Los días que siguieron estuvieron marcados por una inquietud que no lograba entender del todo. Desde que conocí a Leona, mi mente había comenzado a trabajar de manera incesante, formulando ideas y soluciones.
Por primera vez en mucho tiempo, tenía una certeza absoluta: necesitaba que ella formara parte de mi vida. No sabía exactamente cómo, pero lo que era seguro era que había algo en ella que me hacía querer luchar por resolver este lío familiar.
Fue entonces cuando surgió una idea alocada, una que no me dejaba en paz.
Llegué al pub al caer la tarde. El ambiente ruidoso y la música de fondo eran constantes, pero mi atención estaba fija en un solo punto: Leona, detrás de la barra, sirviendo una ronda de cervezas a un grupo de clientes ruidosos. Su rostro estaba sereno, como si tuviera una habilidad natural para mantenerse inmune al caos que la rodeaba. Me acerqué a la barra y esperé a que terminara de atender a los clientes.
Cuando nuestros ojos se encontraron, noté una mezcla de sorpresa y resignación.
—Tú otra vez —dijo, cruzándose de brazos—. ¿No tienes algo mejor que hacer?
—Quizá —respondí, apoyando los codos en la barra—, pero nada que sea más importante. —Ella rodó los ojos y comenzó a limpiar la barra con un trapo.
—Si estás aquí para agradecerme otra vez, ya lo hiciste. Puedes ahorrarte el esfuerzo.
—No estoy aquí para eso. Estoy aquí para hablar contigo. —Leona se detuvo por un momento, pero no me miró.
—Habla rápido. No tengo todo el día.
—Es algo importante, y preferiría hacerlo en privado. —Su ceño se frunció ligeramente, pero no dijo nada. Miró hacia el reloj en la pared y luego hacia un hombre al fondo del pub, probablemente su jefe. Finalmente, suspiró y me señaló una mesa cerca de la esquina.
—Espérame ahí. Tengo 15 minutos de descanso en un rato. —Asentí y me dirigí a la mesa.
Pedí un café mientras esperaba, tratando de organizar mis pensamientos. No era fácil, porque lo que estaba a punto de proponer no era precisamente convencional.
Unos minutos después, Leona llegó con una taza de té en la mano. Se sentó frente a mí, claramente a la defensiva.
—Bien, aquí estoy. ¿Qué es tan importante? —Respiré hondo, sabiendo que cualquier palabra fuera de lugar podría arruinarlo todo.
—Quiero proponerte algo. Algo que podría beneficiarnos a ambos. —Leona arqueó una ceja, tomando un sorbo de té.
—¿Por qué siento que no me va a gustar?
—Escucha antes de decidir. Estoy en una situación complicada con mi familia. Mi abuelo me está presionando para que siente cabeza, que forme una familia y tenga un hijo. —Ella parpadeó, claramente sorprendida.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?
—Lo he pensado mucho, y creo que podríamos hacer un acuerdo. Un contrato. —Leona se reclinó en su asiento, mirándome como si me hubiera vuelto loco.
—¿Un contrato? ¿Qué clase de contrato?
—Un contrato para tener un hijo. Tú y yo. Pero no en el sentido convencional. Sería estrictamente un acuerdo comercial. Tú recibirías una compensación por tu tiempo y por... cumplir con las condiciones. Y yo podría demostrarle a mi abuelo que estoy cumpliendo con sus demandas. —El silencio que siguió fue insoportable. Leona me miraba con una mezcla de incredulidad y algo que no pude identificar de inmediato.
—¿Estás bromeando? —dijo finalmente, con un tono frío.
—Sé que suena extraño, pero no estoy bromeando. Es una solución práctica para ambos. Tú obtienes el dinero que necesitas para mejorar tu situación, y yo cumplo con las expectativas de mi familia sin involucrarme en un matrimonio vacío. —Ella dejó su taza de té en la mesa con un golpe seco.
—¿Y qué te hace pensar que aceptaría algo así? No soy un vientre de alquiler, Winston. Soy una persona.
—Lo sé, y no estoy intentando reducirte a eso. Pero eres alguien en quien siento que puedo confiar. No hay segundas intenciones aquí, Leona. Quiero que sea algo justo para ambos. —Ella negó con la cabeza, riendo amargamente.
—Esto es ridículo. ¿De verdad crees que puedes entrar aquí, con tu traje caro y tu aire de superioridad, y ofrecerme dinero como si eso resolviera todo?
—No es así como lo veo —respondí, tratando de mantener la calma—. Pero sí creo que podríamos ayudarnos mutuamente. Sé que no tienes una vida fácil, y esto podría darte una oportunidad de empezar de nuevo. —Sus ojos se endurecieron.
—No sabes nada de mi vida. Y, para tu información, no necesito "empezar de nuevo". Lo que necesito es que me dejes tranquila.
—Leona, por favor. Solo piénsalo. No tienes que decidir ahora. —Ella se levantó de golpe, claramente molesta.
—No necesito pensarlo. La respuesta es no. Ahora, si me disculpa, tengo que volver al trabajo.
La vi marcharse, sintiéndome frustrado y un poco derrotado. Había esperado que al menos considerara la idea, pero parecía que había calculado mal. Sin embargo, algo en su reacción me decía que esto no había terminado. Había algo más detrás de su rechazo inicial, y estaba decidido a averiguar qué era.