorpresa.

—No tengo ni idea, era como si ya hubiera estado aquí antes. —Respondio Reik igual de sorprendido.

El interior de la cueva estaba iluminado por antorchas que ardían en tonos azules, un recordatorio de que la magia todavía fluía en algunas partes del mundo. Dentro, una docena de figuras estaban reunidas alrededor de una mesa de piedra. Todos ellos guerreros curtidos, algunos con cicatrices visibles, otros con ojos cargados de historias no contadas.

Al frente de la mesa estaba Kaiser, el líder del gremio, un hombre alto y serio, cuya mirada parecía analizar a cada nuevo integrante. Cuando Reik entró, Kaiser levantó la vista y asintió con la cabeza.

—Has llegado a tiempo, Reik —dijo, su voz grave resonando en la cueva—. La situación es más crítica de lo que esperábamos.

—¿De que me conoces? —dijo Reik con cara de preocupación.

—Es una larga historia, pero ahora no tenemos tiempo para eso, toma asiento y hablemos. -contesto Kaiser.

Reik se acercó, dejando que sus compañeros se acomodaran en silencio.

Kaiser suspiró, apoyando ambas manos sobre la mesa.

—Los diablos han reforzado las fronteras del reino. Han tomado el control de los últimos puntos estratégicos que nos quedaban —explicó, señalando un mapa lleno de marcas rojas—. Si no actuamos ahora, no habrá más resistencia. Necesitamos actuar y pronto, se nos acaba el tiempo.

Reik escuchaba atentamente, pero su mente estaba distraída. Las palabras de Kaiser resonaban en su cabeza, pero aún no podía quitarse de encima la inquietud que le provocaba la mirada del líder. ¿Cómo lo conocía? ¿Por qué le había hablado como si supiera algo más de él, algo que ni siquiera él recordaba?

Kaiser hizo una pausa y lo miró directamente.

—Reik, sé que estás preocupado por mis palabras. Y te prometo que, cuando tengamos tiempo te explicaré todo lo que necesitas saber. Pero ahora necesitamos tu ayuda.

—Está bien —respondió, clavando su mirada en Kaiser—. ¿Cuál es el plan?

Kaiser observó el mapa en silencio por un momento antes de continuar. Con un gesto firme, señaló una región que no estaba marcada en rojo, pero sí rodeada por las líneas de los territorios dominados por los diablos.

—Antes de lanzarnos a una ofensiva suicida contra sus líneas, hay algo que debemos hacer —dijo Kaiser con gravedad en su voz—. En esta zona... —señaló un punto al sur—, los diablos han capturado una gran cantidad de esclavos. Pero no son esclavos comunes. La mayoría de ellos eran guerreros del antiguo reino. Soldados, espadachines, incluso algunos capitanes de alto rango. Gente que luchó por la libertad antes de ser derrotados y sometidos.

Reik levantó una ceja, sorprendido.

—¿Están... vivos? —preguntó.

—Sí, aunque apenas. Han sido esclavizados en los campos del Valle Sombrío, obligados a trabajar hasta la muerte o usados como entretenimiento para los diablos —Kaiser frunció el ceño—. Sin embargo, si logramos liberarlos, podrían unirse a nuestra causa. Recuperaríamos no solo a valiosos combatientes, sino también a aquellos que conocen las estrategias de guerra del reino. Con su ayuda, nuestras posibilidades de éxito aumentarían considerablemente.



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En el texto hay: fantasia, drama, accion

Editado: 20.09.2024

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