A pesar del rechazo inicial de Leona, no podía sacarla de mi mente. Algo en ella me desafiaba, una mezcla de determinación y vulnerabilidad que me hacía querer insistir, aunque todo mi sentido común me decía que era una idea absurda. Pero no estaba dispuesto a rendirme tan fácilmente. Si algo me había enseñado la vida, era que todo podía negociarse, si se encontraba el enfoque adecuado.
Esa mañana, mientras revisaba mi agenda en la oficina, no pude evitar distraerme. La lista interminable de reuniones con directores, socios y clientes parecía insignificante en comparación con la urgencia de resolver ese asunto con Leona.
—Señor Carter, su reunión con el equipo financiero comienza en quince minutos —me recordó Claire, mi asistente personal, entrando con una carpeta llena de documentos.
—Gracias, Claire —respondí sin mirarla, distraído con un bolígrafo que giraba entre mis dedos.
Ella dudó un momento antes de añadir:
—¿Está todo bien, señor? Parece un poco... distraído. —La miré, sorprendido por su observación. Claire siempre había sido perspicaz, y aunque era profesional al extremo, no podía evitar preocuparse por mi bienestar de vez en cuando.
—Estoy bien, solo tengo algo en mente.
—Si puedo ayudar en algo...
—Gracias, Claire. Esto es algo que debo resolver yo mismo. —Asintió y salió, dejándome solo con mis pensamientos.
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Esa tarde decidí dar un paseo. Algo poco común para mí, pero necesitaba despejar mi mente. Terminé cerca del pub donde trabajaba Leona. Aunque no planeaba entrar, mis pies me llevaron allí casi por instinto.
El lugar estaba relativamente tranquilo para esa hora del día. Entré y, para mi alivio, la vi detrás de la barra, hablando con un cliente. Su cabello recogido en un moño desordenado, el delantal atado de manera apresurada; todo en ella era natural y, de alguna manera, reconfortante. Me acerqué con cautela, sin querer provocar otra reacción como la última vez.
—¿Puedo hablar contigo? —le pregunté cuando finalmente estuvo libre. Leona me miró, claramente sorprendida de verme otra vez. Sus ojos se entrecerraron, evaluándome.
—¿No te cansas de insistir? —preguntó, cruzándose de brazos.
—No cuando creo que vale la pena —respondí, tratando de mantener un tono calmado. Ella suspiró, resignada.
—Cinco minutos. Y esta vez, espero que sea algo razonable. —Asintió y la seguí hasta una mesa en la esquina. Se sentó frente a mí, su expresión claramente a la defensiva.
—Bien, hablemos. ¿Qué quieres ahora? —Respiré hondo, buscando las palabras adecuadas.
—Sé que lo que te propuse antes fue inesperado, y probablemente lo manejé mal. No intenté faltarte al respeto, Leona. Pero estoy en una situación complicada, y realmente creo que podemos ayudarnos mutuamente. —Ella me miró en silencio, sin interrumpirme.
»Sé que no confías en mí. No tienes ninguna razón para hacerlo. Pero no estoy aquí para aprovecharme de ti. Lo que te estoy ofreciendo es un trato justo, uno que podría cambiar ambas vidas para mejor. —Leona se inclinó hacia atrás, cruzando los brazos.
—¿Y qué te hace pensar que necesito que mi vida cambie? ¿Por qué siempre asumes que estoy desesperada por tu ayuda?
—Porque lo vi en tus ojos la noche que me ayudaste. No es debilidad, Leona. Es cansancio. Estás agotada de luchar sola, y lo entiendo. —Ella apartó la mirada, su mandíbula apretada.
—No tienes idea de lo que he pasado —murmuró.
—No, no la tengo —admití—. Pero quiero entenderlo. Y quiero ayudarte, si me dejas. —Leona se quedó en silencio por un momento, como si estuviera evaluando mis palabras.
—¿Por qué yo, Winston? De todas las mujeres que podrías haber elegido para este... "trato", ¿por qué yo?
—Porque eres real. No estás aquí por mi dinero ni por mi apellido. Lo sé porque si quisieras algo de mí, ya lo habrías pedido. Eres sincera, y eso es lo que necesito. —Ella rió sin humor.
—¿Sincera? No me conoces lo suficiente para decir eso.
—Tal vez no, pero quiero conocerte. —Sus ojos se encontraron con los míos, y por un momento, sentí que estaba considerando mis palabras. Pero entonces negó con la cabeza.
—Esto sigue siendo una locura, Winston. No puedo simplemente aceptar algo así.
—No te estoy pidiendo que decidas ahora mismo. Solo que lo pienses.
—¿Y qué pasa si digo que no? ¿Seguirás persiguiéndome?
—No. Si decides que no, lo aceptaré. Pero creo que si le das una oportunidad, podrías verlo de otra manera. —Leona suspiró, claramente frustrada.
—No sé qué esperas de mí.
—Solo honestidad. Es todo lo que pido.
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Los días siguientes fueron una prueba de paciencia. No volví al pub, pero tampoco podía sacarla de mi mente. Leona era un enigma que me intrigaba más de lo que quería admitir. Había algo en ella, algo que me hacía querer pelear por convencerla.
Una noche, mientras revisaba mi correo en casa, recibí un mensaje de Claire, recordándome sobre una cena familiar que mi abuelo había organizado. El simple pensamiento de enfrentarme a él sin una solución concreta hacía que mi pecho se apretara. Sabía que el tiempo se estaba acabando, y no podía dejar que esto terminara sin al menos intentarlo una vez más con Leona.