Había algo inquietantemente formal en la idea de sentarme frente a un abogado para discutir los términos de un contrato que involucraba la creación de una nueva vida.
Durante toda mi carrera, había cerrado incontables acuerdos, cada uno más lucrativo que el anterior, pero ese era diferente. Ese no era solo un negocio. Ese era un pacto permanente que afectaría completamente mi vida y la de Leona.
Llegué a la oficina del abogado puntualmente, vestido con uno de mis mejores trajes. A pesar de estar preparado para una discusión seria, no podía evitar un nudo en el estómago. Leona ya se encontraba allí, esperándome en la recepción. Su atuendo era sencillo, pero a mis ojos se veía mejor que cualquier mujer con los más costosos vestidos. Parecía tranquila, aunque sabía que detrás de esa fachada se encontraba la misma incertidumbre que yo sentía.
—Hola, Winston —saludó con un tono neutral, pero sus ojos mostraban un atisbo de nerviosismo.
—Leona —respondí, asintiendo. Mi voz salió más seria de lo que pretendía—. ¿Lista para esto?
—No exactamente, pero aquí estoy. —Asentí y juntos entramos en la sala de reuniones.
El abogado, el señor Hargrove, estaba ya sentado, sus documentos perfectamente ordenados sobre la mesa. Nos saludó con una sonrisa sin dejar de lado su lado profesional.
—Señor Carter, señorita Philiphs, es un placer tenerlos aquí. Espero que podamos llegar a un acuerdo satisfactorio para ambas partes.
Nos sentamos frente a él. Mientras Hargrove comenzaba a explicar los términos iniciales del contrato, no podía evitar mirar de reojo a Leona. Su postura era rígida, su mirada fija en los papeles. Sabía que estaba analizando cada palabra.
—Empecemos con lo básico —dijo Hargrove—. Este acuerdo establece que la señorita Philiphs llevará a cabo un embarazo en nombre del señor Carter. A cambio, el señor Carter se compromete a proporcionar una compensación financiera que incluye un estipendio mensual, el pago total de los gastos médicos del menor Philiphs y un pago final tras el nacimiento del niño. —Leona levantó una ceja, interrumpiendo.
—¿Estipendio mensual? —preguntó, claramente sorprendida. —Hargrove aclaró su garganta.
—Es un término común en este tipo de acuerdos. Ayuda a cubrir gastos médicos, alimenticios y cualquier necesidad que surja durante el embarazo. —Ella frunció el ceño.
—No estoy aquí para lucrarme, si es lo que insinúan —respondió, con un tono cortante. —Y con respecto a los gastos médicos, no es necesario, con el pago que me dará podré hacerme cargo yo misma de eso. —Intervine antes de que la conversación se calentara.
—No se trata de lucro, Leona. Es solo una medida para asegurarnos de que tengas todo lo que necesitas. Quiero que estés cómoda y que no tengas que preocuparte por los gastos, yo me haré cargo de todo lo que necesite tu hermano, solo necesito que tu estes tranquila para que nuestro hijo no nazca sano. —Ella suspiró, pero no discutió más.
El resto de la reunión fue un ir y venir de detalles legales. Aunque intenté mantenerme concentrado, las constantes preguntas de Leona hacia el abogado me hicieron admirarla aún más. Ella no aceptaba nada sin una explicación clara.
—Quiero agregar una cláusula —dijo de repente—. Si en algún momento siento que este acuerdo no es lo mejor para mí o para el bebé, quiero poder terminarlo sin represalias, tanto legales como económicas. —Hargrove me miró, esperando mi respuesta. Apreté la mandíbula. No me gustaba la idea de que Leona tuviera tanto poder para terminar el acuerdo, pero tampoco quería perderla.
—¿Qué opinas, señor Carter? —preguntó el abogado. —Miré a Leona. Sus ojos eran firmes, desafiantes.
—Está bien —respondí finalmente—. Si eso te hace sentir más segura, inclúyelo. —Ella pareció sorprendida por mi disposición, pero no dijo nada.
Cuando la reunión terminó, Leona y yo salimos juntos del edificio. Caminamos en silencio por un momento hasta que ella se detuvo y me miró.
—Gracias por no discutir mis condiciones —dijo, su voz más suave de lo habitual.
—Quiero que te sientas cómoda con esto, Leona. No es solo un trato para mí. Esto es... importante. —Ella asintió, pero no dijo nada más. Por un instante, pensé que íbamos a despedirnos, pero entonces habló de nuevo.
—¿De verdad crees que esto funcionará, Winston? —preguntó, se escuchaba dudosa, como si firmar aquello fuera algo en contra de su voluntad, y me odiaba por hacer que se sintiera de ese modo.
—Creo que sí, si ambos hacemos nuestra parte. Y quiero que sepas que, aunque esto comenzó como una solución para mí, no quiero que te sientas como una herramienta en mi vida.
Ella me estudió en silencio, como si intentara descifrar si mis palabras eran sinceras.
—Está bien —dijo finalmente—. Supongo que solo el tiempo dirá si tenemos razón o no.
—Vamos, te invito un café. —Señale con la cabeza un café que se veía al otro lado de la calle. Ella me miró de reojo, analizándome.
—La última vez que te acepté un café terminaste pidiéndome que tuviera tu hijo. —No pude evitar soltar una sonora carcajada.
—Esta vez será solo el café, lo prometo. —Negó con la cabeza pero se encaminó hacia el café adelante, la seguí con una media sonrisa marcando en mi rostro. Definitivamente, ella no era como ninguna mujer que había conocido antes.