Las reuniones familiares siempre habían sido un campo de batalla disfrazado de tradición. Mi abuelo, Marcus Carter, tenía un talento innato para transformar cualquier conversación en un interrogatorio, especialmente cuando sentía que no estabas a la altura de sus estándares. Aquella tarde no fue la excepción.
Estábamos en la sala principal de la mansión familiar, un espacio tan grande y lujoso que siempre me hacía sentir pequeño, incluso en ese momento, con treinta y cinco años y al mando del imperio Carter.
El abuelo se sentó en su trono improvisado, un sillón de cuero negro que parecía diseñado específicamente para alguien con su porte. Yo me acomodé frente a él, sabiendo que la conversación que estaba por venir no sería placentera.
—Winston, ¿sabes por qué te he llamado? —preguntó, dejando su bastón apoyado en la mesa de madera maciza que nos separaba.
—Puedo imaginarlo —respondí, cruzando las piernas con una calma calculada. Había aprendido a no mostrar debilidad frente a él.
—Entonces ahorrémonos rodeos —dijo, con voz grave—. Has hecho un excelente trabajo liderando la empresa desde que asumiste el control, no puedo negarlo. Pero estoy preocupado por el futuro.
—¿El futuro? —arqueé una ceja, fingiendo curiosidad—. ¿Qué tipo de preocupación? —Marcus se inclinó hacia adelante, entrelazando las manos sobre su bastón.
—El futuro de nuestra familia, Winston. Este imperio no solo se construyó para ti, sino para las generaciones que vendrán después de ti. Es tu deber asegurarte de que haya un heredero para continuar con lo que hemos creado. —Sentí cómo la paciencia que había cultivado durante años comenzaba a desmoronarse. Había esperado este discurso, pero no estaba preparado para lo directo que sería.
—¿Y qué pasa si no estoy interesado en seguir tus planes? —pregunté, sin molestia aparente, pero con un filo en mis palabras.
—No se trata de interés —replicó, con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Se trata de responsabilidad. Tienes treinta y cinco años, Winston. Eres el hombre más poderoso de la ciudad, pero no tienes ni una esposa ni hijos. ¿Cómo planeas garantizar la continuidad de nuestro legado?
—El legado está en las empresas, abuelo. Eso ya está garantizado con mi trabajo.
—Estás equivocado. —Marcus se levantó con esfuerzo, apoyándose en su bastón—. Las empresas son solo herramientas. El verdadero legado es la familia. Sin un heredero, todo lo que has hecho no tiene sentido. —Me levanté también, cruzándome de brazos.
—¿Y si decido no tener hijos? ¿Qué pasa si no quiero que mi vida sea dictada por tus expectativas? —Él se giró para mirarme directamente, sus ojos azules tan fríos como el mármol.
—Si no lo haces, buscaré otra manera de garantizar el futuro de este imperio. No me importa cuántas decisiones tomes por ti mismo, Winston, pero esto no es opcional. Tienes un año. Si no hay un heredero para entonces, buscaré un sucesor que sí entienda lo que significa ser un Carter. —Su amenaza me golpeó más fuerte de lo que esperaba. Sabía que era capaz de cumplirla. Marcus siempre cumplía sus palabras, sin importar el costo.
—¿Un año? —solté una risa amarga—. ¿Y si no consigo cumplir tus expectativas en ese tiempo?
—Entonces no mereces lo que tienes —sentenció con una calma que me enfureció aún más.
Caminé hacia la ventana, mirando los jardines perfectamente cuidados de la mansión. La ira y la frustración se mezclaban en mi interior, pero sabía que gritar no serviría de nada. Con Marcus, la única manera de ganar era jugar su juego. Solo que esta vez, el juego parecía imposible.
—¿Y qué esperas que haga? ¿Que me case con la primera mujer que encuentre y tenga un hijo por encargo? —pregunté, sin ocultar mi sarcasmo. Marcus se acercó lentamente, golpeando el suelo con su bastón en cada paso.
—No me importa cómo lo hagas, Winston. Solo hazlo. Eres un hombre inteligente, y sé que encontrarás una solución. Pero te advierto, no juegues conmigo. No tienes tiempo para tonterías. —Lo miré, evaluando sus palabras. Por un momento, el silencio reinó en la habitación. Luego, con una sonrisa falsa, dije:
—Perfecto. Haré lo que tenga que hacer. —Sus labios se torcieron en algo parecido a una sonrisa satisfecha.
—Sabía que tomarías la decisión correcta. No me decepciones, Winston.
Cuando salió de la sala, me dejé caer en el sofá, con la cabeza entre las manos. Por primera vez en años, no tenía una respuesta clara para un problema. Estaba atrapado entre las expectativas de mi abuelo y mi propio deseo de vivir mi vida según mis términos. Y aunque odiaba admitirlo, Marcus tenía razón en algo: no tenía tiempo para tonterías. El reloj ya había comenzado a correr.
Después de la conversación, volví a mi apartamento, tratando de despejar mi mente. La vista desde la ventana de mi sala mostraba un Londres iluminado, vibrante, lleno de vida. Era irónico cómo desde ahí, todo parecía perfecto, mientras mi vida personal estaba a punto de desmoronarse.
Mi teléfono sonó, interrumpiendo mis pensamientos. Era Claire, mi asistente, siempre puntual y directa.
—Señor Carter, ¿cómo fue la reunión con su abuelo? —preguntó, sin rodeos.
—Tan agradable como una visita al dentista sin anestesia —respondí, dejando escapar un suspiro. Ella rió suavemente al otro lado de la línea.