El Heraldo Del Crepúsculo

El Crepúsculo Eterno

El rumor había sido un susurro llevado por el viento, una historia inquietante que recorría caminos polvorientos y se deslizaba entre las sombras. Un pueblo, lejos en las tierras orientales, donde el sol había dejado de alzarse y la noche se había aferrado a la tierra como una maldición.

Para muchos, era solo una leyenda, una advertencia para mantener a los viajeros alejados de un destino oscuro. Pero para Adriel y Miguel, era una señal, una pista que no podían ignorar.

Adriel (pensando): La oscuridad... siempre la oscuridad. ¿Podría ser este el rastro que hemos estado buscando?

Miguel, dentro de Adriel, sintió el tirón en su esencia, una vibración en la tela de la realidad que le indicaba que lo que se escondía en ese lugar no era natural, no era de este mundo.

Miguel (con voz suave): Siento algo, Adriel. Es como una distorsión, un desgarro en la luz misma. Debemos ir, debemos ver qué está ocurriendo allí.

Guiados por esa sensación, Adriel y Miguel emprendieron el viaje hacia el este, a través de paisajes desolados donde el cielo parecía un manto sin estrellas, un preludio de la oscuridad que los aguardaba.

El camino fue largo, cada día les acercaba más a la fuente del fenómeno, pero también los sumergía más en la inquietante certeza de que algo estaba terriblemente mal.

Finalmente, tras días de viaje, llegaron al borde de un valle profundo, donde el aire mismo parecía detenido, como si el tiempo hubiera decidido no avanzar más. Allí, ante ellos, yacía el pueblo en cuestión, un lugar atrapado entre el día y la noche, donde el crepúsculo eterno había encontrado su hogar.

El sol, que debía estar alto en el cielo, apenas era una débil línea en el horizonte, una franja de luz agonizante que luchaba por existir, pero que no tenía la fuerza para romper las cadenas de la noche.

Las sombras se extendían por todas partes, largas y sinuosas, como serpientes que se arrastran en busca de una presa. La oscuridad en este lugar no era la suave penumbra de la noche, sino una entidad viva, densa, que respiraba con una malevolencia sutil.

Adriel (observando el paisaje con asombro y temor): Esto... esto no es natural. Es como si la luz hubiera sido estrangulada, como si el día hubiera sido prohibido aquí.

Miguel sintió la energía en el aire, una vibración constante, como las ondas que se forman en el agua después de arrojar una piedra. No era una oscuridad común; era una sombra que había sido convocada, creada por una voluntad con un propósito oscuro.

Miguel (susurrando en la mente de Adriel): Algo o alguien está manipulando la luz aquí, Adriel. Siento la energía, como si hubiera una mano invisible tirando de los hilos del mundo, sumergiendo este lugar en una eternidad sin esperanza.

Con cada paso que daban hacia el pueblo, la oscuridad parecía intensificarse, envolviéndolos en un abrazo frío que se filtraba a través de su piel, como si intentara robarles el calor de la vida.

El aire era pesado, cargado de una niebla densa que se arremolinaba a su alrededor, dificultando la respiración. No había sonidos de vida, solo el susurro del viento que parecía llevar consigo los lamentos de los habitantes atrapados en este crepúsculo sin fin.

Las casas del pueblo eran sombras de lo que alguna vez fueron. Las paredes, erosionadas y quebradas, se inclinaban peligrosamente, como si estuvieran cansadas de resistir la eternidad que las rodeaba. Las ventanas, con cristales rotos y enmohecidos, eran como ojos vacíos que miraban al cielo sin esperanza.

No había luces en las ventanas, no había humo saliendo de las chimeneas; solo la oscuridad se asomaba desde el interior, devorando todo lo que una vez había sido.

Adriel (murmurando para sí mismo) - Es como si el tiempo se hubiera detenido aquí, como si la vida misma hubiera sido borrada de este lugar.

Las calles del pueblo estaban cubiertas de una fina capa de polvo y ceniza, restos de algo que había ardido y se había consumido en el pasado. El suelo crujía bajo sus pies, el único sonido en un mundo de silencio. Cada paso resonaba en la quietud, como un recordatorio de que ellos eran los únicos que se movían en este reino de sombras.

Mientras Adriel avanzaba, guiado por la tenue luz de Miguel que aún brillaba dentro de él, comenzó a sentir una presencia. No era una presencia física, sino más bien una conciencia, una entidad que se movía con la oscuridad, que la controlaba y la dirigía.

Miguel (alerta) Adriel, no estamos solos. La oscuridad aquí no es solo un fenómeno; es algo que ha sido convocado, algo que tiene un propósito.

Los habitantes del pueblo, aquellos que aún quedaban, eran sombras de personas, figuras encorvadas y silenciosas que se movían lentamente, como si estuvieran arrastrando el peso de siglos sobre sus espaldas.

Sus rostros, apenas visibles en la penumbra, estaban marcados por el miedo y la desesperación. No levantaban la vista, no hablaban, simplemente existían, atrapados en un ciclo interminable de temor y resignación.

Adriel sintió un nudo en su estómago al ver a una anciana que se movía con dificultad, sus ojos vacíos reflejaban el vacío del mundo que la rodeaba.

Cuando ella pasó junto a él, una ráfaga de viento levantó la niebla, y Adriel sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. La niebla no era simplemente vapor; era densa, casi tangible, y parecía envolver a la anciana, arrastrándola de regreso a las sombras.

Adriel (con una creciente sensación de urgencia) Miguel, debemos hacer algo. Esta gente... están atrapados en una pesadilla de la que no pueden despertar.

Miguel: Debemos encontrar la fuente de esta oscuridad, Adriel. Solo así podremos liberarlos y, tal vez, encontrar pistas sobre Luzbel y Leonel.




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