El Heraldo Del Crepúsculo

La Luz Renaciente

El día se estiraba con lentitud, como si el sol mismo luchara por romper las cadenas invisibles que lo mantenían atrapado bajo un velo de oscuridad.

El aire estaba cargado de un frío inexplicable, un frío que no provenía solo del clima, sino de la presencia de algo antiguo y malicioso que acechaba en las sombras, observando cada movimiento de Adriel y Miguel mientras avanzaban por los caminos olvidados del mundo.

Adriel sentía el peso del tiempo sobre sus hombros, como si cada paso que daba lo sumergiera más en un pozo de desesperación. Pero a pesar de la oscuridad que los rodeaba, había una pequeña chispa de esperanza que brillaba en su corazón, alimentada por la luz de Miguel y su determinación de salvar a Luzbel y Leonel.

Adriel (pensando) Cada sombra, cada rincón oscuro, parece estar observándonos, como si el mismo mundo estuviera conspirando en nuestra contra. Pero no puedo detenerme, no puedo dejar que la oscuridad me consuma. Leonel, te encontraré, no importa lo que cueste.

Miguel, que compartía la conexión más profunda con Adriel, sentía las mismas corrientes oscuras que intentaban tirar de ellos hacia el abismo. La luz que irradiaba dentro de él brillaba intensamente, pero sabía que cada paso los acercaba más a la confrontación con el Heraldo, una entidad que parecía ser el núcleo de toda la oscuridad que se extendía como una plaga.

Miguel (con voz tranquila) — Adriel, no estamos solos en esto. Cada paso que damos es una victoria contra la oscuridad que intenta detenernos. No podemos dudar, no podemos flaquear, porque la luz que llevamos es la única esperanza de este mundo.

El paisaje que los rodeaba era desolado, un reflejo de la batalla interna que se libraba dentro de Adriel. Los árboles, que alguna vez habían sido verdes y llenos de vida, ahora estaban marchitos, sus ramas retorcidas y desnudas, como manos esqueléticas que se extendían hacia el cielo en una súplica muda. La tierra bajo sus pies estaba agrietada y seca, como si toda la vida hubiera sido drenada de ella, dejando solo una cáscara vacía.

Adriel (observando el paisaje) — Este lugar... es como si la misma naturaleza hubiera sido corrompida por la oscuridad. Cada árbol, cada roca, parecen estar llorando por lo que han perdido.

El camino que seguían serpenteaba a través de colinas bajas, donde la niebla se arremolinaba en remolinos suaves, como fantasmas perdidos en busca de paz.

La niebla, sin embargo, no era un manto tranquilo; parecía moverse con una voluntad propia, cubriendo y revelando el camino ante ellos con una malevolencia sutil. Adriel sentía que, en cualquier momento, la niebla podría levantarse y transformarse en algo mucho más peligroso.

Mientras avanzaban, encontraron una pequeña aldea que apenas era visible en la penumbra. Las casas estaban medio derrumbadas, y las pocas personas que se movían por las calles lo hacían con pasos lentos y temerosos, como si cada momento fuera un acto de valentía en un mundo dominado por el miedo. Los rostros de los aldeanos estaban marcados por la desesperanza, sus ojos reflejaban la misma oscuridad que había consumido el paisaje.

Adriel (observando a los aldeanos) — Es como si la oscuridad hubiera devorado su voluntad, dejándolos solo como sombras de lo que alguna vez fueron. Pero hay algo más aquí, algo que no podemos ver pero que sentimos en lo más profundo.

Los aldeanos hablaban en susurros, temerosos de ser escuchados por algo más que por ellos mismos. Mencionaron, con miedo, la aparición de un ser que había invadido sus sueños, una figura oscura que se materializaba en sus mentes cuando la noche caía, llenando sus corazones con un terror indescriptible.

Aunque ninguno había visto al Heraldo del Crepúsculo en persona, sus presencias en los sueños habían sido suficientes para destrozar sus espíritus.

Aldeano 1 (con voz temblorosa) — Él viene en la noche, cuando las sombras se hacen más largas y el frío cala hasta los huesos. No habla, solo observa... pero su mirada es suficiente para congelar el alma.

Aldeano 2 (murmurando) — Intenté acercarme a él, intenté descubrir qué es lo que busca, pero siempre está fuera de mi alcance, como si el mismo sueño lo protegiera. Es como si no quisiera que lo encontráramos, como si estuviera esperando algo... o alguien.

Las palabras de los aldeanos resonaron en la mente de Adriel como un eco distante, una advertencia de lo que estaba por venir. Sabía que cada pista que encontraban los acercaba más a Luzbel, pero también los acercaba peligrosamente al Heraldo, cuya sombra parecía crecer con cada paso que daban.

Miguel (con voz tensa) — Adriel, estamos en el borde de algo grande. Puedo sentir la presencia del Heraldo, como una sombra que se cierne sobre nosotros. Pero también siento a Luzbel, su luz aún lucha, aún intenta resistir. Debemos ser cuidadosos, pero no podemos detenernos ahora.

Con la nueva información, Adriel y Miguel continuaron su búsqueda, siguiendo las huellas que Luzbel había dejado en el mundo, pequeños rastros de su presencia que brillaban débilmente en la oscuridad.

Sabían que el camino era peligroso, que cada paso los llevaba más cerca de un enfrentamiento inevitable con el Heraldo. Pero también sabían que no podían dar marcha atrás, no cuando estaban tan cerca de encontrar a Luzbel y a Leonel.

La noche cayó rápidamente, como un manto de terciopelo negro que cubría el mundo en su abrazo sofocante. Adriel sentía que la oscuridad se hacía más densa, más opresiva, como si el aire mismo se estuviera volviendo en su contra. Sabía que el tiempo se estaba agotando, que cada minuto que pasaba los acercaba más a una confrontación que no podían evitar.

Esa noche, cuando Adriel finalmente cerró los ojos para descansar, fue arrastrado nuevamente al mundo de los sueños, pero esta vez, las imágenes fueron más vívidas, más intensas.

Se encontró de pie en un campo de batalla, donde el cielo estaba teñido de un rojo oscuro, como si la sangre de mil guerreros hubiera sido derramada sobre él. El suelo bajo sus pies era un mar de cenizas, y a lo lejos, pudo ver dos figuras enfrentadas, envueltas en un torbellino de luz y oscuridad.




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