El Heredero del Millonario

7.

Tras la breve promesa de Leona de considerar mi propuesta, me sentí ligeramente aliviado, aunque la incertidumbre todavía rondaba mi mente. La paciencia nunca había sido mi mayor virtud, pero entendí que con Leona tendría que aprender a dominarla. Había algo en su carácter fuerte y directo que me hacía querer insistir, pero también temer alejarla con demasiada presión.

Decidí mantenerme a cierta distancia por unos días, esperando que el tiempo le permitiera reflexionar. Mientras tanto, mi vida cotidiana seguía su curso: reuniones interminables, decisiones empresariales y, por supuesto, los insistentes recordatorios de mi abuelo sobre la herencia.

Una tarde, mientras repasaba unos contratos en mi oficina, recibí una llamada de Claire, mi asistente personal.

—Señor Carter, tiene una visita inesperada en recepción. Dice que es personal. —Fruncí el ceño. Mis visitas personales eran casi inexistentes en la oficina.

—¿Quién es? —pregunté, dejando el bolígrafo sobre el escritorio.

—Una mujer llamada Leona Philiphs. —Su nombre golpeó mi pecho como un trueno. Me puse de pie de inmediato.

—Dile que suba en un momento la atenderé. —Colgué la llamada, tratando de contener mi entusiasmo. ¿Por qué estaba aquí? ¿Había tomado una decisión? Me miré en el espejo de mi oficina para asegurarme de que mi aspecto era presentable, aunque sabía que eso era lo último que le importaría a Leona. Finalmente, salí a recibirla.

Ella estaba allí, vestida con un conjunto sencillo, sus ojos fijos en el suelo mientras esperaba. Cuando me vio acercarme, se enderezó, como preparándose para una batalla.

—Leona —dije, intentando sonar casual—. No esperaba verte aquí.

—Necesitaba hablar contigo —respondió sin rodeos.

—Claro, ven a mi oficina. —La conduje a través del pasillo, ignorando las miradas curiosas de algunos empleados. Cerré la puerta detrás de nosotros y le ofrecí asiento, pero ella permaneció de pie, cruzándose de brazos.

—Bien, ¿de qué se trata? —pregunté, apoyándome contra mi escritorio. Ella vaciló por un momento antes de hablar.

—He pensado en tu propuesta. Y aunque todavía me parece absurda, he decidido que la consideraré seriamente, pero con ciertas condiciones. —Sentí cómo la tensión en mis hombros disminuía ligeramente, pero me obligué a no mostrar demasiado entusiasmo. Leona no era alguien a quien pudiera presionar.

—Te escucho.

—Primero, no quiero que esto sea solo un acuerdo. Si acepto, quiero que quede claro que no soy una mercancía ni una incubadora. Si vamos a hacer esto, tendrás que respetarme como persona. —Asentí, tratando de no interrumpirla.

»Segundo, quiero que quede claro desde el principio que, pase lo que pase entre nosotros, yo seré quien críe al bebé. Tú puedes ser parte de su vida, pero no me quitarás ese derecho. —Aquellas palabras me tomaron por sorpresa. Mi abuelo había sido claro en su deseo de un heredero, pero no había considerado las implicaciones emocionales y legales de la crianza.

—Entiendo tu posición —respondí—, y prometo que trabajaremos juntos para encontrar un equilibrio. —Ella me miró con escepticismo, como si esperara que retrocediera en cualquier momento.

—Tercero —añadió, con un tono más firme—, si en algún momento siento que esto no está funcionando, me reservo el derecho de terminar el acuerdo y continuar sola.

—Eso no suena muy justo, Leona. Si hacemos esto, ambos estamos invirtiendo en algo importante.

—Es mi cuerpo, Winston. Y es mi decisión. —Su determinación era admirable, aunque también frustrante. Sabía que tendría que ceder en algunos aspectos si quería que esto funcionara.

—Pero podemos llegar a algun tipo de acuerdo con respecto a eso, si te marchas para seguir sola, te llevarias a mi hijo, y no quisiera perder una pequeña parte de mi. —Me miró con un atisbo de arrepentimiento.

—Si siento que esto no esta funcionando, buscaaremos el modo de finalizar las cosas sin hacernos daño. —murmuró cambiando su ultima condicion a favor de ambos.

—De acuerdo —respondí finalmente—. Acepto tus condiciones. —Ella me miró con sorpresa, como si no esperara que fuera tan razonable.

—¿Así de fácil? —preguntó, entrecerrando los ojos.

—No soy un monstruo, Leona. Quiero que esto funcione para ambos. Si estas son tus condiciones, las respetaré. —Se quedó en silencio por un momento antes de asentir.

—Bien. Entonces supongo que podemos empezar a discutir los detalles.

—Por supuesto. Pero antes, ¿puedo hacerte una pregunta?

—¿Qué?

—¿Por qué cambiaste de opinión? —Leona desvió la mirada, claramente incómoda.

—Porque necesito el dinero. —Se quedo en silencio unos segundos, como sopesando como soltar las siguientes palabras, que aprecian mas dolorosas de lo que me imagina. —Mi hermano pequeño necesita una operación urgente, y el seguro no cubre todo. —No esperaba esa respuesta. —A pesar que he invertido cada centavo para que esté bien, no es posible costearla por mi misma, por eso estoy aquí. —La imagen que había construido de ella como una mujer orgullosa y autosuficiente seguía siendo cierta, pero ahora podía ver el peso de las responsabilidades que cargaba.




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