La noche estaba fría y húmeda cuando salí del edificio después de otra jornada agotadora. Mis pensamientos eran un torbellino, cada uno chocando con el siguiente. Mi abuelo, sus exigencias, la presión de Gregory… Todo pesaba demasiado sobre mis hombros. Sin un rumbo claro, decidí hacer algo que rara vez hacía: escapar.
Caminé por las calles de Londres sin rumbo fijo, ignorando las luces parpadeantes de los taxis y el bullicio de las personas que salían de los bares cercanos. Al cabo de unos minutos, encontré un lugar que parecía lo suficientemente oscuro y apartado para desaparecer por un rato. Era un pequeño pub, de esos que no llamaban la atención en el barrio.
Abrí la puerta, y el olor a madera vieja y licor me golpeó al instante. El lugar estaba casi vacío, salvo por un par de hombres en la barra y una mujer que limpiaba mesas al fondo. Me acerqué al mostrador y tomé asiento. El barman, un hombre mayor con cabello gris y un delantal raído, se acercó.
—¿Qué puedo servirte, amigo? —preguntó, con un tono amable pero cansado.
—Whisky. Solo. Y asegúrate de que no me quede sin él —respondí, dejando un billete generoso sobre la barra.
El hombre asintió y me sirvió el primer vaso. Lo bebí de un trago, disfrutando del ardor que quemaba mi garganta. Necesitaba desconectarme de todo, aunque fuera por unas horas.
Mientras el licor comenzaba a nublar mis pensamientos, miré a mi alrededor. El pub era un lugar sencillo, sin pretensiones, y eso lo hacía perfecto para lo que buscaba esa noche. Fue entonces cuando mis ojos se posaron en la mujer que estaba limpiando mesas. Era joven, tal vez un poco menor. Su cabello castaño caía en ondas sobre sus hombros, y sus movimientos eran ágiles pero medidos, como si intentara pasar desapercibida.
No pude evitar fijarme en su rostro. Había algo en ella que me intrigaba. No era su belleza, aunque era indudablemente atractiva, sino la calma que parecía emanar de ella. Una calma que yo no había sentido en años.
—¿Otra copa? —preguntó el barman, sacándome de mis pensamientos.
—Sí, por favor. —Mientras me servía, la mujer se acercó a la barra para dejar un par de vasos vacíos. Su mirada se cruzó con la mía, y por un instante, sentí que el tiempo se detenía. Luego, bajó la vista rápidamente y volvió a su trabajo. Algo en su actitud me hizo sonreír. No estaba acostumbrado a que alguien evitara mi atención de esa manera.
—¿Es nueva aquí? —le pregunté al barman, señalando hacia ella.
—Leona. Lleva unos meses trabajando con nosotros. Es una buena chica, siempre hace lo suyo y no se mete con nadie. ¿Por qué preguntas?
—Solo curiosidad. —El barman asintió y volvió a sus tareas.
Yo, en cambio, seguí observándola de reojo mientras bebía. Había algo en ella que me hacía sentir... diferente. Tal vez era el whisky, o tal vez era la forma en que parecía ajena al mundo que la rodeaba. Sea como fuere, esa noche, decidí dejarme llevar por la curiosidad.
Las horas pasaron, y el pub comenzó a vaciarse. El alcohol había hecho su trabajo, entorpeciendo mis pensamientos y relajando mi cuerpo. Sabía que debía regresar a casa, pero la idea de enfrentarme a mi realidad me resultaba insoportable. Me quedé en mi asiento, tamborileando los dedos sobre la barra.
—Es tarde —dijo una voz femenina detrás de mí. Me giré y vi a Leona, con un paño en la mano—. Estamos por cerrar.
—¿Ya? —murmuré, mirando alrededor. El lugar estaba casi desierto.
—Sí, ya. Y usted parece haber bebido más de la cuenta. —No pude evitar reírme, aunque el gesto me dolió por dentro.
—¿Eso es una crítica?
—Es solo una observación. —Se cruzó de brazos, mirándome con una mezcla de curiosidad y paciencia—. ¿Está bien? No parece del tipo de persona que viene a este tipo de lugares.
—¿Y cómo sería "mi tipo"? —pregunté, intrigado por su respuesta. —Ella se encogió de hombros.
—Elegante. Refinado. De esos que van a restaurantes caros y beben vino de botellas que cuestan más que mi sueldo. —Su sinceridad me tomó por sorpresa. Sonreí, más por su audacia que por otra cosa.
—Tal vez hoy solo quería algo diferente.
—Parece que lo encontró. Pero ahora debería irse. Es peligroso caminar solo por aquí a estas horas.
—¿Y quién dice que voy solo? —bromeé, señalando la botella medio vacía en la barra. —Ella me miró fijamente, y por un momento, pensé que iba a ignorarme. Pero en lugar de eso, suspiró y dijo:
—¿Tiene un taxi esperando? —Negué con la cabeza.
—Entonces, déjeme ayudarle. No puedo dejar que salga así. Espere aquí. —Leona desapareció por un momento y regresó con su abrigo puesto. Su cabello estaba recogido en una coleta, y llevaba una expresión decidida en el rostro.
—Vamos. Lo acompañaré hasta que consiga un taxi.
—¿Siempre eres tan amable con los clientes borrachos? —pregunté, levantándome tambaleante.
—No. Solo con los que parecen necesitarlo.
El aire frío de la calle me despejó un poco, pero no lo suficiente como para caminar recto. Leona caminaba a mi lado, manteniéndose en silencio, pero sus ojos estaban atentos, como si esperara que me derrumbara en cualquier momento.