El Heredero de Whitewolf

2. Ojos Azules

Antes del ocaso, Eva estaba frente a la puerta de su casa, con las manos en los bolsillos y moribunda de hambre. Wilfer había cumplido su palabra como costumbre. Él era sin duda alguna, el hombre perfecto para cualquier chica. Bondadoso, leal, confiable, detallista y amoroso. De melena rubia y ojos grises, lo suficientemente alto y fuerte. Todo un caballero. El chico ideal y de buena familia. Un increíble amante, según Eva, pero con un sentido del humor pésimo.

Entorno los ojos, cruzando el umbral, al fin, la vida seguía con o sin él, aunque fuera el chico ideal…

Nunca antes se sintió tan vacío al alejarse de una persona. Pero, claro, Eva no era cualquier persona. Al despedirse, sintió que se le desgarraba el alma. Como tras un terremoto, algo se abrió en su pecho, una profunda y estrecha grieta. Wilfer tendría que pasar otra noche interminable sin ella, sin cumplirse su deseo de estar a su lado en todo momento y verla, incluso, en su aspecto más vulnerable y natural. Con los codos en las rodillas y la cabeza entre las manos, sintió sus dulces, pequeños y gruesos labios sobre los de él, moviéndose hambrientamente e internando su lengua al encuentro de la suya, en una disputa que solo ellas entendían. Había decidido no decirle nada de su repentina marcha. La impaciencia, por días sin tenerla, lo tentó a besarla eliminando, por ende, la opción de expresarse de manera verbal. Arrinconándola contra un árbol, cortándole la respiración a la vez que le masajeaba las nalgas, como le gustaba. Su miembro se alzaría hacia ella ansioso, pidiéndole a gritos una pronta liberación. Habría podido arrancarle la blusa y bajarle los pantalones de un tirón y enterrarse dentro de ella con emoción, encaminándola a un increíble clímax, como deseaba hacerlo, sin embargo, nada de eso sucedió.

¿Acaso su dulce y tierno cordero se merecía que la tomara como a un animal? Paso por su mente la voz ronca de Eva pidiéndole que la embistiera con más fuerza. Era un delicioso recuerdo, de aquella vez que ilícitamente se salieron de clase, encerrándose en el baño de chicas, poniendo antes un cartel de “prohibido el paso”. No contaba con el descontrolado deseo de ambos evidenciándose en sus gritos que llamaron la atención de unos cuantos maestros que merodeaban en la zona. Los habían castigado una semana en la que no se podían ver. Sus gritos le emocionaban, repetiría la travesura una y otra vez si obtendría la misma vigorizante reacción de ella. Y como todo lo bueno, tiene incluso una parte desagradable, la de esta fue enterarse horrorizado el dolor en consecuencia, que la acompaño cada día incluso después de su encuentro. O de lo contrario, la hubiera tomado en la sala de sus casi suegros. Pero en esta ocasión, prefirió observarla, en silencio, en un aspecto que poco se le podía apreciar. Respondiendo con evasivas a cualquiera de sus preguntas.

Una extraña sensación le cubrió desde el bajo de la espalda hasta el cuello, incomodándolo. Alguien lo observaba. Levanto la cabeza rápidamente, sulfurando a la chica en su puerta, vistiendo un camisón blanco a mitad de muslo que acompañaba el cabello rubio cenizo cayéndole en hondas pronunciadas por los hombros. Sus ojos azules claros lo miraban maliciosos, nada que ver con el dulce brillo de su Eva.

- No has bajado a cenar – se adentró torciendo los dedos simulando nerviosismo.

- No tenía hambre – prosiguió con la tarea de despojarse de las botas evitando verla. Era incomodo tenerla en su habitación.

- ¿Ahora, si la tienes? – su rostro se posó en el de ella, que lo observaba con lujuria haciéndolo sentir sucio, tan sucio como aquella mañana – puedo darte de comer, si lo deseas.

- no, gracias – se apuró a rechazar la propuesta.

- ¿cenaste con ella? – más que una pregunta, sonó como reproche. arrugo el cejo y evito que salieran por su boca palabras groseras. Ante todo, ella era su hermana.

- No.

- ¿Entonces? ¿Acaso hay algo que te preocupa? – se acercó hasta sentarse a unos centímetros de él, en la cama, aparentemente preocupada.

- No, Andrea, no hay nada. Quisiera terminar de arreglarme para dormir – miro la salida y de vuelta a ella, en una clara invitación a irse.

- Déjame ayudarte – se abalanzo sobre él, pero la retuvo con los brazos marcados por sobresalientes músculos.

- No es necesario, puedo solo – la soltó con un leve empujón, casi imperceptible.

- Déjame…, por favor – lo que acaba de escuchar, era suficiente para saber, que no pretendía detenerse hasta lograr cualquiera que fuera su cometido. Si no lo entendía a las buenas, tendría que hacerlo a las malas.

- Vete de mi habitación, Andrea.

- Por favor, Wil…

- No tienes ningún derecho a llamarme así – la amonesto, sin rastro de amabilidad en su rostro.

- ¿Por qué no? – suplico entristecida y molesta.

- Porque no, vete ya.

- Pero…

- Vete, ahora, no quiero hacerte daño – insistió muy molesto.

- Pero yo quiero… – se abalanzo sobre el juntando sus labios. Wilfer, la aparto violentamente de un manotazo en la mejilla y tomándola del brazo con fuerza, la llevo fuera de la habitación, cerrando la puerta de un golpe tras él. ya era suficiente, no podía ser amable con alguien que no entendería de la forma más humana posible.




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