El Heraldo Del Crepúsculo

El Susurro Del Crepúsculo

El mundo había entrado en una calma engañosa, un silencio profundo que envolvía cada rincón como una manta pesada y sofocante.

Era el tipo de paz que se siente después de una tormenta devastadora, cuando la tierra aún tiembla bajo la superficie, aunque el cielo se haya despejado y las nubes oscuras hayan desaparecido.

Para la mayoría, esta calma era un alivio, un respiro tras la sombra que había amenazado con consumirlo todo. Pero para Adriel y Miguel, la calma era un recordatorio constante de lo que habían perdido y de lo que aún faltaba por encontrar.

Los días se deslizaban uno tras otro, como hojas secas arrastradas por un viento sin rumbo. Adriel caminaba por las tierras que habían sido testigos de tantas batallas, pero cada paso que daba le parecía un eco vacío, un reflejo distante de lo que había sido.

La luz de Miguel brillaba tenuemente dentro de él, como una estrella que lucha por mantenerse encendida en un cielo sin esperanza. Habían pasado meses desde que Luzbel, envuelto en sombras, se había llevado a Leonel consigo, y desde entonces, no había habido rastro alguno de ellos.

Adriel (pensando): Leonel... hermano... ¿dónde estás?

El rostro de Leonel aparecía en la mente de Adriel con una nitidez dolorosa. Su risa, su mirada, la forma en que siempre había estado a su lado, eran recuerdos que ahora se sentían como dagas clavadas en su pecho.

Cada noche, Adriel cerraba los ojos esperando encontrarse con su gemelo en sus sueños, pero lo único que encontraba era el vacío, una oscuridad insondable que lo envolvía y lo ahogaba.

Adriel: Miguel, ¿cómo puedo seguir sin él? Siento que cada día me alejo más, como si la distancia entre nosotros fuera un abismo imposible de cruzar.

Miguel, que había sido su guía y su fuerza durante tanto tiempo, ahora también parecía debilitado. La luz dentro de Adriel seguía brillando, pero su resplandor era tenue, como una lámpara que se apaga lentamente. Miguel compartía el dolor de Adriel, sentía la misma desesperación, la misma impotencia ante la ausencia de Luzbel.

Miguel (con voz suave): Adriel, no podemos rendirnos. Aunque la oscuridad parezca infinita, debemos seguir adelante. Leonel está ahí afuera, en algún lugar, y debemos encontrarlo.

Los días se habían convertido en una rutina de búsqueda interminable. Adriel y Miguel habían recorrido montañas, bosques y desiertos, pero cada paso parecía llevarlos más lejos de su objetivo.

El mundo, aunque aparentemente en paz, estaba marcado por cicatrices profundas, heridas que aún supuraban oscuridad en los rincones más escondidos. Pero ninguna sombra, ningún eco de la batalla pasada, les había dado una pista sobre el paradero de Luzbel y Leonel.

Adriel (con tristeza): Es como si el mundo hubiera decidido olvidarlos, como si nunca hubieran existido...

El viento susurraba a través de los árboles, acariciando las hojas como un amante que se despide, y en ese susurro, Adriel a veces creía escuchar la voz de su hermano, un llamado distante que lo incitaba a seguir adelante. Pero cada vez que intentaba aferrarse a ese sonido, desaparecía, dejándolo solo con su dolor y su desesperanza.

Miguel (tratando de consolarlo): A veces, los caminos más difíciles son los que debemos recorrer solos, Adriel. Pero no estás solo. Estoy aquí contigo, y juntos encontraremos una forma de traerlos de vuelta.

Pero las palabras de Miguel, aunque bienintencionadas, no podían llenar el vacío que se había formado en el corazón de Adriel. La ausencia de Leonel era como una herida abierta, un agujero negro que lo devoraba por dentro, un dolor constante que lo desgarraba con cada latido.

Adriel (pensando): Leonel... si pudiera cambiar lugares contigo, lo haría sin dudarlo. Te daría mi vida, mi luz, todo, solo para tenerte de vuelta.

Los meses pasaban y la búsqueda continuaba, pero con cada día que transcurría, Adriel sentía cómo su esperanza se desmoronaba, cómo la fe que había sostenido comenzaba a quebrarse bajo el peso de la realidad.

Las sombras que antes habían sido sus enemigas ahora se convertían en sus compañeras silenciosas, recordándole que su gemelo estaba atrapado en un lugar donde la luz no llegaba.

Adriel (con voz quebrada): Miguel, ¿y si no podemos salvarlo? ¿Y si ya es demasiado tarde?

Miguel (con firmeza): No es tarde, Adriel. Mientras tengamos aliento, mientras la luz aún brille en ti, hay esperanza. Luzbel puede haber caído, pero Leonel sigue siendo parte de él. Debemos creer que aún hay un camino de regreso.

Adriel asintió, pero en lo más profundo de su ser, el temor de perder a su hermano para siempre se afianzaba, como una sombra que crece con cada puesta de sol. Sabía que no podía rendirse, pero también sabía que cada día sin respuestas era un paso más hacia la desesperación.

Fue en uno de esos días, cuando el sol se ocultaba detrás de las montañas, bañando el mundo en una luz dorada que se desvanecía lentamente, cuando llegaron los primeros rumores.

Unos viajeros, cansados y cubiertos de polvo, se cruzaron en su camino. Sus rostros estaban marcados por el miedo y la incertidumbre, y sus palabras eran apenas un susurro, como si temieran que la oscuridad los escuchara.

Viajero 1 (con voz temblorosa) -Tú... debes ser el que busca al desaparecido, ¿verdad? Hay algo... algo que debes saber.

Adriel (con urgencia) - ¿Qué saben? Por favor, díganme lo que han oído.

Viajero 2 - No estamos seguros, pero... en tierras lejanas, al este, hay un lugar donde la noche no termina. El sol nunca sale, y la oscuridad se ha asentado como una manta sobre el cielo. Dicen que es un mal antiguo, algo que ha despertado, y que trae consigo un crepúsculo eterno.

Las palabras resonaron en la mente de Adriel como una campanada que rompe el silencio, un eco que se expandía en su conciencia, despertando una nueva chispa de esperanza, aunque tenue.




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