La mañana siguiente desperté con una sensación de vacío. Las palabras de mi abuelo seguían repitiendose en mi cabeza, como un eco que no podía silenciar. Me quedé un rato en la cama, mirando el techo de mi habitación, como si en esas líneas y esquinas pudiera encontrar una respuesta. No había manera de evitarlo: Marcus Carter no hablaba por hablar. Cuando él decía algo, era definitivo.
Me levanté finalmente, sacudiendo la pereza de mis hombros, y me dirigí a la ducha. El agua caliente me despejó, pero no hizo nada por calmar la tensión en mi pecho. Una vez listo, bajé a la cocina. Claire ya me esperaba, como de costumbre, con su tableta y un café negro humeante.
—Buenos días, señor Carter —dijo, sin levantar la vista mientras pasaba las páginas virtuales de su dispositivo.
—Buenos días, Claire —respondí, tomando el café con ambas manos como si fuera un ancla. Ella levantó la mirada un segundo y frunció el ceño.
—Se ve... agotado.
—¿Es una observación o una queja? —respondí, intentando aligerar el ambiente.
—Ni una ni la otra, pero está claro que no tuvo una noche tranquila. ¿Marcus otra vez?
—Siempre Marcus. —Suspiré y dejé la taza en la mesa—. Esta vez, quiere un heredero. Literalmente, exige que tenga un hijo dentro de un año. —Ella parpadeó, sorprendida.
—¿Un hijo? ¿Un año? ¿Está hablando en serio? Pensé que lo decía en broma.
—Completamente en serio. Ya conoces a mi abuelo. Si no lo hago, amenaza con buscar a alguien más para que se haga cargo de todo. —Claire asintió lentamente, como si estuviera procesando la información.
—¿Y qué piensa hacer?
—Eso es lo que intento averiguar —respondí, con un toque de sarcasmo—. Tal vez ir a una feria y buscar "madres voluntarias". ¿Qué te parece? —Ella reprimió una sonrisa.
—No creo que sea la mejor estrategia, señor.
—Claire, he dedicado toda mi vida a esta empresa. He soportado sus críticas, sus exigencias, todo, para demostrar que puedo manejarlo. Pero ahora, quiere que convierta mi vida personal en un proyecto más. Como si tener un hijo fuera una transacción. —Me pasé una mano por el cabello, frustrado—. No puedo creer que esté considerando esto.
—Entiendo que no es una decisión fácil, pero tal vez pueda abordarlo como cualquier otro problema. Busque una solución práctica. —La miré, arqueando una ceja.
—¿"Práctica"? ¿Cómo sugieres que sea práctico con algo tan... personal?
—Bueno, no estoy diciendo que sea fácil, pero tal vez debería empezar por preguntarse qué quiere usted realmente. No lo que quiere Marcus, sino lo que quiere Winston Carter. —Eso me dejó callado por un momento.
Claire rara vez daba opiniones personales, pero esta vez, su consejo me golpeó en el centro. ¿Qué quería yo realmente? No lo sabía. O tal vez, no quería admitirlo.
—Tal vez tengas razón —murmuré—. Pero primero, tengo que lidiar con las prioridades del día. ¿Qué tenemos en la agenda? —Claire revisó rápidamente su tableta.
—Tiene una reunión con el equipo de marketing a las nueve, un almuerzo con los socios de París a las doce y una cena de gala esta noche en el Hotel Kensington.
—Perfecto. Otra jornada maratónica.
-
La reunión de marketing pasó sin contratiempos, aunque mi mente estaba en otra parte. Escuchaba hablar a los responsables de estrategias, asentía en los momentos correctos y hacía algunas observaciones para no parecer completamente ausente. Sin embargo, apenas terminó la reunión, me encontré buscando una excusa para quedarme a solas en mi despacho.
Cerré la puerta y me dejé caer en el sillón de cuero frente a mi escritorio. Miré la pila de documentos sobre la mesa, pero no pude concentrarme. Todo lo que podía pensar era en las palabras de Marcus y en cómo su ultimátum estaba condicionando cada aspecto de mi vida. El sonido del teléfono interrumpió mis pensamientos. Era Claire.
—Disculpe la interrupción, señor, pero hay alguien que insiste en verlo. Dice que es urgente.
—¿Quién es? —pregunté, irritado.
—Es su primo, Gregory.
—Perfecto. Déjalo pasar. —Colgué el teléfono y suspiré. Gregory Carter era uno de esos parientes lejanos que aparecían solo cuando necesitaban algo.
La puerta se abrió y Gregory entró con su típica sonrisa arrogante. Vestía un traje impecable, pero había algo en su actitud que siempre me ponía de mal humor.
—Winston, qué gusto verte —dijo, extendiendo una mano.
—Gregory, ¿qué necesitas? —respondí directamente, sin ganas de perder el tiempo. Se dejó caer en uno de los sillones frente a mi escritorio, como si estuviera en su propia casa.
—Veo que sigues siendo tan amable como siempre. Pero no he venido a molestarte. Quería hablar sobre el abuelo. —Eso captó mi atención. Me recargué en el respaldo y lo miré fijamente.
—¿Qué pasa con Marcus? —Gregory sonrió, como si hubiera estado esperando esa pregunta.
—He escuchado rumores de que te ha dado un plazo... un ultimátum, por así decirlo. ¿Es cierto?
—¿Y qué si lo es? —respondí, intentando mantener la calma.